A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

sábado, 3 de octubre de 2009

HUIR

Cuando salimos a la estación, lo primero que vi fueron los montes, con las cúspides nevadas, majestuosas y enormes. Sentí una alegría intensa y desproporcionada. No sabía el porqué. Pero era exactamente un impulso alegre y magnífico. Quizá se debiese a estar allí, con él. Probablemente más por él, que por aquel lugar. No podía evitar que me asomase una pequeña sonrisa cuando le miraba de reojo y le veía a mi lado. No conseguía dejar de mirarle, tenía miedo de que de repente despareciera. Por eso necesitaba comprobar que continuaba allí cada rato. Aún no podía creer que fuese real, era demasiado perfecto, demasiado ideal. Pero ahí seguía, junto a mí. Ahora ya no podía abandonarme, ahora que habíamos llegado hasta allí los dos, no podía abandonarme. Y todavía flotaba ante la idea. La estación parecía mucho más bonita con él allí. Y es que, él brillaba con luz propia. Más que la blanca luna, que se mecía redonda sobre nuestras cabezas. Me agarró la barbilla y me obligó a mirarle a los ojos. Hubiera estado mirando esos ojos toda mi vida, y jamás me habría cansado. Había tantas cosas allí, detrás de aquellos preciosos ojos color miel, solo allí podría encontrar las respuestas a todas mis preguntas. Me besó. Y lo hizo de una manera que debería estar prohibida por la ley. Era la clase de beso por el que se cometen locuras. Locuras que una vez las has cometido, y a pesar de que sabes que es una tontería, no puedes arrepentirte de haberlas cometido. Como me ocurría a mí esa noche. No debería haber huido. No me parecía el mejor modo de solucionar los problemas, huir nunca sirve de nada, yo lo sabía. Por mucha tierra que pongas de por medio, tu mente es un celda de la que no puedes huir. Por eso es mejor enfrentar los problemas. Pero él me había pedido que huyésemos, que nos escapásemos. Y yo a él no podía negarle nada. No soportaba verle triste, ni siquiera por el más pequeño problema. Por eso me había subido con él a ese tren. Ahora teníamos que coger otro, daba igual el destino, simplemente que nos llevase lejos. Ya nunca regresaría a esa cama en el piso en el centro, donde unas horas más tarde, mis padres se levantarían y no encontrarían a nadie en mi habitación. Y jamás volvería a aquel instituto, al cual irían cada mañana aquella panda de adolescentes, que se preguntarían dónde se había metido esa chica tímida y pelirroja de cuarto curso. Nadie sabría qué había pasado conmigo, nadie sabría nada. Tampoco les importaría. Algunos solo me recordarían como un borrón que cruzó por sus vidas, y al cual no volvieron a ver. Otros ni siquiera sabrán que alguna vez estuve ahí. De hecho nadie me echaría de menos. Hacía unos días, incluso yo creía que no poseía nada digno de recordar, pero solo hasta que él apareció en mi vida. Volví a mirar a mi alrededor y me asombré otra vez de lo increible que era todo aquello, la emoción de la huída volvió a correr por mis venas, y él seguía ahí abrazándome, como si de verdad me quisiera. Quizá así fuese. Sentí una extraña calidez.

Me besó de nuevo y le eché los brazos al cuello. Si alguien nos hubiera estado observando desde detrás de una de esas sucias ventanas de la estación, solo habría visto a dos adolescentes, enamorados, esperando el próximo tren.



2 comentarios:

José A. Sáinz dijo...

Muy bien, sólo debes corregir dos pequeñas faltas: el acento de "que había pasado conmigo" y mejor "esperando el próximo tren" que "al próximo tren".

Cristina dijo...

Vale.