A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

miércoles, 24 de febrero de 2010

¿DÓNDE ESTAIS?

Desapareceré, tengo grandes misterios que resolver sobre mi vida. Fueron las últimas palabras que dijo en público. Ahí acabó todo. Luego, durante algunos años, desapareció, encerrado en su casa de La Florida, y fue como si hubiera muerto. Nadie hablaba de él, nadie sabía de su existencia y yo parecía ser la única persona que le recordaba cada día de mi existencia. Marcos fue mi mejor amigo, pasábamos horas juntos, pero nunca me habló de sus padres. Me habló del colegio en el que estuvo durante años internado, pero no mencionó las palabras “padre” ni “madre”, para él esas palabras no tenían significado, eran palabras que solo existían en los diccionarios y en las casas en las que se encontraba una gran familia que permanecía unida.


No aguanté más, tenía que encontrarle, hablar con él, ya eran 5 meses sin saber de él, ya era hora de hablar, yo podría ayudarle en su misteriosa vida.


Me empezó a doler la cabeza al llegar a su casa, escondida entre los árboles, ¿qué le iba a decir? ¿Tendría valor para soportar cualquier respuesta? No lo sé, pero iba a comprobarlo.

Llame a la puerta y ¡clac! La puerta se abrió, no supe que decir al mirarle a los ojos, noté su gran sorpresa que desprendían su preciosos ojos, no pude soportarlo.

Me invitó a pasar a su hermosa casa, y acepte encantada, tenía que hablar con él.

Le pregunté por su investigación que era una de las preguntas que más me hacía.

He descubierto varias cosas muy importantes, Sandra, halle varios informes en el orfanato con los datos de mis… mis padres.

Él es David Guzmán Roldán, y mi… ella es María Carrasco Sánchez, ¿sabes lo que significa esto?, ya se quien son mis padres, les puedo poner nombre a las fotos que me dieron las monjas agustinas del convento.-Esas fueron sus palabras, me quedé petrificada, ¿cómo? ¿No sabía quién eran sus padres? ¿Por qué nunca me lo había contado?

Todas mis preguntas se acumularon pero no terminaron almacenadas, no, se las pregunté todas sin olvidarme ninguna.

Marcos necesitaba más información, quería saber sí sus padres continuaban vivos. Le ayude en todo lo que pude y gracias a un pequeño artículo del periódico “El Mundo”, en el que un hombre mayor, de 65 años buscaba a su hijo, pero no prestaba información sobre su hijo, por lo que decidí llamar al periódico e informarme de quién escribió el pequeño fragmento. Mi sorpresa fue recibir una carta del periódico que decía; “ El autor del texto que usted está interesada por saber es David Guzmán Roldán”. No podía reaccionar, cogí el teléfono y marqué el número de Marcos lo más rápido posible.

Marcos, tu padre está vivo, y… te está buscando.-Fueron las únicas palabras que fui capaz de pronunciar.

Obtuvimos información directa del periódico, como el teléfono de David y su dirección. Con una gran rapidez Marcos marcó el teléfono.

Hola, ¿David? Soy quién buscabas papá…- Por una vez en la vida escuche la palabra papá en boca de Marcos y no pude resistirme al llanto.

Estuvieron hablando durante una hora, su madre continuaba con su padre, vivían en la misma ciudad, pero siempre tuvieron miedo a buscar a su hijo y que les rechazara por haber vivido solo, sin un padre y sin madre. David explicó por qué abandonaron a Marcos, sucedió cuando este solo tenía 3 años, David y María tenían un gran problema con unos antiguos amigos que los amenazaban con perseguirlos si no les estregaba una cifra de dinero. David y María no tenían ese dinero, pero en un principio no se preocuparon. Cuando pasaron unos meses de la amenaza se encontraron a sus “amigos” dando a Marcos un pequeño frasquito que decían ser un batido, el niño tomó unos sorbitos pero al ver a sus padres lo soltó desparramando la mitad en el suelo. El pequeño empezó a llorar de dolor y sus padres le llevaron al médico quien dijo que el batido contenía una mezcla peligrosa que podía dañar al pequeño llegándole a causar la muerte. María y David estaban muy preocupados por lo que podrían hacer al niño mientras se encontraba en el colegio, por este motivo internaron al pequeño en el colegio de las agustinas donde no podrían encontrarle.

Marcos en ese momento se acordó de una escena, en la que sus vecinos le decían que tomase un batido si quería tener poderes, pero Marcos siempre pensó que fue un sueño.

Aquí termino su investigación y la mía, me agradeció miles de veces lo que había hecho por él. Desde entonces no he vuelto a conocer a nadie que no tenga en su diccionario las palabras “papá” y “mamá”.

