A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

lunes, 8 de marzo de 2010

Fantasmas del pasado

-Yo… lo siento mucho. Espero algún día poder perdonarme lo que pasó; pero les aseguro que no soy ningún asesino.
Fueron las últimas palabras que dijo en público. Ahí acabo todo. Luego, durante algunos años, desapareció, encerrado en su casa de La Florida, y fue como si hubiera muerto. La gente se preguntaba qué habría sido de él; sabían dónde vivía pero nadie se atrevía a llamar a su puerta. Su casa se encontraba en medio del campo, apartada de carreteras, vecinos y ruido. Era grande y un tanto siniestra.
-¿No os dais cuenta? Es culpable, si no habría dado la cara- decía un señor mayor del pueblo.
-Yo no creo que haya sido capaz de hacer una cosa así, además la justicia le ha declarado inocente- comentaba una señora.
-¡Bah!, la justicia, qué sabrá la justicia…- respondió otro.
Empezaron a crearse leyendas sobre Agustín, el hombre fantasma. Decían que el crimen debía haberle trastornado y que lo único que hacía era vagar por sus enormes fincas de un lado para otro, como un alma en pena, buscando consuelo. La mayoría le consideraban culpable, pero pensaban que se había arrepentido y que estaba pagando por ello.
Un día, al cabo de siete años, un grupo de niños, entre ellos el hijo de la víctima, que había oído hablar de la historia, decidió adentrarse en sus propiedades para desvelar el misterio. Lo tenían todo planeado. Saltarían la valla de madera y se esconderían detrás de los robustos árboles para observar mejor la situación desde allí dentro, luego irían acercándose poco a poco hasta divisar la casa. Una vez allí esperarían para encontrar alguna pista. Tal vez tuvieran suerte y vieran a Agustín paseando por la finca; y así no tendrían que entrar en aquella casa. Lo cierto fue que, aunque esperaron durante horas, no advirtieron nada de interés.
-¡Entremos en la casa!- dijo Tomás.
-¡Estáis locos, yo me marcho!
-Yo también.
-Y yo.
Fue así como al final sólo quedaron Tomás, Alex y Marcos, los más valientes y, según sus amigos, los más insensatos. Se tranquilizaron durante un rato antes de entrar. Luego, con un ligero temblor en las piernas, decidieron llamar al timbre. Les abrió una señora de avanzada edad. Su rostro estaba bastante deteriorado.
-Hola, ¿puedo ayudaros en algo?- preguntó amablemente.
-Nos gustaría ver al señor Agustín- respondió Tomás sin dudarlo.
La mujer les miró con rostro asombrado. Después sonriendo preguntó:
- ¿Y no os da miedo lo que dicen de él?- La mujer les invitó a entrar.
Tragaron saliva y aceptaron la invitación.
-Subid arriba- les indicó las escaleras- y llamad a la segunda puerta. No hagáis mucho ruido.
Y así lo hicieron. Una voz respondió enseguida:
-Pasa, Maira.
Abrieron la puerta. El hombre se quedó asombrado al verlos. Frunció el ceño.
-Pasad- dijo poco convencido.
-Hola, queríamos hablar contigo y preguntarte lo que pasó ese día. No creo que seas culpable pero necesito saber la verdad.
-¿Cómo que necesitas saber la verdad? ¿Quién eres tú?
-Soy el hijo de la mujer que dicen que mataste.
-¿Albert…? - preguntó con lágrimas en los ojos.
- No, yo soy Tomás- respondió confuso.
-¡Albert, me dijeron que tú también habías muerto! ¿Dónde has estado todo este tiempo? ¿Dónde vives?- Comenzó a llorar.
-Yo… creo que me está usted confundiendo con otra persona, ya le digo que me llamo Tomás.
-Sólo dime con quién vives y te contaré la historia de principio a fin. Por favor, necesito saber quién cuida de ti…
-Maite, mi tía.
-Claro, ella debió de cambiarte el nombre…-sollozó; cuando se hubo tranquilizado comenzó a relatar lo ocurrido-. El martes, día 15 de diciembre de 1930, tu madre y yo tuvimos una discusión. Decía que estaba harta de que me pasara trabajando todo el día y que no le hiciera caso. Yo le contesté gritando que cómo íbamos a comer si no. Ella me dijo que podríamos vender esta casa y comprarnos otra más pequeña, en el centro del pueblo. Yo no quise; esto era mi hogar y no pensé en abandonarlo ni por un instante. Ella dijo que si no estaba dispuesto a dejar mi casa por ella, sería mejor marcharse. Y así lo hizo. Te cogió de la mano y se montó en el coche. Yo debí evitar que lo hiciese, pero el orgullo me traicionó. Pasadas dos horas llegó la policía a casa y me llevaron a comisaría. Yo no entendía nada pero allí me lo explicaron. Se me acusaba de haber manipulado el coche de Elvira y me hicieron responsable de su muerte. Fue tu tía la que me acusó. Dijo que tu madre y yo habíamos tenido una discusión muy fuerte y que seguro que yo era el causante del accidente. Yo me quedé sin palabras. Elvira, la persona a la que yo más amaba en este planeta, aparte de ti, había fallecido; y en parte por mi culpa. No dije nada, pues, en verdad, me sentía culpable. Pasado un tiempo me encontré con fuerzas para explicar lo que pasó, entonces, por falta de pruebas, se me declaró inocente. Me pusieron en libertad, pero todo el mundo me señalaba con el dedo. Nadie se atrevía a mirarme a la cara. Tu tía hizo grandes esfuerzos por poner al pueblo en mi contra. Fue entonces cuando me dijo que habías muerto. Yo no tuve otra opción y decidí encerrarme aquí, preso del pasado, esclavo del presente. De haber sabido que estabas vivo habría ido a buscarte y viviríamos juntos…-No pudo seguir; las lágrimas y sollozos se lo impidieron.
- Pero entonces… eso quiere decir que… ¡eres mi padre!- exclamó Tomás, que había escuchado el relato sin decir una palabra.
Agustín asintió y le dio un fuerte abrazo. No sabían qué decirse. Habían pasado tantos años de aquello… Tomás no se acordaba de nada porque entonces no tenía ni un año de vida. Su tía se encargó de que no pudiera conocer a su padre diciéndole que había muerto. Tan sólo le contó que aquel señor que vivía en la casa de La Florida era el asesino de su madre y que jamás se acercara a él porque era un hombre peligroso, y así asegurarse de que jamás se conocerían.
A partir de ese día Agustín y Tomás, o mejor dicho Albert, comenzaron una nueva vida. Tomás se libró de su tía y nunca volvió a dirigirle la palabra, mientras que Agustín, gracias a la ayuda de su hijo, consiguió borrar los fantasmas del pasado y logró encontrarle sentido a la vida.

1 comentario:

José A. Sáinz dijo...

Muy bien; salvo un te que quizá fuese se.