A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

jueves, 25 de marzo de 2010

Viviendo la calle

Recuerdo los veranos en el pueblo de mi abuela: Mirasierra de Gredos, no era como en Madrid con todo el mundo con prisas de un lado para otro, en donde la gente suele pasear nada más que por la tarde, los vecinos, cada uno en su casa, y a partir de cierta hora solamente quedaban en la calle los gamberros, al menos en el barrio donde yo me crié.
En el pueblo era diferente: la gente vivía en la calle, no, no es que fueran unos sin techo, es que la vida se hacía de puertas para afuera, en casa pues para dormir, comer, y a veces ni eso, los vecinos sacaban sus mesas de plástico y sus sillas y cenaban al fresco, incluso había gente que en las noches de mucho calor dormía en una tumbona, a la puerta de su casa.
Era un pueblo con practicamente cuatro calles y una plaza: la calle principal, que era la carretera y donde estaban los pocos comercios que había; una pequeña tienda que a pesar de su tamaño vendía de todo; la farmacia, la ferretería y el bar.
Estaba también la calle de en medio, no sé por qué la llamaban así porque era la que estaba a la izquierda saliendo desde la plaza, aquí era donde vivían mis abuelos.
Otra calle era la que iba desde la plaza hasta la pequeña iglesia, la preferida de los paseantes tranquilos y las parejas de novios , desde la plaza partía también la calle del médico, no es que viviera ningún médico, se llamaba así por la vieja casa que compró el médico del pueblo de al lado, que solía venir a pasar consulta los jueves. Los fines de semana venía con toda su familia, una señora muy pintada y bien vestida que apenas salía de casa y un tropel de niños que correteaban por la plaza como si llevaran toda la semana encerrados. Por eso quizá, por la escasez de calles, los habitantes del pueblo hacían un uso desmesurado de ellas, allí se jugaba, se conversaba, se reñía, se comía, pero sobre todo se jugaba. A la hora de la merienda las tres calles se convertían en un griterío de voces infantiles, todos con sus bocadillos para la merienda y los perros se unían al jolgorio con sus carreras y sus ladridos mientras que los mayores se dedicaban a sus muchos quehaceres.
Solíamos cenar bajo el emparrado, a veces se nos juntaban los vecinos con sus niños y también con sus perros, luego salíamos todos zumbando, menos la abuela que se encargaba la pobre a recoger. Y así estabamos hasta las 12 o la 1 de la noche hasta que cada uno se iba de mala gana a su casa.

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