martes, 23 de febrero de 2010

El Destino

En la calle, yo estaba sentada en un bar esperando a mi hermana que venía de Barcelona y algo pasó que nunca se me olvidará en la vida. Ahora os explicaré como ocurrió todo, fue tan deprisa… Eran las diez de la mañana estaba sentada en un bar cerca de la estación de tren y en frente del banco Santander. La gente entraba y salía y nada parecía extraño. Al pasar quince minutos entré en el banco porque me acordé que tenía que firmar unos papeles. Fue mala suerte la que tuve, porque justo al entrar, entro alguien detrás mía con una media negra puesta en la cara. En ese momento pensé que me iba a ocurrir algo muy malo. Alguien me cogió los brazos por la espalda y dijo: ¡Alto o disparo!, me había cogido el atracador y tenía su pistola en mi cuello. Todo el mundo se echo en el suelo, la gente estaba medio llorando, y yo también. Los segundos se me hacían eternos, parecían horas, el tiempo no pasaba. El banquero le tuvo que dar el dinero. Pero yo no quería que este se saliera con la suya. Sabía que mi vida corría un grave peligro, pero lo tenía que hacer. Le di una patada, donde a los hombres más le duele, a él se le cayó la pistola, la cogí yo, todo esto pasó en unos escasos segundos. A los dos segundos me vi apuntando al ladrón con la pistola en la cabeza. Dije:”Llamen la policía” pero con un tono de voz muy desesperado. No sabía qué hacer, estaba demasiado nerviosa. El atracador me miraba y me miraba pero no decía nada. Yo todo el tiempo repetía las mismas palabras: “Estate quieto o te mato…” pero él solo me miraba como si estuviera pensando en algo para poderme quitar la pistola. Nadie me ayudaba, todo el mundo tenía demasiado miedo y la policía no llegaba. Menos mal que un joven que se encontraba detrás del ladrón cogió un pisapapeles de unos dos kilos, se levantó y le dio en la cabeza al atracador. Rápidamente le ate las manos y piernas, pensaba que todo había pasado pero no era así. El ladrón mientras me había estado mirando fijamente había tenido las manos en el bolsillo así que había enviado un mensaje por el móvil a su compañero para que entrase en su ayuda. Cuando ya pesábamos que todo estaba solucionado... apareció su compañero, también con una pistola en la mano. Estábamos él y yo solos, porque todos los demás estaban detrás de la mesa de oficina. Él tenía una pistola y yo nada, estaba dispuesto a matarme, pero di una patada y le quite la pistola. Estábamos mano a mano él y yo. Lo que no sabía él es que yo soy luchadora profesional, tengo el cinturón negro. Empezamos a pelear y por supuesto que le gané le deje tirado en el suelo medio inconsciente, yo también estaba un poco dolorida y tenía el labio reventado. Justo en ese momento llegó la policía, cogieron a los ladrones y se los llevaron. Nadie había resultado herido, solo yo, pero muy poco. Cuando salí a la calle todo el mundo me empezó a aplaudir, yo estaba muy nerviosa. Toda la gente lo había visto porque el banco estaba recubierto por unos cristales en los que se podía ver todo lo que ocurría en su interior. La policía me felicitó y me dio las gracias. Muchas empresas me estuvieron ofreciendo cargos altos de policía, así que elegí uno y ahora es mi trabajo, ya he salvado a mucha gente. Todo comenzó un día sentada en la calle esperando a mi hermana que venía de Barcelona.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Una nueva vida.

Era pequeño cuando nos mudamos a Salamanca. Tenía más o menos 6 años y no entendía el por que de nuestra mudanza. Decía mi madre que en el pueblo no había trabajo, pero eso a mi me daba igual, yo quería quedarme con mis amigos y mis abuelos. Compramos una casa en los alrededores, y la preparamos en 2 meses. En ese tiempo, estuvimos viviendo en una casa alquilada a unos 3 kilómetros de la que iba a ser nuestra casa. Mi padre todos los días se acercaba por la nueva casa a las 7 de la mañana, mientras que mi madre, nos cuidaba a nosotros, a mi hermano y a mí, antes de que ella pudiera ir con mi padre. Era verano y no conocíamos a nadie. En el jardín de la casa nueva, se podía jugar al fútbol y esa era prácticamente nuestra distracción mientras que mis padre trabajaban en la casa. Recuerdo el día en el que vino el electricista. Trajo a su hijo, por que mis padres al contactar con él, dijo que si tenía algún hijo que se viniera con él, para que no nos aburriésemos. Y ese día se le trajo.
Ya éramos tres, y podíamos jugar a más cosas. Mi hermano y yo nos hicimos rápidamente amigos de Luis,ese era su nombre, y nos acompañó todos los días que venía su padre.
Tenía nuestra misma edad y vivía cerca nuestro, su casa estaba en una urbanización que se encontraba al lado de nuestra casa. Pronto olvidamos a nuestros amigos del pueblo y seguimos haciendo amigos en Salamanca.
Unos días después, conocimos a Lorenzo. Era mayor que nosotros, pero sólo nos superaba en un año, y parecía que tenía menos años, ya que era muy bajito. Lorenzo también era vecino de Juan, por lo que casi todos los días quedábamos para ir a jugar a un polideportivo cercano al fútbol, ya que era lo que más nos gustaba a todos.
Cuando terminó el verano y con ello la mudanza y reforma de la casa, mis padres nos buscaron a mi y a mi hermano colegio. El colegio de Lorenzo era de monjas y mis padres no eran muy católicos, por lo que prefirieron meternos en el colegio de Juan, que además nos adentraba en el centro y a la vez que mis padre nos buscaban al colegio, podían ir a comprar.
Comenzamos el curso y nos tocó a Luis y a nosotros en la misma clase, habíamos tenido suerte, y a que con tres clases en el mismo curso era difícil. Hasta entonces seguimos juntos. Estuvimos los tres en el colegio, en el instituto y en la universidad, a la que se nos unió Lorenzo. Nunca hubiese imaginado que la mudanza nos iba a venir tan bien a todos.

Mi amistad

Este ejercicio de escritura va a hablar de la amistad que tengo con mis amigos del instituto en estos cuatro años.
El primer día que entré al instituto en la clase de primero, yo tenía un poco de vergüenza porque solo conocía a dos personas. Las primeras semanas en clase como solo conocía a dos personas solo hablaba con ellas. Pero luego empecé a conocer a todos mis compañeros y hablaba con ellos. En mi clase estaba Laura, una chica con la que iba a francés. Como íbamos las dos solas a francés nos empezamos a conocer. Laura y yo nos hicimos muy amigas y nos contábamos todo. Al terminar el curso de primero a mí me dio mucha pena al despedirme porque creía que no me iba a volver a tocar con ella en clase. Pero después del verano, en la presentación de segundo, nos dijeron que nos había tocado otra vez juntas. Al volver a estar juntas en segundo nos unimos mucho más y nos contábamos todo. El año de tercero también nos tocó en la misma clase y nos sentábamos juntas. Ese año me lo pasé muy bien con ella porque ya teníamos mucha confianza.
Este año no nos ha tocado juntas en clase y me da mucha pena, pero en los recreos nos juntamos y nos lo pasamos muy bien.

