A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

lunes, 31 de mayo de 2010

La mejor noticia

Íbamos a arreglar la casa vieja del campo. Llevábamos bastante tiempo pensando en arreglarla pero al fin nos decidimos. Mi padre y mi hermano estaban reconsruyendo el tejado y mi madre y yo les llevábamos los materiales necesarios. Estaba bastante alto pero no les dio ningún miedo subirse. Mi madre se enfadó un poco porque subían y bajaban de las escaleras sin ninguna preocupación. Les repetía todo el tiempo que tuvieran cuidado, hasta que se cansó de que no le hiciesen caso. Ya casi habían terminado el tejado e iban a bajar a comer algo. Primero bajó mi padre, y mi madre no dejaba de decirle que tuviera cuidado, que se iba a caer. Cuando ya estaba en el suelo se rió de mi madre diciéndole "¿ves como no ha pasado nada?", pero mi madre seguía preocupada porque ahora tenía que bajar mi hermano. Mi padre y yo nos estábamos comiendo ya el bocadillo cuando oímos a mi madre chillar. Fuimos corriendo a ver lo que pasaba y vimos a mi hermano en el suelo y a mi madre llorando diciendo "se ha caído, se ha caído...". Nos quedamos todos un momento sin reaccionar y luego corrimos hacia mi hermano. No había perdido el conocimiento pero nos dijo que no se podía mover. Le llevamos rápidamente al hospital y después de una larga espera, nos dijeron que se había dañado la columna y que había perdido la movilidad en las piernas. Cuando entramos a verle estaba llorando, bueno, todos estábamos llorando y no nos podíamos creer lo que había pasado. Las semanas siguientes fueron las peores de mi vida y me imagino que las de mi hermano también. No le podía ver sentado en una silla de ruedas todo el día, sin jugar al fútbol, sin ir a la piscina. sin salir corriendo detrás de mí para tirarme al suelo y estar dos horas riéndonos. Me encantaba cuando hacía eso. Es verdad que todos los días nos peleábamos pero también es verdad que siempre acabábamos riéndonos. Yo me quedé todos los días en casa con él para que no se sintiera tan mal pero sabía que no era feliz. Íbamos bastantes veces a revisión, aunque ya sabíamos lo que nos iba a decir, pero mi hermano tenía la esperanza de que un día el médico le dijera "ya vas a poder andar". Todos sabíamos que el médico no iba a decir eso, incluso mi hermano, pero la esperanza es lo último que se pierde. Entramos todos a la consulta del médico y mientras que mis padres hablaban con él, yo me quedé con mi hermano. Estaba leyendo una revista cuando noté que alguien me dio una patada. Me di la vuelta y mi hermano estaba tan asombrado como yo. ¡Había movido la pierna! El médico vino rápidamente y después de hacer unas cuantas pruebas a mi hermano le dijo:
- Son cosas que pasan el día antes.
- ¿El día antes de qué?
- El día antes de la felicidad. ¡Ya vas a poder andar!
Tanto tiempo esperando esa frase que cuando el médico la pronunció no supimos reaccionar, aunque la sonrisa de mi hermano lo dijo todo.

domingo, 30 de mayo de 2010

Melancolía en las familias

Muchas son las familias que sienten melancolía por alguien, en especial aquellas que han perdido un familiar cercano, o hacia aquellas personas que se van a un sitio lejano y se quedan a vivir allí.
En mi familia esas dos situaciones se han alternado.
Varios familiares míos han muerto, e incluso últimamente un tío-abuelo mío que aunque no le conocía, me dio pena por la tristeza de mi padre. Otro caso fue el de Marcos. Marcos no era muy amigo mio, pero siempre que le veía le saludaba y él a mi también. Nos llevábamos muy bien desde pequeños, y me acuerdo que su madre todos los días por la tarde le llevaba a la plaza que está enfrente de la tienda antigua de mi madre y allí se juntaba con sus amigos, pero como yo siempre estaba por allí cerca, me iba con todos ellos. También me acuerdo de una merienda especial que le preparaba su madre, que era muy rara: mezclaba un potito, con yogurt y con cereales normales en el bol y se lo comía... eso me parecía muy raro.
El otro caso que se ha dado en mi familia ha sido la salida de mi prima Sandra a Londres.
Ahora vive allí y me alegro mucho por ella por que he encontrado un trabajo muy bueno, pero me gustaría que estuviese con nosotros. Antes vivía en Madrid, pero la veíamos todos o casi todos los fines de semana. Ahora la vemos solo dos o tres veces al año, y por muy poco tiempo.
Supongo que hay muchos tipos de melancolías en todo el mundo y sobre muchos temas, pero yo creo que estos dos son los más importantes y los que más le afectan a una familia.

