A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

lunes, 1 de febrero de 2010

Mis recuerdos del comedor

Aquellos años parecen lejanos… Recuerdo los días monótonos en clase, hora tras hora mirando el reloj, deseando oír el timbre de la campana. El recreo duraba demasiado poco, quizá esto tan solo fuera una sensación y se debiese a lo bien que lo pasábamos o, a lo mejor, es que nos dejaban escaso tiempo para descansar. Mis mejores recuerdos de esta época son de las horas en el comedor. Tras sonar el timbre bajábamos las escaleras y entrábamos lentamente en aquella sala. Ahora, al pensar en ello, me parece una habitación un tanto desoladora: niños pequeños que no querían comer, otros a los que no les gustaba nada, algunos que tenían alergia… pero entonces era divertido. Todos los días nos sentábamos en el mismo sitio, yo siempre al lado de mis mejores amigas: Diana y Henar. Una vez allí empezábamos a charlar durante largo rato sin probar bocado. En realidad la comida era bastante mala, pero debo reconocer que ése no era el único motivo por el que me negaba a comer; la verdad es que, además de que me daban asco los platos, vasos y cubiertos, tenía una especie de reto personal con las cuidadoras. Ahora lo pienso y esto último me parece una tontería, pero antes le daba importancia. Consistía en intentar que me quitaran el plato comiendo lo menso posible. Diana y yo siempre éramos de las últimas en acabar. Las cuidadoras nos decían que comiéramos un poco más, incluso, a veces, cuando éramos pequeñas, nos daban la comida; pero al final se rendían y tenían que quitarnos el plato casi lleno, aunque, a menudo, recurríamos a ciertas “estrategias” para conseguirlo. En ocasiones envolvíamos la comida en servilletas y la tirábamos a la basura, había gente que también la metía dentro de la panera o debajo de la mesa. Recuerdo las bolas de pan volando por el aire y cayendo en platos y vasos. Visto así parece que éramos niños bien comidos y desagradecidos que tirábamos la comida porque no teníamos ni una pizca de hambre, pero yo sé que era más que eso. Es verdad que nos divertía, incluso era emocionante hacerlo sin que se dieran cuenta las encargadas, pero nosotros no teníamos la culpa de que la comida supiese tan mal, de que los cubiertos tuviesen pegotes y de que apareciesen pelos e, incluso, moscas muertas en los platos. Tanto era el asco que me causaba que no recuerdo la última vez que bebí en uno de aquellos vasos. Él mío siempre se quedaba dado la vuelta, porque era seguro que no lo iba a utilizar. El comedor se iba vaciando poco a poco y, al final, siempre quedábamos Diana, alguno que no le había gustado la comida de ese día y yo. A veces, por tardar tanto, nos castigaban limpiando las mesas y barriendo el suelo. Si esto sucediese ahora, me habría negado rotundamente por el simple hecho de ser un castigo injusto, pero antes me parecía hasta entretenido. Tras realizar la tarea siempre nos daban algún caramelo. Cuando por fin conseguíamos salir, íbamos al patio del colegio. Nos reuníamos con Henar y algún amigo más. Allí jugábamos a todo tipo de cosas; desde barrer la tierra y marcar los límites de nuestras cabañas, hasta entrar en fincas privadas en busca de “el fantasma”. Cuando éramos pequeñas creamos la leyenda de que en el colegio vivía un fantasma. Todo comenzó un día que íbamos al baño y la puerta se abrió sola. Pensamos que habría sido una ráfaga de aire, así que, al principio, no le dimos mucha importancia. Luego empezamos a escuchar “voces” y salimos de allí rápidamente. Fue así como empezamos a desarrollar nuestra imaginación hasta el punto de no poder ir solas al servicio. Recuerdo que al principio era como un juego, pero sin darnos cuenta fuimos involucrándonos poco a poco y, al final, vivimos una temporada en la que pasamos bastante miedo. No sé por qué, pero nos metíamos en aquellas fincas en busca de alguna señal, algo que nos ayudara a encontrar a “el fantasma”. No era demasiado difícil salir del colegio porque las vallas estaban rotas; aunque más de una vez nos metimos en problemas. Así fueron pasando los años, cada uno era diferente al anterior. Íbamos inventando juegos y conociendo nuevos amigos; las únicas que permanecimos siempre juntas fuimos nosotras, las mejores amigas del mundo según decíamos, las inseparables… así éramos Diana y yo.

1 comentario:

José A. Sáinz dijo...

Corrige: yo se que. Muy bien.