A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

domingo, 6 de diciembre de 2009

La casa misteriosa


Estaba al final de la calle, entre una antigua librería que estaba cerrada hacía años y un solar donde solían acudir los gatos a los que una anciana iba a darles de comer todos los días. Ella no tendría miedo seguramente, era demasiado vieja, pero nadie, nadie en todo el barrio se había atrevido a entrar, ni tan siquiera acercarse al umbral de la puerta de gruesa madera despintada.

Se contaban muchas historias sobre ella, por ejemplo: la de aquel matrimonio tan joven, con dos niños pequeños que estuvieron viviendo allí un verano. La mujer, joven y hermosa empezó a enfermar nadie sabe de qué, y a los pocos días murió sin que su desesperado marido pudiera hacer nada, se quedó viudo con los dos pequeños a su cargo, hasta aquel día funesto en que a un camión le fallaron los frenos y fue a parar al solar, allí se estrelló contra los restos de un muro, justo donde los dos pequeños estaban jugando.
Se escuchaban sus lamentos día y noche, hasta que se convirtieron en aullidos y una madrugada vino una ambulancia y se lo llevó. No volvimos a verlo.
Pasaron dos años antes de que la inmobiliaria consiguiera vender la casa de nuevo.

Esta vez era una respetable pareja de ancianos, de aspecto bondadoso y amable. Ella tenía el pelo teñido de un azul plateado, lo que denotaba una coquetería inusual para su edad, él paseaba todas las mañanas hasta el parque, al otro extremo de la calle, apoyado en su bastón con el puño de plata, le daba un aire muy distinguido. Por las tardes salían los dos cogidos del brazo sonrientes, apoyándose el uno en el otro.
Una mañana los encontró la asistenta: ella estaba en su cama con un tajo en la garganta por donde se había desangrado. El estaba sentado en una silla frente a ella, se había pegado un tiro en la sien.

Muchos vecinos se habían mudado de casa porque decían que por la noche se oían lamentos y ruidos extraños, a pesar de que nadie la habitaba.
Otros iban de noche con grabadoras y artilugios extraños para captar, decían, el espíritu de los fantasmas de la casa.

En el instituto se hacían apuestas sobre quien sería el valiente que se atreviera a pasar una noche en la casa. Todos nos lo tomamos a broma, hasta que llegó aquel chico nuevo rumano, y para que le aceptaran en el grupo aceptó la apuesta.

Yo misma le acompañé, como casi todos los de mi clase, la noche anterior hasta la puerta desvencijada. Llevaba un saco de dormir, una linterna, un bocadillo y un móvil.

A la mañana siguiente que era domingo, fuimos ansiosos a esperarle a la puerta, (la apuesta era dormir y permanecer allí hasta la salida del sol)
Cuando llevábamos más de diez minutos esperando y todos nos temíamos lo peor, se abrió la puerta y apareció cerrándola tras de si, apenas le reconocimos: tenía el pelo blanco y la cara pálida como la de un muerto, después de estar un rato parado ante la puerta echó a andar como un sonámbulo con la mirada perdida, sin vernos, sin ver nada. Alguien había ido a llamar a su madre a quien oímos gritar llamándole: “¡ Bogdan, Bogdan, que te han hecho hijo mio”!!Se lo llevó arropándolo con su abrigo, bajo su brazo, él se dejaba llevar sin decir palabra, nosotros, en silencio y a una distancia prudente, les acompañamos hasta su casa. Cuando se cerró la puerta supe que nunca más volveríamos a ver a Bogdan.
Y así fue, efectivamente.

La casa sigue deshabitada desde entonces, yo paso cada día por delante de camino al instituto, a veces me paro a observar a los gatos del solar y me miran de una manera fija y misteriosa, como si supieran algo que nadie más sabe.

FIN

1 comentario:

José A. Sáinz dijo...

Bien; quizá algún retoque en la puntuación.