La Boda

-Son cosas que pasan el día antes.

-¿El día antes de qué?

-El día antes de la felicidad.


Esto se decían Lidia y David el día antes de su boda. Lidia estaba muy nerviosa y David intentaba tranquilizarla.

Como dicen que trae mal suerte ver a la novia con el traje antes de estar en la iglesia, Lidia se fue a dormir a casa de sus padres para prepararse por la mañana y que David no viera nada.


Unos meses antes de esta boda, Lidia era profesora de matemáticas en un instituto. Poco a poco ella y otro profesor se fueron conociendo y acabaron enamorándose. Éste era profesor de educación física y se llamaba David. Todo les iba muy bien, hasta que llegó Erik. Un hombre más joven que David, de la edad de Lidia y mucho más atractivo. Erik era el padre de una alumna. Fue a hablar con Lidia porque a su hija se la daban mal las matemáticas. Lidia y Erik con la escusa de que su hija iba mal en matemáticas se veían continuamente. David se estaba mosqueado al verlos tanto tiempo juntos. Pero un día la relación de Erik y Lidia llegó a algo más. Erik al ver que estaba estropeando una relación, la de David y Lidia, decidió irse. Lidia estuvo muy triste durante algunas semanas, porque se había enamorado de él y ya no quería a David. Aunque esto nunca se lo dijo a nadie. Ella siguió la relación con él. A los pocos meses David le pidió matrimonio. Ella aceptó.


Era la noche del gran día y Lidia estaba en su antigua habitación, en la casa de sus padres. No sabía por qué pero no podía dejar de pensar en Erik, no estaba realmente segura de que se quisiera casar. Tenía que darse cuenta de que Erik había desaparecido de su vida, que ya estaría con otra mujer. Pero Lidia no paraba de mirar la foto de su móvil en la que él salía. Sabía que con David no iba a ser realmente feliz. Tanto tiempo estar meditando hizo que se quedara dormida. Al día siguiente como si no pasara nada sus hermanas empezaron a peinarla, se puso el vestido… cómo si todo fuera tan normal. Pero antes de irse hacía la iglesia escribió una carta. Ya iba en la limusina hacía la iglesia, estaba muy nerviosa, más que nunca. Cuando llegó todo el mundo la felicitaba y ella sonreí falsamente. Al entrar en la iglesia sintió una fuerte presión, sabía que iba a hacer mucho daño a una persona que también quería mucho pero no tanto como a Erik. Estaban los dos sentados cuando Lidia dijo:


-Antes de comenzar quiero decir unas palabras a David.


Lidia se levantó y se puso en el atril con una hoja de papel. Empezó a leer:


-David, espero que algún día puedas perdonarme. Hoy debería de ser un día grandioso para nosotros, creo que para ti sí que lo era, pero para mí no tanto. Ayer pensando en la cama me di cuenta de que si me casaba contigo me estaba engañando a mí misma. Por lo tanto no puedo hacerlo, estoy enamorada de una persona, que no sé ni dónde está. Lo siento David, eres genial, pero te mereces a alguien que te quiera de verdad.


David estaba con los ojos llorosos al igual que Lidia. Entonces David dijo:


-Lidia, ¿De quién estas enamorada?

- De Erik.


Erik se encontraba en la boda, David lo había invitado para darla una sorpresa, él pensaba que habían sido muy buenos amigos, por lo tanto quería que Erik estuvieran en su boda.

Al escuchar su nombre, Erik se levanto y dijo:


-¡Lidia!


Lidia con los nervios ni le había visto. Los dos corrieron a abrazarse y Erik le dijo:


-¿Quieres casarte conmigo?


Ella miró a David, él asintió con la cabeza.


-Sí, sí quiero casarme contigo.


La boda siguió.


Ahora David y Lidia son muy buenos amigos. Erik y Lidia están felizmente casados y dentro de 9 meses esperan un bebe.

La Boda

-Son cosas que pasan el día antes.

-¿El día antes de qué?

-El día antes de la felicidad.


Esto se decían Lidia y David el día antes de su boda. Lidia estaba muy nerviosa y David intentaba tranquilizarla.

