A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

sábado, 5 de junio de 2010

La calle destruida

Recuerdo aquel día trágico y amargo. Nadie podía comprender cómo me sentía.
Unos meses antes me había llegado una carta del ayuntamiento anunciando la destrucción de mi calle; decía que pretendían modernizar el pueblo y que debían tirar todas nuestras casas viejas para hacer otras nuevas. Yo no me lo podía creer y fui a hablar con mi vecina. Ella me dijo que también estaba al tanto de la noticia. Juntas fuimos al ayuntamiento a pedir una explicación. Después de esperar durante largo rato nos recibió el alcalde, aunque de mala gana. Al principio estábamos muy nerviosas y no hacíamos más que gritar. Nos invitó a sentarnos y nos tranquilizó. Nos dijo que aunque tiraran nuestras casas nos darían una mejor, pero nos advirtió que tendríamos que pagar algo de dinero porque las nuevas eran mucho más caras. Mi vecina y yo empezamos de nuevo a chillar y le dijimos que nosotras no queríamos una nueva casa, que nos gustaba la nuestra y que nadie nos echaría de allí. Además yo no tenía suficiente dinero para pagar lo que pedían por la renovación de la vivienda. El alcalde dijo que lo sentía mucho pero que la decisión ya estaba tomada; después se levantó y salió de su despacho. Intentamos detenerle porque no estábamos satisfechas con su repuesta, pero se fue tan rápido que no tuvimos oportunidad de darle alcance.
Un mes antes de la tragedia nos llegó una nueva carta anunciando que embaláramos nuestras pertenencias y que las lleváramos al hostal “Avenida”, donde podríamos permanecer gratuitamente hasta la construcción de las nuevas viviendas. Yo estaba indignada y seguía sin creerme que el alcalde pudiera hacernos una cosa así. Convoqué una reunión con el resto de los vecinos y ninguno estábamos de acuerdo con el alcalde. Intentamos volver a hablar con él pero no nos dio cita. Iba retrasándolo, decía que estaba muy ocupado y que no podía atendernos. Yo sé que lo único que quería era evitarse problemas con nosotros.
Decidimos no embalar ninguna de nuestras pertenencias y esperar a que llegara el día indicado. Nos encerramos en nuestras casas y colgamos carteles a modo de protesta. Los trabajadores que manejaban las máquinas no podían comenzar con el derrumbamiento si nosotros estábamos dentro. Entonces llamaron al alcalde y éste llegó enseguida. Trató de convencernos uno a uno pero no hubo manera. Los trabajadores no tuvieron más remedio que marcharse. Ese día celebramos por todo lo alto que les habíamos ganado la partida. Pensamos que estando unidos nadie podría destrozar nuestras casas. Pasaron varias semanas. Ya pensábamos que el alcalde había comprendido que era imposible llevar a cabo su plan cuando, de repente, ocurrió la tragedia:
-¡Fuegoooo, fuegoooo…!- oí que gritaba uno de mis vecinos.
Me levanté de la cama y vi una gran llamarada junto a la cocina. No me había dado cuenta pero me estaba ahogando con el humo. Ni siquiera tenía fuerzas para gritar. Salí lo más rápido que pude de mi casa. Allí, en el portal, se respiraba mejor. Llamé por el telefonillo a todos los vecinos y grité lo mismo que mi vecino. En menos de cinco minutos todos estábamos en la calle. Las casas ardían lentamente. Los tejados se iban desplomando. Se oía el sonido de las tejas cuando caían y chocaban contra los muebles y el suelo. Llamamos a los bomberos pero tardaron mucho en llegar. Lo suficiente para no poder hacer nada por salvar nuestras casas.
Nunca investigaron la causa del incendio; decían que era imposible averiguarlo porque todo había quedado completamente destruido. El alcalde dijo que seguramente habría estallado una bombona de butano; pero yo estoy segura de que no fue así. Podría jurar quién fue el autor de ese fuego que destrozó mi vida y la de mis compañeros. El ayuntamiento aun tuvo el valor de decir que si les hubiéramos hecho caso conservaríamos nuestras pertenencias. Ese día se quemaron todos mis recuerdos, todo el trabajo de una vida. Aún así doy gracias a Dios por estar viva; muchas veces me he preguntado qué habría sido de mí si no hubiera oído gritar a mi vecino. Prefiero no pensarlo. Lo vi como una segunda oportunidad que me había dado la vida. Así que decidí no desaprovecharla con lamentos. No les concedería ese gusto. Me hospedé en el hostal “Avenida” mientras buscaba una casa humilde y barata donde poder vivir. Pocos vecinos pudieron permitirse pagar las nuevas viviendas que construyeron en aquella calle que ahora llaman “La calle destruida”.

2 comentarios:

José A. Sáinz dijo...

Bien. Perfecta en redacci´´on y ortograf´´ia.

Edu dijo...

Jose Antonio, creo que no te funcionan las tildes!!
jeje