domingo, 14 de febrero de 2010

EL FIN

Henry solía abrazarme cuando veía que lo necesitaba, solía besarme al despedirnos y mirarme fijamente a los ojos cuando hablábamos. Pero a partir de cierta fecha, cuando hacía esto, bajaba la vista y se pasaba los dedos delante de los ojos, como si algo le hubiera deslumbrado. Como si hubiese olvidado cómo hacerlo correctamente. Mi mirada asustada le rehuía desde hacía tiempo y era probable que él lo hubiese notado. A pesar de eso, seguíamos saliendo, seguíamos sentándonos juntos en clase. Pero yo notaba una gran barrera de hielo que nos separaba. Un día vino a casa y fue mi hermano quien abrió la puerta cuando llamó. Empezó a hablarle rápido y a corretear alrededor de Henry, como un perro emocionado. Era increíble que aún no hubiese superado la gran admiración que despertaba en él. Había sido así desde que le conoció, pero, ese día, por primera vez, no entendí por qué mi hermano le admiraba tanto, no entendí qué veía en él. Y eso me asustó. Entró en el salón y se sentó a mi lado en el sofá. Los dos miramos mudos el televisor, como si en vez de centímetros nos separasen años luz. Uno sabe muy bien cuando alguien está preparado para dejarte, pero siempre intentamos agarrarnos a la esperanza, a los restos que nos quedan de lo que antes fue amor. Quise estirar la mano un poco y tomar la suya, pero mi brazo permaneció inmóvil donde estaba. Vi que me lanzaba una mirada de soslayo, pero mi corazón no reaccionó como debería ante tal mirada. Entonces mientras el silencio se apoderaba de nuestros corazones y el frío de mi salón, una figura silenciosa apareció en la puerta. Le reconocí al instante. Henry se sobresaltó cuando habló, ya que no le había oído acercarse.


- Ísobel, ¿podemos hablar un momento?

Asentí con la cabeza lentamente y me levanté, dejando solo a Henry. Seguí a Víctor hasta el rellano del portal y me di cuenta de lo rápido que latió mi corazón al notar que estábamos solos. Pero aunque no lograba entender por qué, una parte de mí, se quedó en el sofá con Henry.

- ¿Qué pasa? –dije.

- Has vuelto a subir arriba.

No respondí, solo le miré desafiante. Él no había preguntado, lo había afirmado y se tomó mi silencio como una confirmación.

- No lo hagas.

Su voz sonó rotunda y con un tinte amenazante que no me gustó. Fruncí el ceño.

- No hago daño a nadie subiendo ahí.

- Sí, te lo haces a ti misma.

- ¿Qué quiere decir eso?

- No vuelvas a subir, eso es lo que quiere decir

- Tú no puedes decirme lo que debo hacer.

Le fulminé con la mirada. Me di la vuelta y me fui de allí con paso enfadado.

Cuando entré en el salón de mi casa de nuevo, me senté de brazos cruzados en el sofá.

- ¿Qué te pasa? –me preguntó Henry, con una absoluta falta de interés.

- Nada. –gruñí.

- Ya…

Nos miramos un segundo y algo en su mirada hizo que se me pasara el enfado. Volví a ver un brillo en su mirada, quizá un reflejo de la mía. De repente estaba muy cerca de él, demasiado. Estaba realmente confundida, mi cabeza era un lío de sentimientos y emociones. ¿Por qué pensaba y sentía una cosa cada minuto?

- No entiendo qué hace ese tío todo el día rondando por aquí.

No sé qué fue, pero hubo algo en sus palabras que me hizo apartarme un poco. De cualquier forma, no le respondí, solo me encogí de hombros. Henry no sabía que entre ese chico y yo había algo. No hubiese sabido decir qué era ese algo, pero sabía que era real. Ni siquiera sabía aún cuál era su nombre, y sin embargo no podía evitar temblar ante su mirada. Pero era mejor que todo eso Henry no lo supiese. Por eso no dije nada.

- Si te molesta dímelo.

Lo que realmente me molestó fue su comentario. Últimamente estaba demasiado susceptible por la enorme confusión que me rodeaba. Así que intenté ignorarle y me dejé caer sobre el sofá. No lo supe en ese momento con seguridad, pero probablemente ese fue el primer momento en que supe que el fin de nuestra relación no estaba muy lejos, porque supe que ya no nos quedaban ni siquiera los suficientes restos de nuestro amor a los que agarrarnos.

viernes, 12 de febrero de 2010

¿Verdadera amiga?

Fueron las últimas palabras que dijo en público. Ahí acabó todo. Luego, durante algunos meses, desapareció, encerrado en su casa de La Florida, y fue como si hubiera muerto. Mi mejor amigo ya no quería saber nada de mí, yo estaba destrozada. Y os preguntareis que paso ¿verdad? Hugo tenía 23 años, los dos éramos de la misma edad, un día le hice presentarse a un casting para una serie, él al principio no quería por ser bastante tímido, pero yo sabía que él lo podía hacer porque ese mundo le encantaba. Al final se presentó y le cogieron. Fue una gran sorpresa para los dos, porque él solo había salido en la tele para hacer algún anuncio, y con papeles secundarios. En esta serie iba a ser unos de los protagonistas. La serie se llama “Un amor imposible”, os digo un poco de que trata aunque sé que muchos ya la han visto. Hugo hacía el papel de un chico llamado Erik, este vivía en la calle, no tenía familia y se buscaba la vida como podía. Una chica, que ya ha salido en varias series y es famosa, hacía el papel de Patricia. Patricia era una chica con unos padres muy ricos, tenían una gran mansión y era una niña mimada, tenía todo lo que ella quería. Pues esta historia como el título dice va de un amor imposible, Erik y Patricia poco a poco se van conociendo y finalmente se enamoran. Los padres de ella no le aceptan y se la llevan muy lejos, donde Erik no la pueda encontrar. La historia seguirá en agosto porque ahora los actores están teniendo sus vacaciones, todo el mundo tiene ganas de que vuelva a empezar para ver como acaba esta gran historia de amor. Y diréis ¿pero esto que tiene que ver con que Hugo se haya marchado para siempre? Pues bien, todo esto tiene una explicación. Hugo al ser un chico muy guapo, las chicas al verle por la tele, les encantó y todas estaban detrás de él. Como ya he dicho antes Hugo es tímido y no le gustan nada estas cosas, así que ya estaba un poco cansado de que todas las chicas adolescentes y algunas que ya no era tan adolescentes cuando fuera por la calle le pararan cada dos por tres, para una foto, un beso, un autógrafo… Él no podía hacer una vida normal, se sentía muy solo. Y ahí fue cuando yo tuve la culpa, en esos momentos cuando el más necesitaba una amiga de verdad, yo le fallé, no me lo voy a perdonar nunca. Y así fueron pasando los meses, y Hugo y yo cada vez hablábamos menos. Hace unos meses se murió mi padre, yo estaba destrozada, y Hugo vino a mi casa para estar conmigo y consolarme. Los amigos están para lo bueno y para lo malo. Yo sin embargo con Hugo estaba en los momentos de celebraciones, cuando todos estábamos contentos. En ese momento no me daba cuenta de lo que le estaba haciendo, pero él no tenía un verdadero amigo…y eso es muy duro. Y ahora hace ya unos meses, cuando les dieron las vacaciones a los actores, se fue a La Florida, sin despedirse en persona de mí solo me dejo esta carta:

“Blanca, me has decepcionado, yo te consideraba mi mejor amiga, pero veo que solo soy tu amigo cuando es para divertirse, pero todos mis momentos malos no has estado en ninguno desde que empecé a ser famoso. Estoy cansado de esta vida de ser famoso…quiero ser un chico normal. Me voy a ir lejos, lejos de aquí, a La Florida. Te pido por favor, que no me busques, que no me llames, porque necesito descansar. Y por lo de la serie no te preocupes cuando empecemos a gravar iré pero me aseguraré de que no me vea nadie. LO SIENTO, NUESTRA AMISTAD SE TERMINÓ HACE UNOS AÑOS, cuando empecé en la serie, ojala nunca te hubiera hecho caso…”

Al leer esto me puse a llorar como una loca, me di cuenta en ese momento de lo mala que había sido con él, llené la carta con mis lágrimas y hay algunas letras que se ven borrosas. Estuve unos días en casa pensado en todos los buenos momentos que habíamos pasado… ya todo se había terminado. Pero esto no podía terminar así…

El Colegio

Estudié primaria y preescolar en el C.R.A Camilo José cela, estuve desde los tres hasta los once años, de donde guardo muchos recuerdos.
El C.R.A. esta formado por tres pueblos, que son El Arenal, El Hornillo y Guisando.
Antes de las fiestas de carnaval y de fin de curso, los alumnos y los profesores de los tres pueblos nos disfrazábamos y realizábamos una serie de actuaciones relacionadas con el disfraz que llevábamos.
La vez que mejor recuerdo fue aquella que nos disfrazamos de piratas y recitamos el poema de El pirata de José de Espronceda, la parte que me tocó recitar a mi fue: “A la voz de «¡barco viene!»es de ver cómo vira y se previene a todo trapo a escapar; que yo soy el rey del mar, y mi furia es de temer.”
Después de las actuaciones daba lugar una pequeña merienda, un partido de futbol entre los pueblos y después de esto nos despedíamos y cada uno volvía a su pueblo.He tenido bastantes profesores, y con cada uno de ellos alguna hazaña.
El profesor que más recuerdo fue un hombre que sustituía a mi profesora de conocimiento del medio. Se llamaba Antonio.Recuerdo el primer día que le vimos entrar por la puerta de nuestra clase, nada más entrar nos miramos unos a otros con cara de impresión, ya que parecía un hombre muy serio. Pero según transcurrió la hora nos fuimos dando cuenta de que no era tan serio como aparentaba.
Lo que no entendimos era porque siempre estaba mascando chicle, así que un día le preguntamos porque lo hacía, con el intento de perder clase.Nos empezó a contar que llevaba fumando no se cuantos años y que lo estaba dejando, con la ayuda de los chicles de nicotina. Decía que eran especiales, pero eran “trident” así que la habrían timado.
Otro día llego sin chicle, lo que por supuesto nos extrañó, por eso le preguntamos que donde estaba el chicle. El nos respondió que los chicles no valían para nada, que esta vez lo intentaría con los parches.
Una cosa que no me cuadra es porque estaba dejando de fumar y en todos los recreos le veías con un cigarro en la boca…
Recuerdo esos viernes por la tarde, esa hora y media de plástica en la que jugábamos al Paintball en el ordenador de clase, o al ping pong en una mesa que habíamos traído del taller y le habíamos puesto como red un cordón de la zapatilla.
Esas horas se pasaban sin darte cuenta, pero no siempre era así, había veces que el profesor tenía un mal día y nos ponía a dibujar.

miércoles, 10 de febrero de 2010

La Florida

El segundo día de clase, vino un profesor nuevo. Al principio parecía normal pero con el paso de los días se fue volviendo raro. No hablaba con nadie, a no ser que fuera necesario. No se reía nunca e iba sin rumbo por los pasillos. La gente se inventaba cosas sobre qué le podía pasar. Unos decían que tenía una enfermedad, otros que era drogadicto y los más exagerados que se había muerto toda su familia. Nadie lo sabía y tampoco nadie se lo iba a preguntar. Hablábamos con los profesores a ver si nos decían algo, pero ellos sabían lo mismo que nosotros. Todos los días, mientras hacíamos los ejercicios, él escribía en un papel. Nosotros nos acercábamos disimuladamente y veíamos que sólo ponía: "casa de La Florida, casa de La Florida..." y así llenaba todo el folio. Un día, en clase, sacamos el tema de las casas para ver si decía algo. El dijo que tenía una, y estuvo repitiendo: "La Florida, La Florida..." cada vez con voz más baja hasta que hubo silencio. Nosotros no nos atrevimos a preguntar más. Después de unas semanas, durante las cuales seguía igual de raro o más, al terminar de explicar dijo: "Me voy, creo que no volveré". Todos nos miramos como si ya nos lo esperáramos pero no dijimos nada. Él tampoco. Fueron las últimas palabras que dijo en público. Ahí acabó todo. Luego, durante algunos años, desapareció, encerrado en su casa de La Florida, y fue como si hubiera muerto. O a lo mejor estaba muerto, no lo sabíamos, aunque un año después recibimos una carta en la que ponía que estaba en su casa de La Florida, La Florida, La Florida... Por el instituto corrían cada vez más rumores sobre él y lo que al principio era una simple historia se fue convirtiendo poco a poco en una leyenda.