Como dicen que trae mal suerte ver a la novia con el traje antes de estar en la iglesia, Lidia se fue a dormir a casa de sus padres para prepararse por la mañana y que David no viera nada.


Unos meses antes de esta boda, Lidia era profesora de matemáticas en un instituto. Poco a poco ella y otro profesor se fueron conociendo y acabaron enamorándose. Éste era profesor de educación física y se llamaba David. Todo les iba muy bien, hasta que llegó Erik. Un hombre más joven que David, de la edad de Lidia y mucho más atractivo. Erik era el padre de una alumna. Fue a hablar con Lidia porque a su hija se la daban mal las matemáticas. Lidia y Erik con la escusa de que su hija iba mal en matemáticas se veían continuamente. David se estaba mosqueado al verlos tanto tiempo juntos. Pero un día la relación de Erik y Lidia llegó a algo más. Erik al ver que estaba estropeando una relación, la de David y Lidia, decidió irse. Lidia estuvo muy triste durante algunas semanas, porque se había enamorado de él y ya no quería a David. Aunque esto nunca se lo dijo a nadie. Ella siguió la relación con él. A los pocos meses David le pidió matrimonio. Ella aceptó.


Era la noche del gran día y Lidia estaba en su antigua habitación, en la casa de sus padres. No sabía por qué pero no podía dejar de pensar en Erik, no estaba realmente segura de que se quisiera casar. Tenía que darse cuenta de que Erik había desaparecido de su vida, que ya estaría con otra mujer. Pero Lidia no paraba de mirar la foto de su móvil en la que él salía. Sabía que con David no iba a ser realmente feliz. Tanto tiempo estar meditando hizo que se quedara dormida. Al día siguiente como si no pasara nada sus hermanas empezaron a peinarla, se puso el vestido… cómo si todo fuera tan normal. Pero antes de irse hacía la iglesia escribió una carta. Ya iba en la limusina hacía la iglesia, estaba muy nerviosa, más que nunca. Cuando llegó todo el mundo la felicitaba y ella sonreí falsamente. Al entrar en la iglesia sintió una fuerte presión, sabía que iba a hacer mucho daño a una persona que también quería mucho pero no tanto como a Erik. Estaban los dos sentados cuando Lidia dijo:


-Antes de comenzar quiero decir unas palabras a David.


Lidia se levantó y se puso en el atril con una hoja de papel. Empezó a leer:


-David, espero que algún día puedas perdonarme. Hoy debería de ser un día grandioso para nosotros, creo que para ti sí que lo era, pero para mí no tanto. Ayer pensando en la cama me di cuenta de que si me casaba contigo me estaba engañando a mí misma. Por lo tanto no puedo hacerlo, estoy enamorada de una persona, que no sé ni dónde está. Lo siento David, eres genial, pero te mereces a alguien que te quiera de verdad.


David estaba con los ojos llorosos al igual que Lidia. Entonces David dijo:


-Lidia, ¿De quién estas enamorada?

- De Erik.


Erik se encontraba en la boda, David lo había invitado para darla una sorpresa, él pensaba que habían sido muy buenos amigos, por lo tanto quería que Erik estuvieran en su boda.

Al escuchar su nombre, Erik se levanto y dijo:


-¡Lidia!


Lidia con los nervios ni le había visto. Los dos corrieron a abrazarse y Erik le dijo:


-¿Quieres casarte conmigo?


Ella miró a David, él asintió con la cabeza.


-Sí, sí quiero casarme contigo.


La boda siguió.


Ahora David y Lidia son muy buenos amigos. Erik y Lidia están felizmente casados y dentro de 9 meses esperan un bebe.

viernes, 28 de mayo de 2010

El espejo

Era tarde cuando me miré aquel día en el espejo, estaba sola en mi habitación y tenía prisa, así que no me fijé mucho en las cosas que ocurrían a mi alrededor, pero al mirarme aquella vez en el espejo me vi diferente , en un principio me asuste porque no me reconocí, pero después, examinándome me di cuenta de que era yo, pero una yo anciana, con arruguitas en la cara, el pelo blanco, y un halo de nerviosismo a su alrededor. Su mirada era triste y sabia y daba la impresión que ante ella habían pasado desgracias horrorosas. Aquella visión de mí misma me entristeció profundamente, y más aún cuando quiso hablarme y de su boca no salió sonido alguno. Yo entonces estaba entre horrorizada y sorprendida, mi instinto me decía que debía huir, pero sentía que debía ayudar a aquella mujer, sentía que debía ayudarme. Mi expresión tenía que ser de terror, ya que sus ojos melancólicos y tiernos parecían querer tranquilizarme y la anciana avanzaba extendiendo los brazos hacía mí como si de una madre protectora se tratase, pero a cada paso que daba su silueta se iba difuminando poco a poco hasta convertirse en una mancha borrosa que acabo desapareciendo.
Después de esto ella siguió apareciendo ante mí, aunque nunca decía nada, pero era como si me estuviera vigilando, era como si tratase de advertirme de algo que estaba por llegar, pero algunas veces pienso si estas visiones serán fruto de mi imaginación, si después de todo estaré loca.

