Era aquel mismo sillón, el de la casa solariega de la playa, donde nos solíamos sentar y nos contábamos historias. Me recorrió una extraña sensación de alegría y tristeza a la vez, al recordar aquel último día junto a la playa. Te sentaste en el sillón y te llevaste la mano a la frente, como preocupado. No tarde en seguirte, me senté a los pies del sillón, sabía que te estabas haciendo el duro. Pero no tardaste en sentarte a mí lado, a los pies del sillón. Me hiciste prometer que nos volveríamos a ver, en esa misma playa, que volveríamos a contarnos historias, bajo la luz de la Luna, que volveríamos a ver el atardecer, acurrucados a los pies de aquel sillón. Y yo respondí: te lo prometo. con lágrimas en los ojos. Me pasaste el brazo por los hombros y me abrazaste, enterrando tu cara en mi pelo. Estaba atardeciendo, tú acariciabas mi pelo, con aire ausente, yo cerraba los ojos y dejaba que la suave brisa del mar acariciase mi rostro, mientras deseaba que el tiempo se parase. Fue entonces cuando preguntaste: ¿En que piensas? Sonreí sin responderte, sabías perfectamente lo que pensaba.
Ahora miro el sillón, plantado en mitad de la terraza, acumulando polvo, patético y solitario, parecía burlarse de mí, tentándome a recordar lo olvidado.
El sol se estaba poniendo, y lanzaba mil destellos dorados y era un día idéntico a esos de hace 20 años. Y desde entonces te busco, para cumplir la promesa que te hice hace 20 años.
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