Eramos inseparables. Los amigos que siempre se recordarán. Aquellos que quedaban para tomar unas cerveza en el bar 'del Manu' y terminaban con el estómago revuelto de aquellas asquerosas pipas rencias que nos ponían para acompañar.
Me acuerdo de una noche de Abríl en la que decidimos quedar todos los colegas para ir a ver un partido de 'los Yanks' contra los Boston Red Sox en el mismísimo Yankee Stadium. Alex nos regaló a toda la 'piña' las entradas, aunque según él, las tomó prestadas de la taquilla. Tomamos asiento en la fila cincuenta y ocho. El partido comenzó y creo que podían escuchar las trompetillas y los chillidos de los aficcionados a cientos de kilómetros.
Cuándo Brian Bruney, golpeó con su bate a la pelota, ésta salió despedida hacia las gradas. La aficción se puso en pie . Todos se preguntaban quién sería el afortunado que conseguiría aquella bola del Mítico partido de los Boston Red Sox contra los Yanks. Todos los presentes deseaban que cayese sobre ellos excepto una persona, yo.
La bola tomó dirección hacia mis gradas. Cada vez se acercaba más y más hacia mí. No podía creerlo. ¿qué tendría que hacer si me tocase a mí? y sobre todo, con lo patosa que soy ¿cómo haría para cogerla?. Estaba a un par de metros sobre mí. Todos los aficcionados de mi alrededor estaban de pie, con los brazos en alto para recogerla. Al fin llegó. Yo iba a ser la supuesta "afortunada". Alcé los brazos para recogerla y cuándo creí que la íba a coger, chocó contra mi nuca. En el momento caí al suelo. Cuando caía juré que jamás volvería a desaprovechar las clases de educación física en las que el Paquito nos obligaba a coger al vuelo el balón de volleyball. La cámara que conectaba con las enormes pantallas de televisión del estadio me estaban enfocando, junto con mis amigos. Hubo un segundo de silencio, y después, todo el estadio estalló en una enorme carcajada. Hubo sólo una persona que estaba sería, y me miraba con cara de desaprobación. Ya os imaginaréis quien era, Alex.
En cuanto que los jugadores se pusieron en posición de retomar el partido, las cámaras me dejaron de enfocar y los aficcionados se olvidaron de mi. Su atención se centró una vez más en los jugadores.
Cuando a un amable 'chico de las palomitas', le estábamos pagando las palomitas, un guarda de seguridad algo rellenito y con un donuts en la mano nos vió, empezó a correr detrás de nosotros -¡detenéos! ¡la de la bola y sus amigitos!. Al instante hechamos a correr. Alex iba en cabeza y cuando empezamos a perder de vista al guardia, yo que soy un poco patosa y que todavía estaba atontada por el pelotazo, me tropecé con un bol de palomitas derramado en el suelo. Alex me vio y jugándose el cuello, salió en mi ayuda. Me cojió como si fuese un saco de patatas, y me llevó corriendo a un aseo. Tenía las rodillas quemadas y me escocían a más no poder. Sacó un pañuelo de sus nuevos Levi's y lo humedeció con el agua del grifo. Me limpió las heridas y cuándo terminó tiró el pañuelo en la basura. Miré mis rodillas y Alex levantó la cabeza. Nuestras miradas se cruzaron. Alex empezó a levanterse lentamente. Cada vez oía más fuerte su respiración. Incluso podía escuchar cómo su corazón latía a mil por hora, igual que el mío, al mismo ritmo, a la misma vez. Empezaban a tocarse nuestros cuellos, frentes, párpados, pestañas, ..., pero nuestros labios nunca llegaron a rozarse. No se que pasó. Los dos nos fuimos separando lentamente, cómo si no quisiésemos estropear aquella bonita amistad, por miedo a perdernos para siempre, de que ya no fuese lo mismo nunca más.
Le acompañé al aeropuerto. No nos llegamos a despedir, odiamos las despedidas.Tan solo dijo - aquella noche de abril fue la más bonita de mi vida, tan solo me arrepiento de no haberlo intentado. Fueron las últimas palabras que dijo en público.De su público, sus seres queridos. Ahí acabó todo. Luego, durante algunos años, desapareció, encerrado en su casa de La Florida,con su madre, y fue como si hubiera muerto para toda Nueva York.
Pasaron los años y cuando creía que le había olvidado, algo en mi corazón me vuelve a recordar qué Alex sigue presente.

domingo, 7 de febrero de 2010

Poetas del 27 (2)

Segunda entrega de nuestras entrevistas particulares.

Luis Cernuda



Pedro Salinas



Rafael Alberti

Poetas del 27

Podéis escuchar aquí las entrevistas que hemos realizado en clase con los grandes poetas de la Generación del 27.

Vicente Aleixandre


Dámaso Alonso


Jorge Guillén


Federico García Lorca

viernes, 5 de febrero de 2010

Mis recuerdos de la escuela y el instituto

Nuestro colegio se llamaba "CRA Camilo José Cela" y lo formábamos El Arenal, El Hornillo y Guisando.
Me acuerdo de que cuando éramos pequeños no nos queríamos ir a casa porque ya no podíamos estar con nuestros amigos y jugar con ellos. Me acuerdo de que éramos todos amigos en infantil, pero en primaria algunas personas ya no nos gustaban.

Me acuerdo de Teresa, nuestra profesora de Infantil, que nos poníamos todos en círculo el la mitad de la clase y contábamos cosas uno a otros. También recuerdo a Antonio, un profesor que tuvimos en 5º de Primaria, que no se enteraba de nada, pero cuando venía algún profesor se ponía como a darnos clase pero luego ya nos dejaba en paz.

En 1º y 2º de Primaria nos dio clase de Ed. Física David, que nos hacía trucos de magia y todos nos quedábamos fascinados, Matemáticas, Lengua y C. del Medio Inmaculada, que luego la Hemos tenido de profesora en los primeros años de instituto; Inglés nos daba mi madre y Música Luciano. En 3º y 4º nos dio clase de Lengua, C. del Medio y Matemáticas Elisa, Ed. Física Alberto un profesor que todavía sigue dando clase pero que ahora es el director, Música nos daba Alfonso que ahora el es Secretario, inglés nos dio mi madre e Inés. En 5º nos dio clase Antonio, pero solo de Matemáticas porque de C. del Medio nos daba Juan, el director, y Lengua e Inglés mi madre las demás asignaturas siguieron con los mismos profesores. Este año también empezamos a dar Francés con Inés y por eso hicimos en Intercambio con Sabres. En 6º nos daba mi ,madre todas las clases menos Matemáticas, Música, Ed. Física y Francés.

Cuando terminamos 4º se fueron del colegio Teresa, Luciano, Inmaculada y Elisa, todos se fueron a Arenas, creo.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Mis juguetes, mis recuerdos.