lunes, 24 de mayo de 2010

Mis últimos días

La noche del 14 de enero del 1943 es muy oscura, no se ve nada más que el reflejo de la luna en los casquillos de las balas que permanecen en el fondo de la trinchera.
El único ruido que hay es el silencio seguido de bombardeos y continuos disparos, hace un momento hemos escuchado a alguien que gritaba: ¡ No siento las piernas!
Son las dos y media de la madrugada, en este momento llega a nuestra trinchera el general de la O.S.S Sbkümler, y nos informa de que, a la mañana siguiente, al amanecer, atacaríamos la trinchera enemiga en su propio territorio.
Después de esto todos hablabamos con tanto miedo y nervios que nos temblaban las piernas de una manera bestial.
Nos falta alimento y lo poco que tenemos se lo están comiendo las ratas, estamos llenos de piojos, gracias a esto matamos el tiempo intentando acabar con ellos.
Lentamente van pasando las horas, tenemos un frío terrible, no podemos apenas movernos ni encender un mísero fuego... esto es insoportable.
Ya llega la hora, está saliendo el sol. Cargamos nuestras armas, cogemos un par de granadas de mano por persona y vamos rumbo a la muerte.
Empezamos el camino, nos levantamos sigilosamente y salimos de la trinchera.
Nos deslizamos lenta y silenciosamente hacia la trinchera enemiga, esquivando cadáveres llenos de barro y descompuestos de algunos de nuestros compañeros. Muchos de nosotros acabarémos igual que ellos.
Entonces, un compañero salta por los aires, nos han descubierto gracias a un mina...
Los enemigos nos disparan sin cesar, nuestros compañeros van quedándose tirados en el suelo.
Nos vemos obligados a retirarnos.
Volvemos más rápido y ruidosamente de lo que fuimos, escuchamos los silbidos de las balas al pasar cerca de nuestras orejas.
En ese momento, escucho la bala demasiado cerca... me ha alcanzado el hombro derecho.

Con la ayuda de los soldados consigo llegar a la trinchera sin sufrir más daños.

Ya era tarde estaba destinado a morir...
Conseguimos refugiarnos y el médico me amputa el brazo, no tengo otra solución.
Esa misma noche los dolores no cesan, me duele la cabeza, estoy mareado y con mucha fiebre... Miro a mi hombro y solo veo un pedazo de tela llena de sangre y barro.
Se me nubla la vista, pero no quiero morir, aún no.

Esta noche ha sido la peor de mi vida.
Empieza un nuevo día , sale el sol y el médico se acerca a mi.
Los dolores han cesado, me quita el pedazo de tela y me dice que milagrosamente no esta infectado y en un par de días no me dolerá.
Cuando termino de hablar, sonrío pensando que puedo volver a ver a mi mujer y a ver crecer a mis hijos, pero miro al cielo y veo un pequeño objeto que se acerca a nosotros, grito: ¡ A cubierto! y al terminar de decir esto, veo que esta a punto de caer y es una granada. Ya no volveré a ver a mi familia...

