B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo: Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
lunes, 31 de mayo de 2010
La mejor noticia
- Son cosas que pasan el día antes.
- ¿El día antes de qué?
- El día antes de la felicidad. ¡Ya vas a poder andar!
Tanto tiempo esperando esa frase que cuando el médico la pronunció no supimos reaccionar, aunque la sonrisa de mi hermano lo dijo todo.
domingo, 30 de mayo de 2010
Melancolía en las familias
La Boda
-Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
Esto se decían Lidia y David el día antes de su boda. Lidia estaba muy nerviosa y David intentaba tranquilizarla.
Como dicen que trae mal suerte ver a la novia con el traje antes de estar en la iglesia, Lidia se fue a dormir a casa de sus padres para prepararse por la mañana y que David no viera nada.
Unos meses antes de esta boda, Lidia era profesora de matemáticas en un instituto. Poco a poco ella y otro profesor se fueron conociendo y acabaron enamorándose. Éste era profesor de educación física y se llamaba David. Todo les iba muy bien, hasta que llegó Erik. Un hombre más joven que David, de la edad de Lidia y mucho más atractivo. Erik era el padre de una alumna. Fue a hablar con Lidia porque a su hija se la daban mal las matemáticas. Lidia y Erik con la escusa de que su hija iba mal en matemáticas se veían continuamente. David se estaba mosqueado al verlos tanto tiempo juntos. Pero un día la relación de Erik y Lidia llegó a algo más. Erik al ver que estaba estropeando una relación, la de David y Lidia, decidió irse. Lidia estuvo muy triste durante algunas semanas, porque se había enamorado de él y ya no quería a David. Aunque esto nunca se lo dijo a nadie. Ella siguió la relación con él. A los pocos meses David le pidió matrimonio. Ella aceptó.
Era la noche del gran día y Lidia estaba en su antigua habitación, en la casa de sus padres. No sabía por qué pero no podía dejar de pensar en Erik, no estaba realmente segura de que se quisiera casar. Tenía que darse cuenta de que Erik había desaparecido de su vida, que ya estaría con otra mujer. Pero Lidia no paraba de mirar la foto de su móvil en la que él salía. Sabía que con David no iba a ser realmente feliz. Tanto tiempo estar meditando hizo que se quedara dormida. Al día siguiente como si no pasara nada sus hermanas empezaron a peinarla, se puso el vestido… cómo si todo fuera tan normal. Pero antes de irse hacía la iglesia escribió una carta. Ya iba en la limusina hacía la iglesia, estaba muy nerviosa, más que nunca. Cuando llegó todo el mundo la felicitaba y ella sonreí falsamente. Al entrar en la iglesia sintió una fuerte presión, sabía que iba a hacer mucho daño a una persona que también quería mucho pero no tanto como a Erik. Estaban los dos sentados cuando Lidia dijo:
-Antes de comenzar quiero decir unas palabras a David.
Lidia se levantó y se puso en el atril con una hoja de papel. Empezó a leer:
-David, espero que algún día puedas perdonarme. Hoy debería de ser un día grandioso para nosotros, creo que para ti sí que lo era, pero para mí no tanto. Ayer pensando en la cama me di cuenta de que si me casaba contigo me estaba engañando a mí misma. Por lo tanto no puedo hacerlo, estoy enamorada de una persona, que no sé ni dónde está. Lo siento David, eres genial, pero te mereces a alguien que te quiera de verdad.
David estaba con los ojos llorosos al igual que Lidia. Entonces David dijo:
-Lidia, ¿De quién estas enamorada?
- De Erik.
Erik se encontraba en la boda, David lo había invitado para darla una sorpresa, él pensaba que habían sido muy buenos amigos, por lo tanto quería que Erik estuvieran en su boda.
Al escuchar su nombre, Erik se levanto y dijo:
-¡Lidia!
Lidia con los nervios ni le había visto. Los dos corrieron a abrazarse y Erik le dijo:
-¿Quieres casarte conmigo?
Ella miró a David, él asintió con la cabeza.
-Sí, sí quiero casarme contigo.
La boda siguió.
Ahora David y Lidia son muy buenos amigos. Erik y Lidia están felizmente casados y dentro de 9 meses esperan un bebe.
La Boda
-Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
Esto se decían Lidia y David el día antes de su boda. Lidia estaba muy nerviosa y David intentaba tranquilizarla.