Recuerdo que, cuando era pequeño me regalaron mi primera mascota, un perro de peluche y, creo que ha sido uno de los juguetes con los que más tiempo he pasado.
Las mañanas de los sábados, había una función de teatro en la puerta de mi habitación. La puerta era de doble hoja, entonces abría la parte superior y enseñaba a los peluches como si fueran marionetas.
Pero sin duda la mascota a la que más cariño he tenido ha sido a una perra, llamada Piti, no era un perro muy grande, era marrón y con una mancha blanca en la frente que tenía forma de estrella.
Estaba en la finca de mi padre y cuando iba allí, casi siempre por la tarde, no paraba de jugar con ella y, estoy seguro de que ella estaba deseando que yo apareciera por allí, recuerdo la época de las cerezas, cuando tendría alrededor de cuatro años, nos sentábamos en el tractor, al lado de las cajas de las cerezas y empezaba a comerlas. También se las ofrecía a la perra, pero no le hací
an mucha gracia.
Otro juguete con el que siempre he jugado a sido, con el balón, recuerdo cuando estaba en el colegio, los recreos, los partidos, los enfados al perder, pero al día siguiente todo se había olvidado.
De lo que no me olvidare, es de aquellas tardes de los viernes en los que estábamos deseando que el reloj de la clase marcara la cuatro y media para poder ser libres durante dos días. Esos últimos minutos eran interminables, parecía que el segundero tardaba demasiado en dar una vuelta completa, pero al fin y al cabo siempre llegaba.
Nuestro tiempo de jugar al futbol, terminaba cuando llegaban los mayores y nos echaban, a veces nos poníamos a decir: ¡ esto es tan tuyo como mío ! Y con un par de pelotazos la pista era suya.
Y ahora el juego mayor quita al menor, sigue presente.

martes, 2 de febrero de 2010

UN BONITO RECUERDO

Me gustaba ir a la escuela. Todos nos conocíamos y nos llevábamos más o menos bien. Nos dividíamos en dos grupos: los pequeños y los grandes, los cuales eran muy respetados. En la parte de atrás del patio, había un campo de fútbol y allí jugaban los mayores, tanto chicos como chicas. No había ningún timbre que te indicara cuándo tenías que entrar o salir de clase así que nos guiábamos por las campanadas del reloj del ayuntamiento. El recreo se terminaba a las doce, y cuando empezaban sonar las campanadas, siempre queríamos que sonara otra más, y otra... y que no se terminaran nunca. Los días de lluvia no jugábamos al fútbol, nos quedábamos en el pasillo jugando al ping-pong, en los ordenadores o simplemente dando vueltas. No había cafetería así que cada uno llevaba algo de casa. Yo me llevaba galletas Oreo o lacitos, pero me comía poco porque todo el mundo me pedía algo. En clase nos juntábamos dos cursos y siempre sabías con quien te iba a tocar al año siguiente. Por un lado me gustaba, ya que ibas a estar con tus amigos de siempre, pero por otro no porque así nunca conocíamos a nadie nuevo.
Me acuerdo de una cocinita que teníamos cuando estábamos en parvulitos, siempre jugábamos con ella. Un día a la semana venía una madre de alguno de nosotros y hacía algo como leernos un cuento, tocar un instrumento... También me acuerdo de que en clase de inglés había una casita pequeña de cartón con todos los muebles, no le faltaba ninguno. A mí me encantó esa casita y les dije a mis padres que me compraran una igual. En mi curso éramos seis: tres chicos y tres chicas pero uno se fue a vivir a otro sitio y dos repitieron, así que nos quedamos tres: mi primo, mi mejor amiga y yo. Éramos pocos pero nos lo pasábamos bien. Como la escuela estaba en el pueblo, no teníamos que coger el autobus, excepto cuando íbamos de excursión. Una que recuerdo especialmente fue la que hicimos por el campo. Nuestro profesor nos escondía algún regalo y teníamos que ir buscándolo. Esta excursión la hacíamos bastantes veces. En una ocasión, tuvimos que llevar algo de plástico y algo de comida para enterrarlo y ver la diferencia que había entre materia orgánica e inrgánica. Volvimos días después para ver cual de los dos seguía allí. El profesor nos enseñó a hacer un reloj de sol y nos dijo que había una cueva secreta cerca de ese lugar. Todos los años, en las fiestas de invierno de mi pueblo, ponen los castillos hinchables y las camas elásticas en el patio de la escuela y en varias ocasiones nos dejaron montar durante los recreos sin tener que pagar nada.
Ahora, cuando voy a la escuela, recuerdo todos los años que estuve allí y me doy cuenta de que forma parte de mi vida.

lunes, 1 de febrero de 2010

Recuerdos de la escuela

Tengo muchos recuerdos de la escuela, ya han pasado cuatro años desde que la dejé pero aún recuerdo momentos como si hubieran pasado hace minutos. Teníamos una zona del patio que decíamos que era nuestra casa, poníamos los límites con las hojas de los árboles que caían en el otoño. Siempre la teníamos muy limpia, en los recreos con las palas la limpiábamos y así cada día. A veces de nuestras casas llevábamos algunas semillas y las plantábamos… aunque pocas veces salía alguna planta. Pero siempre teníamos discusiones con los chicos porque decía que eso no era nuestro y que ellos podían estar ahí, solo lo hacían para molestarnos. Se lo dijimos a nuestro profesor y echamos cara a cruz quien se quedaba esa parte del patio, ganamos nosotras. También recuerdo cada viernes por la tarde, después de comer con nuestro profesor nos íbamos al campo, siempre al mismo lugar y nos poníamos a jugar, nos enseñaba árboles, plantas… y decíamos que íbamos a hacer una cabaña, pero solo se dijo, aunque todos teníamos esa ilusión.