domingo, 23 de mayo de 2010

mi caballo de los sueños

Todas las noches se repetía una y otra vez. Soñaba que era libre. Salía corriendo de mi casa y bajaba al establo. Allí acariciaba a mi más fiel amigo: un caballo plateado de crines rizadas y patas esbeltas. Sus ojos eran negros como el carbón. Una vez juntos, nos disponíamos a comenzar una nueva aventura. Yo me subía sobre su lomo, le agarraba las crines y le susurraba: galopa, fiel amigo, galopa hacia un lugar donde nadie nos encuentre, donde no existan obligaciones ni agobios; galopa lo más rápido que puedas para que nadie nos alcance.
Él obedecía mis órdenes; también parecía ansioso por descubrir lugares solitarios y hermosos. Cada noche era diferente. Recuerdo que un día me llevó al borde de un lago. El agua cristalina reflejaba la luna, esplendorosa y arrogante. Tan solo se oía el murmullo del viento y, de vez en cuando, el canto de algún búho. Todo era maravilloso allí. Me tumbaba sobre la hierba húmeda a causa de la cercanía del agua y miraba hacia el cielo. Me dedicaba a observar las estrellas. Al hacerlo me sentía pequeña y esto me ayudaba a liberarme de mis preocupaciones. Dejaba desarrollar mi imaginación. A menudo solía preguntarme qué habría pasado si hubiera nacido en una familia pobre. Quizá hubiera sido más feliz y no hubiera tenido una vida tan reprimida y controlada. Me entristecía mi forma de vida. Tenía todos los lujos que una chica de mi edad pudiera desear: ropa, una gran casa, dinero, criados, buenos coches… pero me faltaba lo más importante: el cariño de mis padres, el sentir que alguien se preocupaba verdaderamente por lo que yo pudiera sentir o pensar, el derecho a la libertad… Yo quería cambiar mi suerte, no deseaba acabar casada con algún hombre rico sólo por conveniencia. Cuando me sentía demasiado aturdida me desprendía de mis ropas incómodas, me soltaba el pelo y me daba un baño a la luz de la luna. Allí era feliz, gracias a mis sueños pude conseguir lo que nunca hubiera sido posible en la realidad. Aunque esto de realidad es muy relativo, pues para mí también era realidad el escapar todas las noches de mi casa y galopar al compás del viento; me sentía libre como los pájaros que vuelan de aquí para allá a su antojo. Libre, que bonita palabra… si no fuera por mi buen amigo, mi cómplice, mi gran caballo de los sueños, jamás la habría descubierto.

Melancolía en las familias

La melancolía es un sentimiento de tristeza que hace que quien la padece no tenga ganas de hacer nada. La pena y el recuerdo son sentimientos que normalmente acompañan a este malestar. Si está mucho tiempo en nuestro cuerpo puede pasar de un malestar a una enfermedad. A los melancólicos les gusta la soledad, escribir poesías, pasear durante mucho tiempo y pintar cuadros, eso si siempre sus obras tienen un aire triste. También puede acabar en una depresión y las consecuencias son graves. Los melancólicos son gente infeliz e insatisfecha. Pero no siempre es tan grave, algunas veces el sentimiento de melancolía es pasajero y se supera fácilmente con ayuda de tu familia y amigos. Las personas mayores pueden ponerse melancólicos cuando ven que se les va acabando la vida y recuerdan su infancia y juventud. Los desengaños amorosos o algunos amigos que recuerdas también pueden causar melancolía. O al recordar lugares que visitaste y te lo pasaste muy bien. A mi abuela le daba mucha melancolía cuando recordaba las fiestas familiares que se celebraban con motivo de una boda, las matanzas o fiestas patronales, porque decía que entonces con menos dinero lo pasaban mejor. Mi abuelo se pone melancólico cuando habla de los amigos nuevos que hizo en la mili o de lo duro que fue emigrar a Francia y encontrar casa y trabajo. Mi madre recuerda con melancolía cuando vivía en un barrio donde no tenían las calles asfaltadas y se pasaba todo el día jugando en la calle con los hijos de los vecinos y con una peseta compraba chucherías los domingos después de misa. Mi padre recuerda con melancolía cuando era joven y estaba soltero, porque veía a sus amigos todos los días y los fines de semana se hartaba de cubatas de JB con Coca-Cola. También se acuerda con melancolía de su primer coche, un Renault 8 que hacía mucho ruido. Claro que estos momentos melancólicos no tienen ninguna importancia y sirven solo para pasar un rato de conversación cuando la familia se reune.

