A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

domingo, 6 de diciembre de 2009

El paso del tiempo

Allí estaba, sentado en un banco del parque, intentando recordar de qué le sonaba aquella mirada viva e ingenua, esa sonrisa dulce y risueña, aquel rostro arrugado que le resultaba extrañamente familiar. Estaba seguro de que la había visto en algún otro sitio, pero no conseguía recordar ni cuándo ni dónde. Seguía ensimismado en sus pensamientos cuando algo le interrumpió. Se trataba de un niño de unos cinco años que jugueteaba alborotadamente persiguiendo a un perro bastante más grande que él. El niño gritaba y corría hacia el perro intentando agarrarle de la cola, pero éste era más rápido y el pequeño no conseguía darle alcance. Finalmente el niño se rindió y dejó en paz al perro. Cansado de tanto correr decidió sentarse al lado de aquel señor que le parecía tan serio. Se quedó observándole durante un buen rato.
-Oiga señor, ¿cómo es posible que siendo tan viejo parezca tan aburrido y amargado?- preguntó con un descaro que no era propio de un niño de cinco años.
Ricardo, el señor, se quedó sorprendido por aquella pregunta tan maleducada y a la vez sincera. No supo qué responder. Se quedó callado mirando al frente e intentó ignorar a su nuevo acompañante.
-¡Pablo cariño, no molestes a la gente, venga, vete a jugar con los demás niños!- le animó aquella señora tan misteriosa.
-Si no le estoy molestando abuela, sólo estábamos charlando.
Ricardo no desaprovechó la ocasión y decidió preguntarle al niño a cerca de su abuela.
-¿Es esa tu abuela? Parece realmente encantadora.
-Si que lo es- respondió el niño convencido-, me lleva todos los días al parque y me prepara tarta de chocolate para merendar.
-¡Qué suerte! Y ¿Cómo se llama?- intentaba averiguar algo que le hiciera recordar- Es que voy a pedir una como la tuya estas navidades.
-Se llama Alice, pero las abuelas no se piden por navidad, además eres demasiado viejo como para tener una- Ricardo empezaba a sentirse molesto por el carácter tan espabilado que tenía ese niño.
Alice… se quedó pensativo durante unos segundos. También el nombre le resultaba familiar pero no conseguía recordar por qué.
Estaba anocheciendo, las nubes cubrían de lleno el cielo y empezaba a hacer frío.
-Venga Pablo, vámonos. Es hora de volver a casa- Se apresuró a decir su abuela.
Alice fue hasta el banco en el que estaban sentados y le tendió el abrigo a su nieto. Antes de marcharse le dedicó a Ricardo una dulce mirada y una tierna sonrisa.
Entonces Ricardo lo recordó todo. Esa sonrisa tan agradable y aquellos ojos tan sinceros le hicieron desvelar el misterio. Recordó las noches tan divertidas que había pasado junto a Alice, todas las aventuras vividas a su lado, el amor que había sentido por ella… Había pasado mucho tiempo, y su cuerpo ya no era tan esbelto, su cara no tenía una piel tan perfecta, y su pelo no estaba tan largo como antes; pero su mirada permanecía joven, llena de vida y esperanza.
Quizá aquel niño tenía razón; se había convertido en un viejo aburrido y amargado desde que tuvo que separarse de ella. No había conseguido rehacer su vida porque cada noche que pasaba soñaba con que volvía a encontrarla. Su único deseo había sido pasar el resto de su vida con ella. Pero los años fueron pasando y sus esperanzas desvaneciéndose. Hacía ya un tiempo que no pensaba apenas en ella, que conseguía distraerse yendo a aquel parque y viendo jugar a los niños. En realidad el siempre había deseado tener hijos e incluso nietos, pero sólo si era con ella. En cambio Alice había aprovechado bien el tiempo. Seguramente viviese feliz al lado de su marido y rodeada de su nieto. No parecía haberle echado mucho de menos, y ese día, Ricardo estaba seguro de que no le había reconocido, es más, de que ni siquiera le sonaba su cara. Éste tenía ganas de gritarle que era él, Ricardo, y que la había estado esperando durante toda una vida, que nunca había vuelto a amar a otra mujer y que quería recuperar el tiempo perdido. Pero entonces volvió a recordar que aunque él la había esperado y amado en sueños, ella había rehecho su vida con otro hombre. Ricardo sintió una tristeza inconmensurable y un agudo pinchazo en el pecho le cortó la respiración; sintió decepción, rabia e incluso traición. Decidió no volver nunca más a ese parque, pensó que no le haría ningún bien volver a ver a Alice. Tenía miedo de cómo reaccionaría al verla, quizá le contase toda la verdad; no quería hacerle daño por nada del mundo y, en el fondo, se alegraba de que no hubiese sufrido tanto como él; pues, después de todo, seguía amándola.

1 comentario:

José A. Sáinz dijo...

Bien, sugestivo, emotivo.