Como dicen que trae mal suerte ver a la novia con el traje antes de estar en la iglesia, Lidia se fue a dormir a casa de sus padres para prepararse por la mañana y que David no viera nada.
Unos meses antes de esta boda, Lidia era profesora de matemáticas en un instituto. Poco a poco ella y otro profesor se fueron conociendo y acabaron enamorándose. Éste era profesor de educación física y se llamaba David. Todo les iba muy bien, hasta que llegó Erik. Un hombre más joven que David, de la edad de Lidia y mucho más atractivo. Erik era el padre de una alumna. Fue a hablar con Lidia porque a su hija se la daban mal las matemáticas. Lidia y Erik con la escusa de que su hija iba mal en matemáticas se veían continuamente. David se estaba mosqueado al verlos tanto tiempo juntos. Pero un día la relación de Erik y Lidia llegó a algo más. Erik al ver que estaba estropeando una relación, la de David y Lidia, decidió irse. Lidia estuvo muy triste durante algunas semanas, porque se había enamorado de él y ya no quería a David. Aunque esto nunca se lo dijo a nadie. Ella siguió la relación con él. A los pocos meses David le pidió matrimonio. Ella aceptó.
Era la noche del gran día y Lidia estaba en su antigua habitación, en la casa de sus padres. No sabía por qué pero no podía dejar de pensar en Erik, no estaba realmente segura de que se quisiera casar. Tenía que darse cuenta de que Erik había desaparecido de su vida, que ya estaría con otra mujer. Pero Lidia no paraba de mirar la foto de su móvil en la que él salía. Sabía que con David no iba a ser realmente feliz. Tanto tiempo estar meditando hizo que se quedara dormida. Al día siguiente como si no pasara nada sus hermanas empezaron a peinarla, se puso el vestido… cómo si todo fuera tan normal. Pero antes de irse hacía la iglesia escribió una carta. Ya iba en la limusina hacía la iglesia, estaba muy nerviosa, más que nunca. Cuando llegó todo el mundo la felicitaba y ella sonreí falsamente. Al entrar en la iglesia sintió una fuerte presión, sabía que iba a hacer mucho daño a una persona que también quería mucho pero no tanto como a Erik. Estaban los dos sentados cuando Lidia dijo:
-Antes de comenzar quiero decir unas palabras a David.
Lidia se levantó y se puso en el atril con una hoja de papel. Empezó a leer:
-David, espero que algún día puedas perdonarme. Hoy debería de ser un día grandioso para nosotros, creo que para ti sí que lo era, pero para mí no tanto. Ayer pensando en la cama me di cuenta de que si me casaba contigo me estaba engañando a mí misma. Por lo tanto no puedo hacerlo, estoy enamorada de una persona, que no sé ni dónde está. Lo siento David, eres genial, pero te mereces a alguien que te quiera de verdad.
David estaba con los ojos llorosos al igual que Lidia. Entonces David dijo:
-Lidia, ¿De quién estas enamorada?
- De Erik.
Erik se encontraba en la boda, David lo había invitado para darla una sorpresa, él pensaba que habían sido muy buenos amigos, por lo tanto quería que Erik estuvieran en su boda.
Al escuchar su nombre, Erik se levanto y dijo:
-¡Lidia!
Lidia con los nervios ni le había visto. Los dos corrieron a abrazarse y Erik le dijo:
-¿Quieres casarte conmigo?
Ella miró a David, él asintió con la cabeza.
-Sí, sí quiero casarme contigo.
La boda siguió.
Ahora David y Lidia son muy buenos amigos. Erik y Lidia están felizmente casados y dentro de 9 meses esperan un bebe.
viernes, 28 de mayo de 2010
El espejo
Después de esto ella siguió apareciendo ante mí, aunque nunca decía nada, pero era como si me estuviera vigilando, era como si tratase de advertirme de algo que estaba por llegar, pero algunas veces pienso si estas visiones serán fruto de mi imaginación, si después de todo estaré loca.
