A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

lunes, 1 de febrero de 2010

Los juguetes de mi niñez

Cajas de cartón cerradas, llenas de juguetes olvidados… Me miro al espejo pero no me reconozco. ¿Dónde está la niña que jugaba con muñecas? Para mí siempre fueron mi mayor tesoro. Las cuidaba con delicadeza y cariño, como si tuvieran vida propia, como si necesitasen a alguien que se ocupara de ellas. Las peinaba durante largo rato, hasta que su pelo quedaba totalmente liso; luego solía hacerles coletas o trenzas que deshacía una y otra vez hasta que estuviesen perfectas. Después les probaba todo tipo de vestidos, faldas, camisas y zapatos. El conjunto más bonito estaba reservado para mi Barbie preferida. Se trataba de un vestido de encaje rosa por encima de la rodilla a juego con unos zapatitos de tacón. Desde muy pequeña me ha gustado jugar con estas muñecas. Tenía muchos de sus complementos; un tocador con espejo, sillas, mesas, incluso un probador y una caja para simular una tienda de ropa. Sin embargo, yo prefería jugar con muñecas de mayor tamaño. Esas que son tan parecidas a los bebés que hacen despertar el instinto maternal. Recuerdo que mi primer muñeco tenía el cuerpo hecho de tela y las manos, piernas y cabeza de plástico. De su torso sobresalía un hilo y al tirar de él sonaba una dulce nana. Siempre le tuve especial cariño porque, además de ser el primero y haber jugado mucho con él, me lo regalaron el día que nació mi hermano. Yo no había cumplido ni los dos años, pero jamás olvidaré la ilusión que me hizo. Otro juguete que también disfruté mucho fue los Playmobil. Una vez los Reyes Magos le regalaron a mi hermano el barco pirata. A mí, en ese momento no me llamaba mucho la atención pero, un día que estaba aburrida, decidí ponerme a jugar con él. Me lo pasé tan bien que a menudo solía ir al cuarto de mi hermano para cogérselo y llevarlo a la mía. Creo que lo que tanto me gustó fue el realismo con que el barco estaba hecho; tenía un camarote al que se le podía desmontar el techo para colocar allí a los personajes. Dentro había una mesa, varios muebles y estanterías y algún cuadro. Fuera se encontraban la popa y la proa, además de mástiles con banderas. También había un ancla que se movía dándole vueltas a una rueda. La bodega estaba llena de escaleras móviles, cofres de tesoros, cajitas con comida y platos…, incluso tenía cañones y bombas y una barquita por si la necesitaban en caso de accidente. Todo estaba perfectamente detallado. Tanto me gustó que después decidí pedir el parque de los Playmobil, que constaba de atracciones, plantas, dos cuidadoras y muchos niños. Más tarde nos regalaron la Play Station. El primer juego de Play que tuve fue el de Mario Bross. Consistía en ir salteando a los “malos” y pasando de pantalla, para poder rescatar a la princesa. Yo insistía una y otra vez hasta que, al fin, un día con suerte, conseguí el objetivo. En ese momento no me daba cuenta, pero los juguetes cada vez tenían menos importancia para mí. Otra cosa que siempre me encantó y aún me gustan son los peluches. A veces, cuando me enfadaba con mis padres o cuando me sentía triste, los estrechaba entre mis brazos y me acurrucaba a su lado en la cama. Uno de mis mejores peluches, que aún conservo, es un oso acaramelado con los ojos negro azabache. Antes me parecía enorme; era bastante más grande que yo y por eso lo llamaba “Osote”. Un día decidí guardarlo en una bolsa de plástico y al cabo de unos años me reencontré de nuevo con él; no me podía creer que fuera “Osote”… en ese momento me pareció mucho más pequeño; yo estaba segura de que habría una explicación, que éste sería otro peluche, el mío debía estar guardado en algún sitio. Pero mi madre me convenció y me dijo que no era él el que había cambiado, sino yo. En ese momento me di cuenta de lo mucho que había crecido; no sólo de tamaño, sino de carácter. Ya no me apetecía cuidar a las muñecas, ni jugar a los Playmobil. Ahora prefería quedar con mis amigas para hablar y divertirnos, o utilizar el ordenador. No era consciente, pero los años iban pasando poco a poco y la niña que llevaba dentro se fue quedando atrás.