A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

viernes, 16 de octubre de 2009

LA CASA

Éramos cuatro. Y no se por qué quisieron ir, pero yo, les seguí. No tenía realmente muchas ganas de hacerlo, pero cuando me quise dar cuenta, les seguía por una calle desierta. Hasta que nos paramos delante de una gran mansión, sólida y graciosa a la vez, rodeada por un jardín silvestre. Se podía entrar sin dificultad alguna no habiendo cerradura ni aldaba en la puerta. Como se puede suponer, estoy hablando de una casa abandonada, pero no se me alcanza la razón definitiva y misteriosa de su abandono. Procuré no pensar en eso, mientras atravesábamos el enorme jardín, lleno de zarzas, que nos separaba de la casa. Según nos acercábamos, me di cuenta de que era una noche demasiado oscura, una noche sin luna. Me recorrió un escalofrío. No teníamos linternas, a si que nos guiamos con la luz de nuestros móviles. El mío emitía una suave luz anaranjada, apenas suficiente para ver dónde pisaba. Avanzando lentamente, llegamos a las escaleras de entrada de la mansión. Los escalones crujieron. No había puerta, solo un gran agujero rectangular. Dentro, estaba aún más oscuro. Ya que la luz de la única farola que había en toda la calle, apenas se colaba por la abertura de la pared en la que debería haber una ventana. Durante largo rato, recorrimos, todos juntos, el piso de abajo. Estaba todo en ruinas. La casa, a medio construir. Los restos de los muebles, rotos, viejos, tirados por los suelos. De vez en cuando algún animal o quizá un espíritu perdido entre las paredes de aquel lugar, hacía algún que otro ruido que nos sobresaltaba de una manera que jamás habría creído posible. Había una gigantesca escalera de caracol de madera que ascendía al segundo piso. Subimos con lentitud. Parándonos cada vez que crujía una tabla de madera, lo que ocurría cada dos segundos. El segundo piso no estaba mejor que el primero. Hannah, dio un paso en falso y de repente una tabla se hundió bajo su pie derecho y cayó estrepitosamente al piso de abajo. Henry la apartó de un empujón evitando que su pie, corriera la misma suerte.
- Ten cuidado hermanita, que si no llega a ser por mí… -dijo con una sonrisita de suficiencia.
Hannah le miró con cara de pocos amigos. Entonces un ruido claramente de pasos se oyó en el tercer piso. Todos gritamos al mismo tiempo. Todos, menos Fede. Entonces miré a mí alrededor. No estaba. Me recorrió otro pequeño escalofrío. Estaba a punto de decirles a los demás que Fede no estaba, cuando su voz llegó desde lo alto de la escalera.
- ¡Chicos! Tenéis que ver esto… Es genial.
- ¿Qué haces ahí arriba?
Ignoró la pregunta. Subimos al tercer piso. Estaba un poco mejor que los dos anteriores. Pisábamos con cuidado, no queríamos romper otra tabla del suelo. Buscamos a Fede en varias habitaciones. En una en la que había un retrete roto, otra en la que dos sillas seguían aún en pie, aunque parecían talladas en polvo, y otra en la que había un espejo, solo eso en toda la habitación. Recordaba haber oído hacía años una vieja leyenda sobre aquel espejo. Pero eso había sido hacía mucho tiempo, demasiado. Había sido en una época de mi vida muy diferente a la actual. Deseché todos esos pensamientos de mi mente. Finalmente encontramos a Fede en una espléndida terraza desde la que se veían las montañas. Nuestras siluetas, bañadas por la suave luz de las estrellas, se quedaron allí paradas, observando el infinito. No tenía barandilla, a si que no nos acercamos mucho al borde, pero acabamos allí, tumbados, buscando estrellas fugaces, persiguiendo deseos que quizá algún día conseguiríamos. Entonces Henry, me tomó de la mano. Giré la cabeza para mirarle. Y me observó con un amor tan falso, que me dio miedo. ¿Qué nos había pasado? ¿Cómo habíamos llegado hasta aquí? Entonces recordé una antigua canción que solíamos escuchar.
“How did we get here, when I use to know you so well? How did we get here? Well, I think I know”. 
La verdad, le venía al pelo a esta ocasión. Él llevaba una camiseta gris, la misma que llevaba el día en que… Otro recuerdo se apoderó de mi cabeza. Otra canción resonó en mis oídos, aunque, solo era un producto de mi imaginación. O quizá no. Quizá, era Henry, que la estaba tarareando para mí.
“He said, the way my blue eyes shined, put those Georgia stars to shame that night, I said, thats a lie”.
Una lágrima resbaló por mi cara, me la sequé con el dorso de la mano. Entonces, tomé una decisión. Me levanté y tiré de su mano para que viniese conmigo. Hannah y Fede nos miraron, pero les hice un gesto, y nos dejaron ir. Subí las escaleras, hasta el último piso, amparada por la luz de mi móvil y con Henry detrás. Llegamos a una pequeña buhardilla, que solo tenía tres habitaciones, conectadas entre si. Entré en la primera que encontré. Estaba vacía, asique me senté en el suelo. Él permaneció de pie.