lunes, 24 de mayo de 2010
Mis últimos días
domingo, 23 de mayo de 2010
mi caballo de los sueños
Él obedecía mis órdenes; también parecía ansioso por descubrir lugares solitarios y hermosos. Cada noche era diferente. Recuerdo que un día me llevó al borde de un lago. El agua cristalina reflejaba la luna, esplendorosa y arrogante. Tan solo se oía el murmullo del viento y, de vez en cuando, el canto de algún búho. Todo era maravilloso allí. Me tumbaba sobre la hierba húmeda a causa de la cercanía del agua y miraba hacia el cielo. Me dedicaba a observar las estrellas. Al hacerlo me sentía pequeña y esto me ayudaba a liberarme de mis preocupaciones. Dejaba desarrollar mi imaginación. A menudo solía preguntarme qué habría pasado si hubiera nacido en una familia pobre. Quizá hubiera sido más feliz y no hubiera tenido una vida tan reprimida y controlada. Me entristecía mi forma de vida. Tenía todos los lujos que una chica de mi edad pudiera desear: ropa, una gran casa, dinero, criados, buenos coches… pero me faltaba lo más importante: el cariño de mis padres, el sentir que alguien se preocupaba verdaderamente por lo que yo pudiera sentir o pensar, el derecho a la libertad… Yo quería cambiar mi suerte, no deseaba acabar casada con algún hombre rico sólo por conveniencia. Cuando me sentía demasiado aturdida me desprendía de mis ropas incómodas, me soltaba el pelo y me daba un baño a la luz de la luna. Allí era feliz, gracias a mis sueños pude conseguir lo que nunca hubiera sido posible en la realidad. Aunque esto de realidad es muy relativo, pues para mí también era realidad el escapar todas las noches de mi casa y galopar al compás del viento; me sentía libre como los pájaros que vuelan de aquí para allá a su antojo. Libre, que bonita palabra… si no fuera por mi buen amigo, mi cómplice, mi gran caballo de los sueños, jamás la habría descubierto.
Melancolía en las familias
La melancolía es un sentimiento de tristeza que hace que quien la padece no tenga ganas de hacer nada. La pena y el recuerdo son sentimientos que normalmente acompañan a este malestar. Si está mucho tiempo en nuestro cuerpo puede pasar de un malestar a una enfermedad. A los melancólicos les gusta la soledad, escribir poesías, pasear durante mucho tiempo y pintar cuadros, eso si siempre sus obras tienen un aire triste. También puede acabar en una depresión y las consecuencias son graves. Los melancólicos son gente infeliz e insatisfecha. Pero no siempre es tan grave, algunas veces el sentimiento de melancolía es pasajero y se supera fácilmente con ayuda de tu familia y amigos. Las personas mayores pueden ponerse melancólicos cuando ven que se les va acabando la vida y recuerdan su infancia y juventud. Los desengaños amorosos o algunos amigos que recuerdas también pueden causar melancolía. O al recordar lugares que visitaste y te lo pasaste muy bien. A mi abuela le daba mucha melancolía cuando recordaba las fiestas familiares que se celebraban con motivo de una boda, las matanzas o fiestas patronales, porque decía que entonces con menos dinero lo pasaban mejor. Mi abuelo se pone melancólico cuando habla de los amigos nuevos que hizo en la mili o de lo duro que fue emigrar a Francia y encontrar casa y trabajo. Mi madre recuerda con melancolía cuando vivía en un barrio donde no tenían las calles asfaltadas y se pasaba todo el día jugando en la calle con los hijos de los vecinos y con una peseta compraba chucherías los domingos después de misa. Mi padre recuerda con melancolía cuando era joven y estaba soltero, porque veía a sus amigos todos los días y los fines de semana se hartaba de cubatas de JB con Coca-Cola. También se acuerda con melancolía de su primer coche, un Renault 8 que hacía mucho ruido. Claro que estos momentos melancólicos no tienen ninguna importancia y sirven solo para pasar un rato de conversación cuando la familia se reune.
miércoles, 19 de mayo de 2010
La calle destruida
Yo vivo en una ciudad de España, de las más pequeñas y tranquilas, pero para mí es la más bonita. La he cogido tanto cariño que no me veo viviendo en otro lugar que no sea este. Mi barrio es de los más céntricos, pero a pesar de eso tiene un hermoso jardín con un pequeño lago lleno de pavos reales y patos, muchas fuentes con pececitos pequeños de miles de colores, bancos donde te puedes sentar, e incluso ahora han montado un pequeño gimnasio donde podemos hacer un poco de deporte. Todo esto estaba muy bien, pero desde hace un año las cosas empezaron a cambiar. Para acceder a este precioso lugar hay que cruzar una calle peatonal que siempre estaba llena de gente. Podías ver a niños jugando, viejecitos sentados en los bancos leyendo el periódico, jóvenes escuchando música, señores haciendo la compra, etc. Pero un día vimos como el suelo iba cediendo por algunos sitios, después salieron grietas, que día tras día se veía como aumentaban de tamaño. Dimos parte de ello a las autoridades pero no nos hicieron caso. Nos contestaron que era una calle muy antigua y que algún problema tenía que tener. El tiempo iba pasando, nadie hacía nada y los problemas aumentaban. Los cortes de luz eran frecuentes, raro era el día que algún cable no se partiera o que alguna cañería no se rompiera.
