A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

domingo, 1 de noviembre de 2009

El desengaño

No sabría explicar cómo, pero yo lo notaba. Algo extraño le ocurría; ya no me trataba igual que antes, ya no se preocupaba tanto por mí, apenas me llamaba. Quedábamos en puntuales ocasiones y siempre porque yo se lo pedía, pero cuando lo hacíamos le notaba frío y distante. Sus cálidos abrazos, sus suaves caricias, sus apasionados besos… todo ello parecía haberse esfumado. Recuerdo el primer día que advertí su distanciamiento: estábamos en el parque, sentados en el banco que hay junto a la fuente; él apenas me miraba, fingía distraerse con las palomas que revoloteaban a nuestro alrededor, se quedaba callado, movía sus pies sobre la arena formando dibujos que luego borraba. Yo notaba que algo no iba bien; le cogí la mano con delicadeza pero él la retiró disimuladamente. Se me aceleró el corazón. Pasaron unos minutos hasta que me sentí capaz de preguntar:
-Alex, ¿qué te pasa? Venga, anda dímelo, sabes que puedes contar conmigo.
-¿Es que acaso debería pasarme algo?- me respondió en un tono frío y cortante.
Me sentía incómoda, era una situación un tanto violenta y decidí regresar a casa. Nos despedimos con un beso poco cariñoso. Nada más llegar cogí el teléfono y me encerré en mi habitación. Marqué nerviosa el número de teléfono de mi mejor amiga.
-¿Sí?
-Hoo…hola Marta soy yo, Lucía- saludé entrecortadamente.
-¡Lucía! ¿Estás bien?- advirtió mi tono de voz.
Le conté cómo me sentía y lo mal que lo había pasado en el parque.
-Mira que te lo tengo dicho, ese chico es muy rarito… yo que tú le dejaba- me aconsejó.
¿Dejarle? ¿Cómo iba a dejarle si era la persona que más quería? La verdad es que Marta y Alex nunca se han llevado demasiado bien, por eso no me extrañó que Marta dijera en serio aquel disparate. Me fastidiaba que, por una vez y dejando al margen sus diferencias con Alex, no pudiera darme una opinión de forma objetiva.
A partir de ese día todo empezó a empeorar; cada vez quedábamos menos y, a veces, hasta me ignoraba en el instituto. Empecé a valorar la idea, que en un principio me había parecido absurda, de acabar con nuestra relación, pero me gustaba demasiado como para dejarlo. Intentaba excusarle pensando que quizá tendría problemas familiares, o con los amigos… y todo porque no quería darme cuenta de la única y verdadera razón: él pasaba de mí, pero no tenía el suficiente valor para decírmelo. Mantuvimos esta situación hasta que un día se me abrieron los ojos:
Estaban allí sentados, mirándose fijamente a los ojos, él le acariciaba dulcemente la mano. Ella tonteaba con su pelo; se cogía un mechón y empezaba a darle vueltas, le sonreía de un modo estúpido y ridículo. Mi corazón empezó a latir velozmente y sentí un pinchazo en el pecho. Empezaron a temblarme las piernas. Me sentía engañada y traicionada.
-¿Por qué?- me preguntaba- ¿Por qué tenía que acabar todo de aquella manera tan humillante?
Me arrepentí de no haberle hecho caso a mi amiga, tendría que haberle dejado hacía tiempo. Debía haber supuesto que él pasaba totalmente de mí. Me di cuenta de que ya no tenía remedio, que nuestra relación había acabado para siempre.

1 comentario:

José A. Sáinz dijo...

Muy bien; quizá la expresión "pasar de uno" no le vaya del todo dentro del lenguaje que utilizas en el resto del relato; pero puede que sea una opinión muy particular.