A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

domingo, 23 de mayo de 2010

mi caballo de los sueños

Todas las noches se repetía una y otra vez. Soñaba que era libre. Salía corriendo de mi casa y bajaba al establo. Allí acariciaba a mi más fiel amigo: un caballo plateado de crines rizadas y patas esbeltas. Sus ojos eran negros como el carbón. Una vez juntos, nos disponíamos a comenzar una nueva aventura. Yo me subía sobre su lomo, le agarraba las crines y le susurraba: galopa, fiel amigo, galopa hacia un lugar donde nadie nos encuentre, donde no existan obligaciones ni agobios; galopa lo más rápido que puedas para que nadie nos alcance.
Él obedecía mis órdenes; también parecía ansioso por descubrir lugares solitarios y hermosos. Cada noche era diferente. Recuerdo que un día me llevó al borde de un lago. El agua cristalina reflejaba la luna, esplendorosa y arrogante. Tan solo se oía el murmullo del viento y, de vez en cuando, el canto de algún búho. Todo era maravilloso allí. Me tumbaba sobre la hierba húmeda a causa de la cercanía del agua y miraba hacia el cielo. Me dedicaba a observar las estrellas. Al hacerlo me sentía pequeña y esto me ayudaba a liberarme de mis preocupaciones. Dejaba desarrollar mi imaginación. A menudo solía preguntarme qué habría pasado si hubiera nacido en una familia pobre. Quizá hubiera sido más feliz y no hubiera tenido una vida tan reprimida y controlada. Me entristecía mi forma de vida. Tenía todos los lujos que una chica de mi edad pudiera desear: ropa, una gran casa, dinero, criados, buenos coches… pero me faltaba lo más importante: el cariño de mis padres, el sentir que alguien se preocupaba verdaderamente por lo que yo pudiera sentir o pensar, el derecho a la libertad… Yo quería cambiar mi suerte, no deseaba acabar casada con algún hombre rico sólo por conveniencia. Cuando me sentía demasiado aturdida me desprendía de mis ropas incómodas, me soltaba el pelo y me daba un baño a la luz de la luna. Allí era feliz, gracias a mis sueños pude conseguir lo que nunca hubiera sido posible en la realidad. Aunque esto de realidad es muy relativo, pues para mí también era realidad el escapar todas las noches de mi casa y galopar al compás del viento; me sentía libre como los pájaros que vuelan de aquí para allá a su antojo. Libre, que bonita palabra… si no fuera por mi buen amigo, mi cómplice, mi gran caballo de los sueños, jamás la habría descubierto.

1 comentario:

José A. Sáinz dijo...

Muy bien. Con una fuerza que se asemeja a la rebeldía. Me gusta.