- Tenemos que hablar. –dije e inmediatamente, me sentí como dentro de una peli. Allí en una casa abandonada, diciendo aquella frase a Henry. Todo el mundo sabe lo que viene después de esa frase, hasta Henry lo sabía y su cara se tornó sombría. – Esto no funciona.
Me miró un minuto largo. Al final contestó.
- Muy bien. Como quieras.
Y se dio la vuelta, dispuesto a marcharse, aparentemente herido de amor. Aunque yo sabía que en realidad, le había herido en su orgullo. Supuse que jamás le habría dejado una chica a él, sino que él las dejó a todas. Pero, a mi me parecía que no tenía sentido continuar con aquello si ya no había sentimientos, cuando ya no nos unía nada más allá de la amistad. Una gran amistad, pero solo eso, al fin y al cabo.
- ¡Espera!
Se paró.
- Mírame, por favor.
Se dio la vuelta.
- ¿Tu me quieres?
- ¿Cómo?
- Que si me quieres, pero amor de verdad.
Pareció dudar.
- Se realista Henry, tu no me quieres y la verdad es, que yo a ti tampoco…
- Entonces, ¿por qué empezamos a salir?
- Por que antes sí tenía algún sentido.
Algo pareció cambiar en su expresión. La comprensión brilló en sus ojos. Vi que ahora, él también se había dado cuenta de lo que yo había notado antes. Asintió.
- Pero, yo quiero ser tu amiga. No quiero perderte, de verdad.
Se me hacía duro pensar cómo sería mi vida sin él. Nada sería igual. Volvió a asentir. Impulsivamente, le abracé y él suspiró.
-Pero…
Me separé de él y le miré con curiosidad.
- Si cambias de opinión…
Pensé en Víctor. De repente, sin previo aviso su imagen vino a mi mente. Miré a Henry y recordé a Víctor. Era extraño. Se me hizo un nudo en la garganta y traté de tragar, sin conseguirlo. Sentía que, ahora que conocía a aquel misterioso chico, jamás cambiaría de opinión sobre Henry. Y eso hizo que me preguntara muchas cosas respecto a lo que sentía. Henry seguía esperando mi respuesta. No quería hacerle daño, pero sabía que era lo mejor para los dos. En ese momento entraron en la habitación Hannah y Fede, riéndose sin parar, hasta que nos vieron allí. Me acerqué a ellos y secretamente me alegré de su intromisión.
- Todavía no hemos visto este piso. Vamos por aquella puerta. –dije.
Todos me siguieron mientras pasaba por otra abertura sin puerta. Entonces todos nos quedamos quietos en la entrada. Era la habitación de un bebé. Una vieja cuna de madera, era el mueble que estaba en mejor estado de toda la casa, aunque con el mismo polvo que los demás. En el suelo, tirada y rota había una pequeña mecedora y junto a ella, un feo oso de peluche azul. A Fede le entró la risa otra vez.
- ¡Eh, tíos! ¡Cómo mola! Jajaja.
Cogió el peluche y empezó a lanzarlo al aire y a hacer el tonto con él.
- ¡Pásamelo! –gritó Henry.
Empezaron a jugar con el osito como si fuese un balón. Y no me gustó que tocasen un objeto de aquella casa. Me dio un mal presagio y me recorrió un escalofrío, otra vez.
- ¡PARAD!
- Jajaja. Si no pasa nada Ísobel.
- En serio, parad. No toquéis nada.
- ¿Te da miedo?
Empezaron a hacer en idiota imitando a un supuesto “osito fantasma”.
Me enfadé y me di la vuelta para irme.
- Vale, vale. Lo siento.
Era Henry, que venía corriendo detrás de mí. Suspiré y salí de la casa lo más deprisa posible. Los demás, también me siguieron. Y de nuevo en el jardín, sentí un agudo dolor en la pantorrilla. Enfoqué el móvil en esa dirección y una suave línea roja, recorría mi pierna, unas pequeñas gotas de sangre caían hasta mis deportivas.
- Mierda. ¡Malditas zarzas! –murmuré. -No debería haber venido en pantalón corto…
En ese instante la luz del móvil, iluminó un trozo de suelo del jardín junto a mi pierna. Era el osito de peluche azul. Me levanté de golpe.
- Esto…chicos… ¿habéis tirado el osito por la ventana? Os dije que lo dejaseis.
- Nosotros no hemos tirado nada, lo hemos dejado donde estaba.
Empecé a temblar, había visto demasiadas películas, como para no asustarme de algo así. Todos se reunieron a mí alrededor. Miraron el osito alucinados.
- Eso es que había dos. Venga no pasa nada. –intentó infundirnos ánimo Hannah.
- Pues yo me voy de aquí. –dije. –Esto no tiene buena pinta. Soy un poco supersticiosa…
Hannah se rió un poco de mi, pero su risa era nerviosa. Caminamos hacia la salida, intentando no parecer asustados por una cosa así. Aunque caminábamos rápido, sin llegar a correr. Ya estábamos más cerca de la salida. Unos metros más, solo unos metros más…

Al otro lado de la calle, un hombre mayor, vestido con un pijama de rayas rojas y blancas, se levantó de la cama. Le había despertado un grito que helaba la sangre en las venas. Pero, al somarse a la ventana, no vio asolutamente nada.

2 comentarios:

Cristina dijo...

Lo siento. Creo que me ha quedado un poco largo...

José A. Sáinz dijo...

Corrige: a si que (2 veces), "Ya que" pide ir tras coma como mucho, no tras punto; tu, se, por que, de mi. Bien relatado; me gusta mucho, sobre todo la imagen de la silla esculpida en polvo. Muy bien. Pero atención a las faltas.