Su voz llenó la noche al igual que la oscuridad, acechante a nuestro alrededor. Todos nos juntamos más unos a otros, nos acercamos arrastrándonos por el suelo hacia la pequeña hoguera que habíamos encendido. Intentábamos hacer el menor ruido posible, no queríamos llamar la atención de las criaturas que podría haber en el bosque, pues sabíamos por experiencia que podían ser peligrosos. Sentí a Marco sentado junto a mí, y a mi padre justo al otro lado. Les habría dedicado una mirada de temor, si hubiera sido capaz de apartar solo un instante los ojos de su cara. Aquel rostro de rasgos feroces, sucios, duros. Con esos labios, cortados por el frío, de entre los que salía el rugido que tenía por voz, arañándonos, rasgando el aire y la tranquila quietud de la noche.
Cerré los ojos y pensé en el pasado, como es debido en la noche del soldado. Mi tío era traficante, por eso de pequeña tuve suerte y todo tipo de productos exóticos llegaban a mis manos. Había visto cientos de veces esas películas antiguas que habían escapado de la masacre, que trataban del futuro, de la gran tecnología e innovación que habría, de lo avanzada que llegaría a estar la humanidad, de los sueños de conquistas espaciales, de crear vida con metal, de atravesar la ciudad volando en naves espaciales. Habría sido bonito, muy bonito que todo eso se hubiera cumplido. Miré a mi alrededor, las pequeñas cuevas en las que nos refugiábamos durante esa noche, quedaban un poco más allá, demasiado rodeadas del espeso bosque salvaje como para verlas. Temblé con un escalofrío. Miré a todo el mundo que se encontraba en aquel círculo. Todos meditaban sobre el pasado con los ojos cerrados. Miré a Marco. Seguro que él soñaba con cómo sería vivir en una nueva civilización. Pensaría en las calles llenas de gente, los coches, las casas, la comida en abundancia, el sol en lo alto del cielo y no de un color rojo oscuro, no, de color amarillo dorado como decían que era antes, hermoso y cálido. No conseguí reprimir un suspiro. Y yo también pensé en el pasado. Recordé el viejo libro de geografía que había traído mi tío de una de sus excursiones a las ruinas en busca de alimento. Pensé en aquella época en la que mi madre me enseñó a leer, justo antes de que nos la arrebatasen las inundaciones.
- Es el momento de que pensemos en lo que teníamos, lo que perdimos, en el pasado y en nuestro futuro.
No pude evitar pensar en que todo aquello parecía casi un ritual.
- La noche del soldado. –repitió.
Y en verdad se notaba en el ambiente que era esa noche. La noche del 24 de Agosto. La barrera invisible entre la época helada y la época de sequía, que duraba casi hasta finales de año. Sonreí, llegaba el calor, y el quedo viento presagiaba como siempre, la llegada de las sequías a nuestra zona. Esa mañana había comenzado la recogida común de agua...
- La leyenda del soldado. –susurró Marco junto a mi oído.
Rocé suavemente su mano con la mía y dejé volar mi imaginación, perdida en las historias antiguas. Aquí todo el mundo conoce la leyenda del soldado, es la más antigua que tenemos.

Y desde ese momento la gente jura que los dos, juntos pasan las horas sentados en ese árbol, mirando al infinito, aguardando la paz que nunca conseguirán, con la eterna esperanza, perpetuando su amor más allá del tiempo e incluso de la muerte.
Mi padre me sacudió el brazo para llamar mi atención.
- ¿Dónde está tu hermano?
- Salió de misión con los otros.
- Pero deberían haber vuelto ya... ¿no les habrá pasado algo?
Entonces sentí a Marco levantarse a mi lado y me giré justo para ver cómo se acercaban.
- Ahí están... –susurré y mi padre respiró aliviado.
- ¿Llegamos muy tarde? –preguntó uno de los chicos que acababan de llegar.

- Tengo algo para ti...
Y sonrió con su sonrisa más grande y protectora de todas las que tenía. Me enseñó el puño cerrado, y al abrirlo se descolgó un precioso colgante de piedra traslúcida.
- Lo encontré entre los restos de un edificio. Tenía pinta de ser uno de esos edificios enormes, como los que aparecían en las fotos de las grandes ciudades...
- ¿Los de muros de cristal?
- Exactamente.
Lo cogí con dedos trémulos y sonreí.
- Me encanta.
- Feliz noche del soldado, enana.
Y me abrazó. Por encima del hombro de mi hermano, vi la cara de Marco que me miraba con añoranza.


Marco me tomó de la mano aprovechando la oscuridad que nos rodeaba y sentí que todavía nos quedaba una vida entera por delante.
En mi mente apareció la esperanza. Quizá todavía no estaba todo perdido.
Porque al fin y al cabo, era la noche del soldado. Y de eso se trataba aquella noche; de no perder la esperanza.
1 comentario:
Corrige: el soñaba, como sería. Me gusta mucho. El tono apocalíptico se parece a "La carretera", pero es original, propio. Y existe, cómo no, esa tensión sexual no resuelta. Casi perfecto.
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