miércoles, 19 de mayo de 2010

La calle destruida

Nose como comenzar esta historia, me resulta tan triste que no se que palabras utilizar para comenzar. Pero contaré todo tal y como sucedió.
Yo vivo en una ciudad de España, de las más pequeñas y tranquilas, pero para mí es la más bonita. La he cogido tanto cariño que no me veo viviendo en otro lugar que no sea este. Mi barrio es de los más céntricos, pero a pesar de eso tiene un hermoso jardín con un pequeño lago lleno de pavos reales y patos, muchas fuentes con pececitos pequeños de miles de colores, bancos donde te puedes sentar, e incluso ahora han montado un pequeño gimnasio donde podemos hacer un poco de deporte. Todo esto estaba muy bien, pero desde hace un año las cosas empezaron a cambiar. Para acceder a este precioso lugar hay que cruzar una calle peatonal que siempre estaba llena de gente. Podías ver a niños jugando, viejecitos sentados en los bancos leyendo el periódico, jóvenes escuchando música, señores haciendo la compra, etc. Pero un día vimos como el suelo iba cediendo por algunos sitios, después salieron grietas, que día tras día se veía como aumentaban de tamaño. Dimos parte de ello a las autoridades pero no nos hicieron caso. Nos contestaron que era una calle muy antigua y que algún problema tenía que tener. El tiempo iba pasando, nadie hacía nada y los problemas aumentaban. Los cortes de luz eran frecuentes, raro era el día que algún cable no se partiera o que alguna cañería no se rompiera.
Una noche me despertó un ruido extraño. Me levanté corriendo de la cama y me asomé a la terraza para ver que sucedía. Al principio no vi nada, pues no sabía de que lugar procedía el ruido. Este cada vez era más fuerte y de repente algo mojó mi cara, entonces si que me asusté. Vi horrorizada como un chorro de agua cada vez subía más alto de la calle, con más fuerza. Y como el suelo desaparecía por algunas zonas. Me puse a gritar como si estuviese loca. Los vecinos salieron de sus casas para ver lo que sucedía. La calle quedó totalmente inundada de agua y el suministro eléctrico falló. En estas condiciones estuvimos varios días, hasta que los servicios de emergencia han ido restableciendo todo.
Esto que les cuento sucedió hace un año, pero hoy en día no podemos andar por muchos tramos de la calle, porque están llenos de montones de arena, socavones, máquinas, vallas que impiden el acceso al parque y lo peor de todo es que siguen saliendo nuevas grietas, y algunos vecinos han visto pequeños ratones entre los escombros.
Lo que antes era una calle con mucha vida, ahora es una calle en ruinas, una calle destruida.

La noche del soldado

Era un chico alto y moreno, muy joven, casi un muchacho. Los ojos oscuros y de mirada triste destacaban en su cara pálida. Había tenido una vida corriente como cualquier joven corriente de su edad.
Sentado en el tren que le llevaría al cuartel y de allí al frente, recordaba cómo habían sido los últimos días: las bromas con los compañeros del trabajo, las tardes en el río con los amigos, el sol calentando su piel, el agua, fría y cristalina, de su charca favorita; las comidas del domingo cuando toda la familia se reunía alrededor de la gran mesa del comedor y disfrutaban del asado que preparaba su madre, recordaba las risas de los más pequeños y las historias, a veces inverosímiles, de los mayores, recordaba también el olor a membrillo que llegaba del huerto, y los sabrosos tomates que comía del huerto.
Pero sobre todo recordaba los últimos días con Marina; estaba enamorado de ella desde que iban al instituto, nunca le hizo el menor caso, era la chica más guapa de la clase y, más aún, la más guapa del pueblo, ¿por qué le iba a hacer caso a él, un chico tan corriente?.

No sabía ni cómo consiguió convencerla para tomar aquel primer café juntos, no hacía ni tres meses aún, después, todo fue mucho más fácil, el conocerse, el gustarse, el quererse…, tanto como para empezar a hacer planes juntos. Unos planes que ahora no sabía si podrían llevar a cabo…

El tren pasaba rápido atravesando la oscuridad de la noche, que era tan negra como sus pensamientos. En el compartimento dos ancianos roncaban ya hacia rato, no iban más soldados en aquel vagón pero sí los había visto subir al tren, algunos medio borrachos simulando una alegría que no sentían.

Él habría preferido estar solo y disfrutar así de la última noche como civil, aunque todos le despidieron como soldado, pero no quería serlo, no encontraba motivos ni razones para cambiar su vida y, como le había dicho su padre, darlo todo por la patria. ¿Por qué patria?, su patria estaba en aquel pequeño pueblo perdido en la montaña, en la casa de sus padres, en aquel comedor en el que la lumbre los calentaba a todos en el largo invierno, en su habitación, donde hasta hacía dos días tan solo, pudo dormir sin grandes preocupaciones, y donde hasta hacía dos días pudo soñar con un futuro prometedor. Su patria era su familia, sus amigos, su novia: esa era su patria.

