A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

domingo, 14 de febrero de 2010

EL FIN

Henry solía abrazarme cuando veía que lo necesitaba, solía besarme al despedirnos y mirarme fijamente a los ojos cuando hablábamos. Pero a partir de cierta fecha, cuando hacía esto, bajaba la vista y se pasaba los dedos delante de los ojos, como si algo le hubiera deslumbrado. Como si hubiese olvidado cómo hacerlo correctamente. Mi mirada asustada le rehuía desde hacía tiempo y era probable que él lo hubiese notado. A pesar de eso, seguíamos saliendo, seguíamos sentándonos juntos en clase. Pero yo notaba una gran barrera de hielo que nos separaba. Un día vino a casa y fue mi hermano quien abrió la puerta cuando llamó. Empezó a hablarle rápido y a corretear alrededor de Henry, como un perro emocionado. Era increíble que aún no hubiese superado la gran admiración que despertaba en él. Había sido así desde que le conoció, pero, ese día, por primera vez, no entendí por qué mi hermano le admiraba tanto, no entendí qué veía en él. Y eso me asustó. Entró en el salón y se sentó a mi lado en el sofá. Los dos miramos mudos el televisor, como si en vez de centímetros nos separasen años luz. Uno sabe muy bien cuando alguien está preparado para dejarte, pero siempre intentamos agarrarnos a la esperanza, a los restos que nos quedan de lo que antes fue amor. Quise estirar la mano un poco y tomar la suya, pero mi brazo permaneció inmóvil donde estaba. Vi que me lanzaba una mirada de soslayo, pero mi corazón no reaccionó como debería ante tal mirada. Entonces mientras el silencio se apoderaba de nuestros corazones y el frío de mi salón, una figura silenciosa apareció en la puerta. Le reconocí al instante. Henry se sobresaltó cuando habló, ya que no le había oído acercarse.


- Ísobel, ¿podemos hablar un momento?

Asentí con la cabeza lentamente y me levanté, dejando solo a Henry. Seguí a Víctor hasta el rellano del portal y me di cuenta de lo rápido que latió mi corazón al notar que estábamos solos. Pero aunque no lograba entender por qué, una parte de mí, se quedó en el sofá con Henry.

- ¿Qué pasa? –dije.

- Has vuelto a subir arriba.

No respondí, solo le miré desafiante. Él no había preguntado, lo había afirmado y se tomó mi silencio como una confirmación.

- No lo hagas.

Su voz sonó rotunda y con un tinte amenazante que no me gustó. Fruncí el ceño.

- No hago daño a nadie subiendo ahí.

- Sí, te lo haces a ti misma.

- ¿Qué quiere decir eso?

- No vuelvas a subir, eso es lo que quiere decir

- Tú no puedes decirme lo que debo hacer.

Le fulminé con la mirada. Me di la vuelta y me fui de allí con paso enfadado.

Cuando entré en el salón de mi casa de nuevo, me senté de brazos cruzados en el sofá.

- ¿Qué te pasa? –me preguntó Henry, con una absoluta falta de interés.

- Nada. –gruñí.

- Ya…

Nos miramos un segundo y algo en su mirada hizo que se me pasara el enfado. Volví a ver un brillo en su mirada, quizá un reflejo de la mía. De repente estaba muy cerca de él, demasiado. Estaba realmente confundida, mi cabeza era un lío de sentimientos y emociones. ¿Por qué pensaba y sentía una cosa cada minuto?

- No entiendo qué hace ese tío todo el día rondando por aquí.

No sé qué fue, pero hubo algo en sus palabras que me hizo apartarme un poco. De cualquier forma, no le respondí, solo me encogí de hombros. Henry no sabía que entre ese chico y yo había algo. No hubiese sabido decir qué era ese algo, pero sabía que era real. Ni siquiera sabía aún cuál era su nombre, y sin embargo no podía evitar temblar ante su mirada. Pero era mejor que todo eso Henry no lo supiese. Por eso no dije nada.

- Si te molesta dímelo.

Lo que realmente me molestó fue su comentario. Últimamente estaba demasiado susceptible por la enorme confusión que me rodeaba. Así que intenté ignorarle y me dejé caer sobre el sofá. No lo supe en ese momento con seguridad, pero probablemente ese fue el primer momento en que supe que el fin de nuestra relación no estaba muy lejos, porque supe que ya no nos quedaban ni siquiera los suficientes restos de nuestro amor a los que agarrarnos.

1 comentario:

José A. Sáinz dijo...

Correciones: como hacerlo, como una gran, no se qué. Bien. Tu mundo.