A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

lunes, 18 de enero de 2010

LAS TRADICIONES CAMBIAN ^^

No esperaba nada nuevo de aquellas Navidades. Hasta el momento habían sido exactamente iguales que el resto de los años. Los días que pasábamos en Madrid, en un ir y venir, perdidos en un océano de posibilidades: museos, cines, teatros, tiendas,… Y eso sin contar el paseo, que ya se había convertido en una tradición, por la Plaza Mayor; justo el día de Nochebuena, todos empujábamos a la multitud para conseguir ver un millón de puestos con pelucas, máscaras y artículos de broma. Tampoco faltó la cena con mis abuelos y el discurso del rey de fondo. El día de Navidad también siguió igual que en los años anteriores.


Algo que a veces echo de menos en Navidad es la falta de decoración que hay en nuestra casa. Quizá un belén en algún rincón. Y solo porque Anto quiere dar fe de que la Navidad ha llegado y ella se ha dado cuenta. O tal vez, solo se debe a que tiene mucho tiempo libre, por lo que puede entretenerse en poner el musgo verde junto a un río de papel albal. Para nosotros es imposible decorar la casa ni sacar un árbol. Nos pasamos la navidad de un lado para otro y no podemos decorar cincuenta sitios. Cuando éramos pequeños sacábamos el abeto de plástico y lo decorábamos, pero este ha sido uno de los primeros años que no hemos tenido tiempo material para hacerlo.

El día de Nochevieja, en cambio, si que ha sido diferente. Todos los años celebrábamos ese día en casa de mi otro abuelo. Él cocinaba su cabrito, y he de decir que nunca he comido uno como el suyo. Yo de pequeña siempre miraba impresionada como se movía por la cocina, preparándolo todo, atento de cualquier mínimo detalle. Cocía las cigalas y colocaba en círculo los langostinos, quitaba las ternillas a la carne y preparaba el guiso con tomate, repartía los sobres de jamón en varios platos y compraba coca-cola para nosotros. El único día del año en el que se le podía ver cocinando. Si me dejaba, yo le ayudaba en lo que podía. Y así fue como lo hizo un año tras otro, y solo falló en dos ocasiones hasta donde alcanza mi memoria. Una fue cuando murió mi bisabuela, cerca de Navidad. Y la otra este año. Por eso, a pesar de no esperar ningún cambio en estas fiestas, de repente me encontré con nuestro salón convertido en un campamento gitano. El sofá cubierto con una enorme tela azul, las mesas desmontables ocupaban todo el espacio disponible, con sillas dispares, cada una traída de un sitio diferente, y algunas hasta cojeaban en el suelo de madera desigual. Botellas de champán y Baileys por encima del aparador, bandejas de turrón y mazapán por doquier. Y al final, mi abuelo encargó el cabrito a un bar. No es el suyo, pero está bien.

Fuera quedaban aún restos de nieve cuando llegaron todos. No somos una familia enorme, pero estábamos todos juntos. A mi prima no la vemos casi nunca a pesar de que tiene mi edad. Pero Navidad es una de las dos veces infalibles que la veo al año. Antes, mis primos y yo solíamos hacer una especie de actuación, a veces un baile, otras un teatro o cualquier otra tontería. Al final siempre pasábamos la gorra. Quien dice gorra, dice una cazuela improvisada que encontramos en la casa de los trastos. También nos disfrazábamos y todo. Este año, ya somos demasiado mayores como para hacer esa clase de actuaciones con el resto de la familia sentada en las escaleras (nuestras gradas improvisadas). Así que cambiamos eso, por una timba de póker. Tampoco es una actividad propia de la navidad, pero mis tíos son unos expertos en la materia y también les van los juegos de azar. Después de las uvas y los litros de champán que nos bebimos entre todos, mi prima nos llevó a mí y a Javi a una fiesta con la ente de su peña. Yo no solía salir ese día, porque ante todo era un día familiar. Otros años, terminábamos jugando a la play station, pero no me apetecía mucho ese día. ¿La fiesta? Estuvo bien.

Otra cosa que cambió este año, fue el día de la cabalgata de reyes, antes nos reuníamos todos a verla en casa de mi abuelo. Ahora, ya no. Y el día de reyes sigue siendo exactamente igual. La emoción de los regalos y los envoltorios vacíos y rotos por todos lados. Y saber que al día siguiente empiezan las rebajas.

Al final no ha sido la típica Navidad, pero me he divertido mucho y aunque sé que la próxima tampoco será como las anteriores, espero pasarlo bien igualmente.

2 comentarios:

José A. Sáinz dijo...

Interesantes costumbres. ¿Gentes o entes en la peña de tu prima?

Cristina dijo...

Ambas cosas...