A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

jueves, 10 de junio de 2010

El día antes de la felicidad

Me había levantado muy temprano porque tenía muchísimas cosas que hacer, pero mi estado de ánimo estaba por las nubes, era la víspera de mi boda.
Una ducha fría para espabilarme, zumo de naranja, café y croissant.
-Pero hija, come más despacio que te va a sentar mal…
Como siempre mamá cuidándome como si aún fuera una niña, en ese momento pensé que quizá echaría de menos sus mimos constantes.
Cogí el coche y todo lo veloz que me lo permitían las normas de tráfico partí hacia el centro de estética, primera parada: manicura y pedicura, limpieza profunda de cutis, y masaje para quitar las células muertas y activar las vivas para estar guapa el día de mañana, después sesión de rayos uva para quitar un poco la palidez invernal.
-Queda un poco triste para una boda-me había aconsejado la esteticista, lástima que le hiciera caso porque en el escote me quedó una mancha de un color bastante más oscuro que la cara.
Segunda parada: la modista para la última prueba del vestido. A duras penas pude meterme dentro.
-Pero Irene ¿Qué has desayunado hoy?
-No me creyó cuando se lo dije, y yo no le creí a ella cuando me dijo que me tomó las últimas medidas a la perfección.
-No pongas esa cara que esto tiene fácil solución, es un par de centímetros nada más, hoy estás a base de agua y una manzana, es un truco de mi sobrina Lorena, no falla.
Malhumorada y muy preocupada pensando en el probable desmayo el día de la boda a causa del ayuno me fui a la peluquería para verificar que el moño que tanto me gustaba podría llevarlo sobre mi cabeza, tenía un pelo tan liso como un folio en blanco y el efecto de los rulos no me duraban más de una hora.
-Vamos a tener que hacerte un moldeado, no me mires así, es que si nó no hay manera- confiando pues en el buen hacer mi peluquera de siempre, y la de toda la vida de mi madre, esperé pacientemente a que el mejunje hiciera su trabajo. Me quedé horrorizada cuando vi mi antes lisa y brillante melena convertida en algo así como un plato de espaguetis refritos.
-Tranquila, es normal en tu pelo, te va a quedar un moño de fábula.
Efectivamente el moño quedaba fantástico, pero no me veía con ese moño durante el tiempo que volviera a tener mi pelo natural, es decir dos años como poco, ¡ay Dios mío, que mal iba el día y solamente eran las dos y media!
Sin hacer caso de la recomendación de la modista me metí en un MacDonals y pedí la doble especial, y después un helado de nata con chocolate caliente, me merecía un premio.
Llamé a Roberto, mi futuro marido, y una voz extraña me contestó al otro lado:
-Hola gariño, ¿gomo llevas el día?
-¿Roberto? acerté a preguntar.
-Sí, soy yo, anoche debí de coger algo de frio y tengo un poco de gadarro.
-¿Un poco?, pero Roberto ¡que la boda es mañana!.
-No te preogupes gariño, estoy tomando un garabe que me gurará en un par de horas.
Desesperada puse rumbo a casa, a mi dormitorio, a tomarme un tubo de tranquilizantes y poder dormir dos días seguidos, y despertar para poder recordar este día como una pesadilla.
Me imaginé del brazo de papá por el pasillo alfombrado de flores, caminando hacia el altar, y todas las miradas puestas en la mancha oscura de mi escote, con la cara roja a fuerza de contener la respiración para no estallar el vestido, y finalmente con Roberto diciendo el “Sí, guiero” con esa horrible voz gutural mientras moqueaba sobre mi mano al ponerme el anillo.
En la loca carrera hacia mi habitación choqué contra mi madre, que me abrazó y me dijo dulcemente:
-Tranquila hijita que te voy a hacer una tila para los nervios.
- Pero es que tú no sabes…, no sabes…
No pude continuar y me eché a llorar amargamente sobre su hombro.
-¡¿Pero qué diablos pasa?!, acudió mi padre al oír los lamentos de su retoño.
-Nada Enrique, no es nada, son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad- respondió mi madre, y me besó en el pelo estropajoso con afecto maternal.

1 comentario:

José A. Sáinz dijo...

Genial. Aunque la puntuación a veces no es la más ortodoxa, contribuye a ese aire alocado que tiene todo el texto. Muy logrado.