A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

viernes, 19 de marzo de 2010

Una razón para vivir

Éramos primos Berenice y yo, y nos habíamos criado juntos en la casa de mis mayores. Sin embargo, crecimos de manera muy diferente: yo, enfermizo y hundido en la melancolía; ella, ágil, graciosa y rebosante de vigor. En numerosas ocasiones tuve envidia de su salud y forma de vida. Ella estaba todo el día de aquí para allá. Era muy organizada y le daba tiempo a hacer todo tipo de cosas. A menudo solía venir a verme al hospital y charlábamos durante un buen rato. Yo le contaba mis preocupaciones, la evolución de mi enfermedad, mis miedos, anécdotas con las enfermeras… Ella siempre me respondía con una dulce sonrisa, me miraba a los ojos y me prometía que pronto saldría de aquí. Los años fueron pasando y ella nunca se cansaba de repetirme que, algún día, este infierno acabaría para siempre. Yo, sin darme cuenta del esfuerzo que hacía por venir todos los días, le reprochaba que me animara sin que hubiera ni la más mínima esperanza; le decía que para ella era fácil ser tan optimista, pero que si estuviera en mi lugar seguramente habría deseado la muerte. Recuerdo que cuando le contestaba de este modo se enfadaba bastante, pero a los dos minutos su sonrisa volvía a estar tan radiante como siempre. Su presencia me ayudaba bastante a evadirme de la cruda realidad. Solía contarme lo que había hecho el fin de semana, sus aventuras amorosas, sus dudas acerca de la vida… en numerosas ocasiones me pedía que le diera mi opinión o algún consejo. Una vez me enseñó la foto del chico que le gustaba. Me dijo que no sabía qué hacer; no sabía si pedirle salir o no. La verdad es que era bastante agraciado y parecía simpático. Ahora me avergüenza reconocerlo, pero la verdad es que le aconsejé a Berenice que no saliera con él, que aparentemente no me parecía un buen chico. Sé que actué de un modo egoísta y ahora me arrepiento. Me daba miedo que Berenice empezara a tener más relación con él y que dejara de venir a verme. Ella decidió no intimar demasiado con él, no sé si por seguir mi consejo o porque en realidad no le gustaba demasiado. Ahora nunca lo sabré, nunca podré decirle lo agradecido que estoy de que viniera a visitarme. Ya no podré dar la cara y reconocer que fui un egoísta. Si ella estuviera aún aquí le diría que no perdiera el tiempo y que disfrutase de la vida. Por mi culpa nunca llegó a conocer el amor. Se pasó tardes enteras intentando animarme, sacar una medio sonrisa de estos labios secos y arrugados. Estuve tan centrado en mi enfermedad que no me daba cuenta de que ella no tenía por qué estar aquí conmigo, padeciendo este infierno a mi lado. No entiendo por qué ha tenido que ocurrir. Era una chica maravillosa. Es la mejor persona que he conocido y conoceré en toda mi vida. Nunca nadie se había preocupado tanto por mí. La verdad es que la echo mucho de menos. No entiendo las razones que tiene la vida, pero Berenice siempre decía que las cosas suceden por algo. Ahora, gracias a mi prima, tengo fuerzas suficientes para enfrentarme a esta enfermedad que me corroe cada día más. No sé si al cabo de poco tiempo acabaré falleciendo; lo que tengo claro es que nunca perderé la esperanza, porque ella nunca lo hizo.

1 comentario:

José A. Sáinz dijo...

Me gusta el tono evocativo.