Una noche me despertó un ruido extraño. Me levanté corriendo de la cama y me asomé a la terraza para ver que sucedía. Al principio no vi nada, pues no sabía de que lugar procedía el ruido. Este cada vez era más fuerte y de repente algo mojó mi cara, entonces si que me asusté. Vi horrorizada como un chorro de agua cada vez subía más alto de la calle, con más fuerza. Y como el suelo desaparecía por algunas zonas. Me puse a gritar como si estuviese loca. Los vecinos salieron de sus casas para ver lo que sucedía. La calle quedó totalmente inundada de agua y el suministro eléctrico falló. En estas condiciones estuvimos varios días, hasta que los servicios de emergencia han ido restableciendo todo.
Esto que les cuento sucedió hace un año, pero hoy en día no podemos andar por muchos tramos de la calle, porque están llenos de montones de arena, socavones, máquinas, vallas que impiden el acceso al parque y lo peor de todo es que siguen saliendo nuevas grietas, y algunos vecinos han visto pequeños ratones entre los escombros.
Lo que antes era una calle con mucha vida, ahora es una calle en ruinas, una calle destruida.
La noche del soldado
Sentado en el tren que le llevaría al cuartel y de allí al frente, recordaba cómo habían sido los últimos días: las bromas con los compañeros del trabajo, las tardes en el río con los amigos, el sol calentando su piel, el agua, fría y cristalina, de su charca favorita; las comidas del domingo cuando toda la familia se reunía alrededor de la gran mesa del comedor y disfrutaban del asado que preparaba su madre, recordaba las risas de los más pequeños y las historias, a veces inverosímiles, de los mayores, recordaba también el olor a membrillo que llegaba del huerto, y los sabrosos tomates que comía del huerto.Pero sobre todo recordaba los últimos días con Marina; estaba enamorado de ella desde que iban al instituto, nunca le hizo el menor caso, era la chica más guapa de la clase y, más aún, la más guapa del pueblo, ¿por qué le iba a hacer caso a él, un chico tan corriente?.
No sabía ni cómo consiguió convencerla para tomar aquel primer café juntos, no hacía ni tres meses aún, después, todo fue mucho más fácil, el conocerse, el gustarse, el quererse…, tanto como para empezar a hacer planes juntos. Unos planes que ahora no sabía si podrían llevar a cabo…
El tren pasaba rápido atravesando la oscuridad de la noche, que era tan negra como sus pensamientos. En el compartimento dos ancianos roncaban ya hacia rato, no iban más soldados en aquel vagón pero sí los había visto subir al tren, algunos medio borrachos simulando una alegría que no sentían.
Él habría preferido estar solo y disfrutar así de la última noche como civil, aunque todos le despidieron como soldado, pero no quería serlo, no encontraba motivos ni razones para cambiar su vida y, como le había dicho su padre, darlo todo por la patria. ¿Por qué patria?, su patria estaba en aquel pequeño pueblo perdido en la montaña, en la casa de sus padres, en aquel comedor en el que la lumbre los calentaba a todos en el largo invierno, en su habitación, donde hasta hacía dos días tan solo, pudo dormir sin grandes preocupaciones, y donde hasta hacía dos días pudo soñar con un futuro prometedor. Su patria era su familia, sus amigos, su novia: esa era su patria.
Ahora, Dios sabe cuando podría volver a soñar, o tan siquiera a dormir tranquilo, por eso, esta noche no quería dormir para así alargar todo lo posible lo que quedaba de este día, de esos días que irremediablemente el tren alejaba cada vez más.
No sabía qué pintaba él en esa guerra, no sabia que podría hacer, a parte de sentarse a llorar. No sabía tampoco cuándo acabaría aquella larga noche que continuaría aún después de que amaneciera.
martes, 18 de mayo de 2010
La calle destruida
LA NOCHE DEL SOLDADO.
