A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

sábado, 5 de junio de 2010

Melancolía en las familias

Vivíamos todos en la gran casa que los abuelos tenían a las afueras del pueblo, tenía delante un pequeño jardín con rosales y hortensias y en la parte de atrás un huerto que, cuando vivía mi abuelo, parecía un pequeño paraíso poblado de toda clase de frutales. Me recuerdo de pequeña comiendo fruta a cualquier hora, uvas amarillas, negras, blancas, melocotones, caquis, manzanas de color verde, o rojo, o amarillo, nectarinas, sandías, melones... La lista sería interminable, ahora daba pena verlo, asilvestrado y con los frutales sin cuidar.
Nos mudamos allí mi madre y yo después de que mi padre muriera en un accidente de avión, nos acogieron con mucho cariño mis abuelos, mi tía la soltera, mi tío que acababa de divorciarse, mi tía-abuela, que vivía allí desde que quedara viuda y finalmente Crescencia, que era la señora que ayudaba en los quehaceres domésticos y que también se quedó a vivir con mis abuelos cuando su marido murió de un cáncer de pulmón y sus hijos le pusieron pegas para pasar temporadas con ellos, se sentía tan sola...
Recuerdo la infancia tan feliz que tuve, ajena a las tristezas y a la soledad de los demás habitantes de la casa, mi padre murió cuando yo tenía dos años y apenas tenía recuerdos de él, mi abuelo fue para mí el padre que tuve desde entonces. Era un hormbre alegre y vigoroso que siempre encontraba tiempo para jugar conmigo, contarme historias, y leerme cuentos a la sombra del magnolio, me hizo un columpio en una gruesa rama de la vieja higuera, la de los higos blancos y dulces que luego mi abuela tendía a secar en el desván, y fue siempre tan cariñoso y paciente conmigo porque mi madre, que seguía sumida en la tristeza, no podía serlo.
Por eso, cuando murió mi abuelo sentí que el mundo se venía abajo, yo tenía doce años y aunque seguía siendo una niña me di cuenta del alcance de la tragedia de su muerte, hacía tiempo que había observado que aparte de ocuparse de mí, atendía igualmente los achaques de la abuela, que siempre anduvo un poco delicada, y a la tía Consuelo, ya mayor y achacosa también que se pasaba el dia suspirando con el nombre de su difunto marido en los labios, siempre tenía una palabra de ánimo, de consuelo para ella, del mismo modo que daba ánimos a mi madre, que gracias a su ayuda iba saliendo adelante, no se olvidaba de mi tía la soltera, cuya melancolía permanente se debía a la muerte de su novio una semana antes de la boda, se encerraba en su cuarto a veces y, vestida con el traje que hubiera debido de llevar el día de su boda, se pasaba las horas asomada a la ventana con la mirada perdida. Mi abuelo se encargaba de hacerla reír con sus bromas y de que se sintiera aún joven y bonita con sus piropos.
Mi tío tampoco se salvaba de la tristeza que le llenaba de espinas el corazón sobre todo después de hablar con su hija, ya mayor, a la que veía muy poco desde que dejara de ser una niña, entonces pasaba los veranos con él, y sentía mucha añoranza por aquellos veranos que ya no volverían.

Ahora era yo, cuando paseaba por el huerto descuidado, la que me dejaba vencer por la melancolía, por esa profunda tristeza que te invade el corazón aposentándose en él como una blanda y gris capa de polvo.

1 comentario:

José A. Sáinz dijo...

Corrige: despues, tio, tia, cancer, felíz, dí, reir. Es una situación con unos personajes -tratados adecuadamente- que pueden dar un gran juego en una historia más desarrollada.