Este mismo profesor en su clase tenía gusanos de seda y siempre cada año nos daba cuatro o cinco gusanos gordos para que los cuidásemos, al cabo de unos años tuve muchísimos gusanos y tuve que tirar la caja en la que los guardaba, y al igual que yo también muchos amigos míos. Uno que se llamaba Jairo en su cumpleaños regalaba gusanos de seda. Los días que hacía buen tiempo, en los recreos, todos, chicos y chicas jugábamos al fútbol, nos lo pasábamos muy bien aunque muchas veces se enfadaban. Y en los días lluviosos nos quedábamos dentro del colegio, muchos jugaban al ping-pong, otros al ordenador y otros se quedan en clase pintando en la pizarra o hablando. Cuando estábamos en sexto, mi clase estaba formada por los de quinto y sexto, porque de sexto solo éramos tres, dos se habían quedado atrás y uno se había ido. Mi profesor se llamaba Don José, que le ha dado clases hasta a mis padres. Él casi nunca nos llamaba por nuestros nombres, éramos Coral, Jairo y yo, estos dos son primos, recuerdo que siempre nos llamaba, “el primo”, “la prima” y “la compañera” y ahora cuando lo pienso me entra la risa, también decía cosas que hacían gracia, tengo muy buenos recuerdos, este profesor hace unos años se jubiló y me dio bastante pena. Aquí están algunos de mis recuerdos sobre mi escuela y muchos de ellos son difíciles de explicar con unas cuantas palabras.

Mis antiguos juguetes

Cuando era pequeña me regalaron una jirafa de peluche. Cuando me operaron de estrabismo me la llevé, cuando me desperté de la anestesia solo quería a mi jirafa y gritaba todo el rato -quiero mi jirafa, quiero mi jirafa- y desde ese día no me separé de ella ni para dormir, incluso cuando íbamos de vacaciones me la llevaba para poder dormir con ella. Un día mi hermana le cortó una oreja y yo me enfadé mucho con ella e incluso la pegué por cortarle la oreja a mi jirafa, pero mi madre se la cosió y tuve que pedirle a mi hermana perdón. Está muy vieja y como dormía abrazada a su cuello en el cuello casi no tenía relleno, pero mi abuela la relleno y ahora la tengo encima de mi cama para que no se me olvide lo unidas que estábamos.
También tenía un elefante que también me gustaba mucho pero nunca dormí con él porque un día me lo llevé a casa de una amiga de mi madre y esta tenía una hija que tenía el mismo elefante, pero mientras estábamos jugando con los elefantes al suyo el gato le arañó y me dijo que había sido el mío y como yo era más pequeña pues no discutí con ella, pero era su elefante el que estaba roto , que conste.
También me gustaban mucho las "Barbies" y sus complementos. Tenía la casa, la cocina, y el servicio. Mi muñeca favorita era una pálida con unos tirabuzones largos castaños y los ojos marrones, con la que jugaba todo el día en el colegio y en casa, pero cuando me hice mayor mi madre la llevo al colegio para que los niños jugaran y cuando un día fui a la escuela le faltaba un brazo. Por lo visto casi todos mis juguetes acabaron mal.

Mis recuerdos del comedor

Aquellos años parecen lejanos… Recuerdo los días monótonos en clase, hora tras hora mirando el reloj, deseando oír el timbre de la campana. El recreo duraba demasiado poco, quizá esto tan solo fuera una sensación y se debiese a lo bien que lo pasábamos o, a lo mejor, es que nos dejaban escaso tiempo para descansar. Mis mejores recuerdos de esta época son de las horas en el comedor. Tras sonar el timbre bajábamos las escaleras y entrábamos lentamente en aquella sala. Ahora, al pensar en ello, me parece una habitación un tanto desoladora: niños pequeños que no querían comer, otros a los que no les gustaba nada, algunos que tenían alergia… pero entonces era divertido. Todos los días nos sentábamos en el mismo sitio, yo siempre al lado de mis mejores amigas: Diana y Henar. Una vez allí empezábamos a charlar durante largo rato sin probar bocado. En realidad la comida era bastante mala, pero debo reconocer que ése no era el único motivo por el que me negaba a comer; la verdad es que, además de que me daban asco los platos, vasos y cubiertos, tenía una especie de reto personal con las cuidadoras. Ahora lo pienso y esto último me parece una tontería, pero antes le daba importancia. Consistía en intentar que me quitaran el plato comiendo lo menso posible. Diana y yo siempre éramos de las últimas en acabar. Las cuidadoras nos decían que comiéramos un poco más, incluso, a veces, cuando éramos pequeñas, nos daban la comida; pero al final se rendían y tenían que quitarnos el plato casi lleno, aunque, a menudo, recurríamos a ciertas “estrategias” para conseguirlo. En ocasiones envolvíamos la comida en servilletas y la tirábamos a la basura, había gente que también la metía dentro de la panera o debajo de la mesa. Recuerdo las bolas de pan volando por el aire y cayendo en platos y vasos. Visto así parece que éramos niños bien comidos y desagradecidos que tirábamos la comida porque no teníamos ni una pizca de hambre, pero yo sé que era más que eso. Es verdad que nos divertía, incluso era emocionante hacerlo sin que se dieran cuenta las encargadas, pero nosotros no teníamos la culpa de que la comida supiese tan mal, de que los cubiertos tuviesen pegotes y de que apareciesen pelos e, incluso, moscas muertas en los platos. Tanto era el asco que me causaba que no recuerdo la última vez que bebí en uno de aquellos vasos. Él mío siempre se quedaba dado la vuelta, porque era seguro que no lo iba a utilizar. El comedor se iba vaciando poco a poco y, al final, siempre quedábamos Diana, alguno que no le había gustado la comida de ese día y yo. A veces, por tardar tanto, nos castigaban limpiando las mesas y barriendo el suelo. Si esto sucediese ahora, me habría negado rotundamente por el simple hecho de ser un castigo injusto, pero antes me parecía hasta entretenido. Tras realizar la tarea siempre nos daban algún caramelo. Cuando por fin conseguíamos salir, íbamos al patio del colegio. Nos reuníamos con Henar y algún amigo más. Allí jugábamos a todo tipo de cosas; desde barrer la tierra y marcar los límites de nuestras cabañas, hasta entrar en fincas privadas en busca de “el fantasma”. Cuando éramos pequeñas creamos la leyenda de que en el colegio vivía un fantasma. Todo comenzó un día que íbamos al baño y la puerta se abrió sola. Pensamos que habría sido una ráfaga de aire, así que, al principio, no le dimos mucha importancia. Luego empezamos a escuchar “voces” y salimos de allí rápidamente. Fue así como empezamos a desarrollar nuestra imaginación hasta el punto de no poder ir solas al servicio. Recuerdo que al principio era como un juego, pero sin darnos cuenta fuimos involucrándonos poco a poco y, al final, vivimos una temporada en la que pasamos bastante miedo. No sé por qué, pero nos metíamos en aquellas fincas en busca de alguna señal, algo que nos ayudara a encontrar a “el fantasma”. No era demasiado difícil salir del colegio porque las vallas estaban rotas; aunque más de una vez nos metimos en problemas. Así fueron pasando los años, cada uno era diferente al anterior. Íbamos inventando juegos y conociendo nuevos amigos; las únicas que permanecimos siempre juntas fuimos nosotras, las mejores amigas del mundo según decíamos, las inseparables… así éramos Diana y yo.