Su voz llenó la noche al igual que la oscuridad, acechante a nuestro alrededor. Todos nos juntamos más unos a otros, nos acercamos arrastrándonos por el suelo hacia la pequeña hoguera que habíamos encendido. Intentábamos hacer el menor ruido posible, no queríamos llamar la atención de las criaturas que podría haber en el bosque, pues sabíamos por experiencia que podían ser peligrosos. Sentí a Marco sentado junto a mí, y a mi padre justo al otro lado. Les habría dedicado una mirada de temor, si hubiera sido capaz de apartar solo un instante los ojos de su cara. Aquel rostro de rasgos feroces, sucios, duros. Con esos labios, cortados por el frío, de entre los que salía el rugido que tenía por voz, arañándonos, rasgando el aire y la tranquila quietud de la noche.
Cerré los ojos y pensé en el pasado, como es debido en la noche del soldado. Mi tío era traficante, por eso de pequeña tuve suerte y todo tipo de productos exóticos llegaban a mis manos. Había visto cientos de veces esas películas antiguas que habían escapado de la masacre, que trataban del futuro, de la gran tecnología e innovación que habría, de lo avanzada que llegaría a estar la humanidad, de los sueños de conquistas espaciales, de crear vida con metal, de atravesar la ciudad volando en naves espaciales. Habría sido bonito, muy bonito que todo eso se hubiera cumplido. Miré a mi alrededor, las pequeñas cuevas en las que nos refugiábamos durante esa noche, quedaban un poco más allá, demasiado rodeadas del espeso bosque salvaje como para verlas. Temblé con un escalofrío. Miré a todo el mundo que se encontraba en aquel círculo. Todos meditaban sobre el pasado con los ojos cerrados. Miré a Marco. Seguro que él soñaba con cómo sería vivir en una nueva civilización. Pensaría en las calles llenas de gente, los coches, las casas, la comida en abundancia, el sol en lo alto del cielo y no de un color rojo oscuro, no, de color amarillo dorado como decían que era antes, hermoso y cálido. No conseguí reprimir un suspiro. Y yo también pensé en el pasado. Recordé el viejo libro de geografía que había traído mi tío de una de sus excursiones a las ruinas en busca de alimento. Pensé en aquella época en la que mi madre me enseñó a leer, justo antes de que nos la arrebatasen las inundaciones.
- Es el momento de que pensemos en lo que teníamos, lo que perdimos, en el pasado y en nuestro futuro.
No pude evitar pensar en que todo aquello parecía casi un ritual.
- La noche del soldado. –repitió.
Y en verdad se notaba en el ambiente que era esa noche. La noche del 24 de Agosto. La barrera invisible entre la época helada y la época de sequía, que duraba casi hasta finales de año. Sonreí, llegaba el calor, y el quedo viento presagiaba como siempre, la llegada de las sequías a nuestra zona. Esa mañana había comenzado la recogida común de agua...
- La leyenda del soldado. –susurró Marco junto a mi oído.
Rocé suavemente su mano con la mía y dejé volar mi imaginación, perdida en las historias antiguas. Aquí todo el mundo conoce la leyenda del soldado, es la más antigua que tenemos.
Mi padre me sacudió el brazo para llamar mi atención.
- ¿Dónde está tu hermano?
- Salió de misión con los otros.
- Pero deberían haber vuelto ya... ¿no les habrá pasado algo?
Entonces sentí a Marco levantarse a mi lado y me giré justo para ver cómo se acercaban.
- Ahí están... –susurré y mi padre respiró aliviado.
- ¿Llegamos muy tarde? –preguntó uno de los chicos que acababan de llegar.
Y sonrió con su sonrisa más grande y protectora de todas las que tenía. Me enseñó el puño cerrado, y al abrirlo se descolgó un precioso colgante de piedra traslúcida.
- Lo encontré entre los restos de un edificio. Tenía pinta de ser uno de esos edificios enormes, como los que aparecían en las fotos de las grandes ciudades...
- ¿Los de muros de cristal?
- Exactamente.
Lo cogí con dedos trémulos y sonreí.
- Me encanta.
- Feliz noche del soldado, enana.
Y me abrazó. Por encima del hombro de mi hermano, vi la cara de Marco que me miraba con añoranza.