Ahora, Dios sabe cuando podría volver a soñar, o tan siquiera a dormir tranquilo, por eso, esta noche no quería dormir para así alargar todo lo posible lo que quedaba de este día, de esos días que irremediablemente el tren alejaba cada vez más.
No sabía qué pintaba él en esa guerra, no sabia que podría hacer, a parte de sentarse a llorar. No sabía tampoco cuándo acabaría aquella larga noche que continuaría aún después de que amaneciera.


martes, 18 de mayo de 2010

La calle destruida


El año pasado tuve la suerte de ganar un concurso de cortos de cine. Gané un viaje a Roma la ciudad del amor. Fui con mi familia durante dos semanas de agosto cuando el calor era tan grande que ni siquiera te refrescaba beber un poco de agua u otro refresco. Nos hospedamos en un hotel de cinco estrellas que nos garantizó uno de los compañeros de mi padre. Fue una experiencia muy espectacular, me encantaron todos los edificios ya que todos ellos los había estudiado en clase de arte y me habían parecido magníficos en las fotos y en la realidad eran alucinantes. Pero hubo una calle, una calle muy especial que nunca se me olvidará. Una calle muy antigua, de los romanos, que no se encontraba en los mapas de la ciudad de Roma. Nadie caminaba por allí, parecía una calle abandonada que todavía quedaba por descubrir, y yo fuese la descubridora de aquel magnifico lugar. Estaba destruida pero todavía quedaban restos romanos, algunas columnas, adoquines destrozados y mosaicos en algunas paredes. Una de las fuentes seguía funcionando aunque el agua era muy escasa y las demás fuentes estaban vacías debido a la evaporación. Cuando caminaba por la calle destruida tropecé con un adoquín que sobresalía, o eso pensé, pero no, no era un adoquín era una pequeña estatuilla que asomaba del suelo. Era de madera, y tenía forma de león, parecía una esfinge egipcia aunque poco después cuando llegué a España lo busque en Internet y descubrí que era un dios romano. En esa excursión también observe la forma de construir que tenían los romanos y sus grandes mosaicos que aún se conservaban con diversos retratos de romanos y gladiadores. La calle era enorme, además tenía un pequeño palacio al lado donde se encontraba una gran sala adornada con columnas clásicas y fuentes de diversos tipos sin agua y con figuras grabadas en mármol de mujeres. Por la apariencia diría que eran baños romanos. Después tuve el placer de poder visitar otros monumentos famosos como el Coliseo. Pero aunque eran preciosos me impresionó más la calle destruida, inexplorada.

LA NOCHE DEL SOLDADO.


Su voz llenó la noche al igual que la oscuridad, acechante a nuestro alrededor. Todos nos juntamos más unos a otros, nos acercamos arrastrándonos por el suelo hacia la pequeña hoguera que habíamos encendido. Intentábamos hacer el menor ruido posible, no queríamos llamar la atención de las criaturas que podría haber en el bosque, pues sabíamos por experiencia que podían ser peligrosos. Sentí a Marco sentado junto a mí, y a mi padre justo al otro lado. Les habría dedicado una mirada de temor, si hubiera sido capaz de apartar solo un instante los ojos de su cara. Aquel rostro de rasgos feroces, sucios, duros. Con esos labios, cortados por el frío, de entre los que salía el rugido que tenía por voz, arañándonos, rasgando el aire y la tranquila quietud de la noche.


Cerré los ojos y pensé en el pasado, como es debido en la noche del soldado. Mi tío era traficante, por eso de pequeña tuve suerte y todo tipo de productos exóticos llegaban a mis manos. Había visto cientos de veces esas películas antiguas que habían escapado de la masacre, que trataban del futuro, de la gran tecnología e innovación que habría, de lo avanzada que llegaría a estar la humanidad, de los sueños de conquistas espaciales, de crear vida con metal, de atravesar la ciudad volando en naves espaciales. Habría sido bonito, muy bonito que todo eso se hubiera cumplido. Miré a mi alrededor, las pequeñas cuevas en las que nos refugiábamos durante esa noche, quedaban un poco más allá, demasiado rodeadas del espeso bosque salvaje como para verlas. Temblé con un escalofrío. Miré a todo el mundo que se encontraba en aquel círculo. Todos meditaban sobre el pasado con los ojos cerrados. Miré a Marco. Seguro que él soñaba con cómo sería vivir en una nueva civilización. Pensaría en las calles llenas de gente, los coches, las casas, la comida en abundancia, el sol en lo alto del cielo y no de un color rojo oscuro, no, de color amarillo dorado como decían que era antes, hermoso y cálido. No conseguí reprimir un suspiro. Y yo también pensé en el pasado. Recordé el viejo libro de geografía que había traído mi tío de una de sus excursiones a las ruinas en busca de alimento. Pensé en aquella época en la que mi madre me enseñó a leer, justo antes de que nos la arrebatasen las inundaciones.