Los juguetes de mi niñez

Cajas de cartón cerradas, llenas de juguetes olvidados… Me miro al espejo pero no me reconozco. ¿Dónde está la niña que jugaba con muñecas? Para mí siempre fueron mi mayor tesoro. Las cuidaba con delicadeza y cariño, como si tuvieran vida propia, como si necesitasen a alguien que se ocupara de ellas. Las peinaba durante largo rato, hasta que su pelo quedaba totalmente liso; luego solía hacerles coletas o trenzas que deshacía una y otra vez hasta que estuviesen perfectas. Después les probaba todo tipo de vestidos, faldas, camisas y zapatos. El conjunto más bonito estaba reservado para mi Barbie preferida. Se trataba de un vestido de encaje rosa por encima de la rodilla a juego con unos zapatitos de tacón. Desde muy pequeña me ha gustado jugar con estas muñecas. Tenía muchos de sus complementos; un tocador con espejo, sillas, mesas, incluso un probador y una caja para simular una tienda de ropa. Sin embargo, yo prefería jugar con muñecas de mayor tamaño. Esas que son tan parecidas a los bebés que hacen despertar el instinto maternal. Recuerdo que mi primer muñeco tenía el cuerpo hecho de tela y las manos, piernas y cabeza de plástico. De su torso sobresalía un hilo y al tirar de él sonaba una dulce nana. Siempre le tuve especial cariño porque, además de ser el primero y haber jugado mucho con él, me lo regalaron el día que nació mi hermano. Yo no había cumplido ni los dos años, pero jamás olvidaré la ilusión que me hizo. Otro juguete que también disfruté mucho fue los Playmobil. Una vez los Reyes Magos le regalaron a mi hermano el barco pirata. A mí, en ese momento no me llamaba mucho la atención pero, un día que estaba aburrida, decidí ponerme a jugar con él. Me lo pasé tan bien que a menudo solía ir al cuarto de mi hermano para cogérselo y llevarlo a la mía. Creo que lo que tanto me gustó fue el realismo con que el barco estaba hecho; tenía un camarote al que se le podía desmontar el techo para colocar allí a los personajes. Dentro había una mesa, varios muebles y estanterías y algún cuadro. Fuera se encontraban la popa y la proa, además de mástiles con banderas. También había un ancla que se movía dándole vueltas a una rueda. La bodega estaba llena de escaleras móviles, cofres de tesoros, cajitas con comida y platos…, incluso tenía cañones y bombas y una barquita por si la necesitaban en caso de accidente. Todo estaba perfectamente detallado. Tanto me gustó que después decidí pedir el parque de los Playmobil, que constaba de atracciones, plantas, dos cuidadoras y muchos niños. Más tarde nos regalaron la Play Station. El primer juego de Play que tuve fue el de Mario Bross. Consistía en ir salteando a los “malos” y pasando de pantalla, para poder rescatar a la princesa. Yo insistía una y otra vez hasta que, al fin, un día con suerte, conseguí el objetivo. En ese momento no me daba cuenta, pero los juguetes cada vez tenían menos importancia para mí. Otra cosa que siempre me encantó y aún me gustan son los peluches. A veces, cuando me enfadaba con mis padres o cuando me sentía triste, los estrechaba entre mis brazos y me acurrucaba a su lado en la cama. Uno de mis mejores peluches, que aún conservo, es un oso acaramelado con los ojos negro azabache. Antes me parecía enorme; era bastante más grande que yo y por eso lo llamaba “Osote”. Un día decidí guardarlo en una bolsa de plástico y al cabo de unos años me reencontré de nuevo con él; no me podía creer que fuera “Osote”… en ese momento me pareció mucho más pequeño; yo estaba segura de que habría una explicación, que éste sería otro peluche, el mío debía estar guardado en algún sitio. Pero mi madre me convenció y me dijo que no era él el que había cambiado, sino yo. En ese momento me di cuenta de lo mucho que había crecido; no sólo de tamaño, sino de carácter. Ya no me apetecía cuidar a las muñecas, ni jugar a los Playmobil. Ahora prefería quedar con mis amigas para hablar y divertirnos, o utilizar el ordenador. No era consciente, pero los años iban pasando poco a poco y la niña que llevaba dentro se fue quedando atrás.

JOSE MARÍA

Jose maría era mi profesor en 3º y 4º, era un personaje muy estrambótico, que todo el mundo pensaba de él que estaba loco.
Tenía varias frases célebres que empleaba con frecuencia:"que, ya estas subio a la pata ´el gallinero".
Me acuerdo que con frecuencia cortaba las clases de matemáticas o de lengua para preguntar a la gente que tenía gallinas que si le escondían los huevos, o que cuantos huevos ponen las gallinas.
Siempre que alguien no estaba atendiendo, con una gran sonrisa, y toda la buena intención del mundo, cogería una tiza, y se la lanzaría a la cabeza (y he de decir que su puntería era infranqueable).
Muchas veces no se le entendía cuando hablaba, pero siempre se le entendían las gracias.
una vez pasado de curso, ya por quinto, vi lo que el solía hacer cuando se escusaba y salía de clase después de habernos dejado tarea; se trataba nada más y nada menos que de ir a alguna clase, y acercarse al niño de la clase que más problemas de inteligencia tuviera, sacar todo el dinero que tuviera encima (que solía ser bastante), y lo pondría en la mesa del niño, diciéndole que si acertaba la cantidad, se lo podría quedar; recuerdo que entre Víctor y Alberto de Castro(tachu)
lo intentaron pero no había forma, (y no se si se lo hubiera dado si acertaban ).
También recuerdo que unos carnabales se vistió de toro con calzoncillos de corazones.
Alguna vez le veo por la calle, le saludo y él me sigue preguntando si las gallinas me esconden los huevos.