- La noche del soldado. –dijo ella.

Y todos abrimos los ojos de golpe.

- Es el momento de que pensemos en lo que teníamos, lo que perdimos, en el pasado y en nuestro futuro.

No pude evitar pensar en que todo aquello parecía casi un ritual.

- La noche del soldado. –repitió.

Y en verdad se notaba en el ambiente que era esa noche. La noche del 24 de Agosto. La barrera invisible entre la época helada y la época de sequía, que duraba casi hasta finales de año. Sonreí, llegaba el calor, y el quedo viento presagiaba como siempre, la llegada de las sequías a nuestra zona. Esa mañana había comenzado la recogida común de agua...

- La leyenda del soldado. –susurró Marco junto a mi oído.

Rocé suavemente su mano con la mía y dejé volar mi imaginación, perdida en las historias antiguas. Aquí todo el mundo conoce la leyenda del soldado, es la más antigua que tenemos.
Cuentan que hubo una gran guerra en la antigüedad por el dominio de unas tierras lejanas, y un joven soldado recién casado tuvo que partir al frente a luchar. Tras largos meses en plena batalla, el ejército enemigo atacó por sorpresa y hubo una gran masacre entre las tropas del soldado, en la que él murió cuando le atravesaron el corazón con una lanza. La esposa, rota de dolor, iba todas las mañanas a dejar una flor junto a un enorme árbol. Hubo quien dijo que era una manera más de guardarle luto, pero era una época de gente muy supersticiosa y no tardaron en correr los rumores de que aquello era brujería. La gente comenzó a decir que había visto el espíritu del soldado merodeando por los alrededores de aquel árbol y que a veces, se adentraba en las calles de la ciudad. Tan rápido corrieron las voces que la mujer acabó siendo acusada de practicar brujería y condenada a la hoguera. La mujer ni siquiera trató de defenderse quizá con la esperanza de reunirse de nuevo con su esposo.
Y desde ese momento la gente jura que los dos, juntos pasan las horas sentados en ese árbol, mirando al infinito, aguardando la paz que nunca conseguirán, con la eterna esperanza, perpetuando su amor más allá del tiempo e incluso de la muerte.

Mi padre me sacudió el brazo para llamar mi atención.

- ¿Dónde está tu hermano?

- Salió de misión con los otros.

- Pero deberían haber vuelto ya... ¿no les habrá pasado algo?

Entonces sentí a Marco levantarse a mi lado y me giré justo para ver cómo se acercaban.

- Ahí están... –susurré y mi padre respiró aliviado.

- ¿Llegamos muy tarde? –preguntó uno de los chicos que acababan de llegar.

Se sentaron cerrando el círculo y lanzaron unas bolsas al centro que olían a carne cruda, muerta y a humedad. Mi hermano se acercó y se agachó junto a mí.

- Tengo algo para ti...

Y sonrió con su sonrisa más grande y protectora de todas las que tenía. Me enseñó el puño cerrado, y al abrirlo se descolgó un precioso colgante de piedra traslúcida.

- Lo encontré entre los restos de un edificio. Tenía pinta de ser uno de esos edificios enormes, como los que aparecían en las fotos de las grandes ciudades...

- ¿Los de muros de cristal?

- Exactamente.

Lo cogí con dedos trémulos y sonreí.

- Me encanta.

- Feliz noche del soldado, enana.

Y me abrazó. Por encima del hombro de mi hermano, vi la cara de Marco que me miraba con añoranza.

Después, más tarde, en la noche cerrada, cuando todos volvíamos a nuestro refugio temporal, pude notar claramente el cambio en el viento, que casi parecía traer la arena de los desiertos cercanos a Finlandia. Y fue un instante, la luna levantó un reflejo de mi nuevo collar, alzándolo hasta el cielo, haciéndolo brillar con más intensidad que las propias estrellas.

Marco me tomó de la mano aprovechando la oscuridad que nos rodeaba y sentí que todavía nos quedaba una vida entera por delante.

En mi mente apareció la esperanza. Quizá todavía no estaba todo perdido.

Porque al fin y al cabo, era la noche del soldado. Y de eso se trataba aquella noche; de no perder la esperanza.