A, 30 de abril: Caballo de los sueños.
B, 7 de mayo: La noche del soldado.
A, 14 de mayo: La calle destruida.
B, 21 de mayo:
Melancolía en las familias.
A, 28 de mayo: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.
B, 4 de junio: -Son cosas que pasan el día antes.
-¿El día antes de qué?
-El día antes de la felicidad.

viernes, 26 de marzo de 2010

Recuerdos de primaria

Siempre he pasado buenos ratos en el colegio, tanto de pequeña como de más mayor. Recuerdo con nostalgia los pocos años que pasé en parvulitos, en vez de libros la clase estaba llena de juguetes.
A mí en especial me gustaba la seta de los pitufos que era una casita en forma de seta de donde los pitufos entraban y salían con mi ayuda, también había unos animales de goma: tigres, osos, vacas, dinosaurios, panteras y un elefante, con los cuales me montaba una selva completa.
En esa época, como mi madre tenía que trabajar, empecé a quedarme en el comedor, al principio lo pasé muy mal porque no me gustaban las comidas y además no conocía a nadie, solamente a una niña algo mayor que yo, vecina mía, que cuidaba de mí y hacía todo lo posible para que me entretuviera, hasta que conocí a Silvia, nos hicimos muy buenas amigas, ya tenía con quien jugar.
Lo mejor de aquella etapa fue sin duda el comedor. Tardábamos mucho en comer, siempre nos quedábamos las últimas y como castigo muchas veces teníamos que ayudar a recoger y limpiar el comedor, después como recompensa por ayudar nos daban unos caramelos.
Nuestros juegos en el patio eran muy curiosos y muy divertidos; a veces jugábamos con el resto de los niños del comedor al escondite y como el patio era muy amplio y con árboles costaba mucho el encontrarnos, pero nuestro favorito era jugar en una cabaña. La cabaña solamente tenía techo en verano ya que eran las hojas de una parra las que hacían de techo ocasional, de modo que en invierno no podiamos jugar con ella, era como tener una casita de veraneo, dentro hacíamos comiditas con barro que imagínabamos que era chocolate y hojas que hacían de platos, cuando sobraba algo lo envolvíamos en un plástico para que durase hasta el día siguiente. Manteníamos nuestra casita muy limpia, la barríamos diariamente con unas escobas que hicimos de ramas de pinos, lo que nos causaba algún que otro disgusto, ya que la resina que soltaban se pegaba a veces en lugares problemáticos, un día mi madre me dijo que la próxima vez que llevara esos pegotes en el pelo me lo raparía al cero.
Otras veces nos sentábamos a conversar tranquilamente, aunque no elegíamos los lugares más idóneos, recuerdo que un día estábamos sentadas en unas piedras al lado de la pista de baloncesto cuando de repente ví venir volando el balón directo a mi cara, no me dió tiempo a apartarme y me golpeó en la mejilla lo cual tuvo como consecuencia la salida como un proyectil del caramelo que estaba degustando en ese momento, el golpe me dolío pero se me pasó con la risa contagiosa de Silvia y Henar.
De todas las etapas tengo muy buenos recuerdos pero ésta es la que más me gustó.

Las cosas cambian

Éramos primos Berenice y yo, y nos habíamos criado juntos en la casa de mis mayores. Sin embargo, crecimos de manera muy diferente: yo, enfermizo y hundido en la melancolía; ella, ágil, graciosa y rebosante de vigor.
Nos pasábamos todo el día juntos, unas veces jugábamos a las muñecas y otras a los coches. Yo me solía poner malo y ella siempre venía a verme a la habitación y me hacía reir. Nunca me aburría con ella, pero tenía miedo de que ella se aburriera conmigo. A mí me gustaba sentarme en una silla y jugar a cualquier cosa desde allí: un juego de mesa, ver la televisión, leer un libro... pero desde allí, desde la silla. No me gustaba salir a la calle, ni correr, ni saltar... porque siempre me caía o me hacía daño. Sin embargo esto último era lo que le gustaba a Berenice. Ella estaba todo el día corriendo de un lado para otro, saltando por encima de cualquier cosa... y si se caía, no pasaba nada, se levantaba rápidamente y seguía jugando. A mí me gustaba su vitalidad pero yo no podía ser así, no tenía tantas energías como ella para hacer las cosas. Muchas veces se quedaba conmigo en la silla a ver la tele pero yo sé que no le gustaba, que se quedaba allí para hacerme compañía y por eso algunos días me iba con ella a la calle a correr y saltar aunque en el fondo no me apetecía. En la escuela yo no tenía muchos amigos. Bueno, mejor dicho, ninguno. Pero gracias a Berenice, fui jugando con otros niños y al final tuve muy buenos amigos, tan buenos que hoy lo siguen siendo. Yo me quedé a vivir en el pueblo pero Berenice se fue a la cuidad y de vez en cuando venía a hacernos una visita pero ya hacía muchos años que no la veía e incluso puedo decir que casi ni me acordaba de ella. Hace poco me dijo mi madre que mi prima Berenice iba a venir a vernos. Fue en ese momento cuando empecé a recordar todo lo que he dicho antes, me acordé de mi infancia y Berenice estaba en ella. Me puse muy contento. Ahora yo no era el mismo niño al que no le gustaba salir de casa o el que se ponía malo casi todos los días. Ahora ya sí que quería ir con ella por la calle en vez de estar sentado en una silla. Le debía muchas cosas del pasado y ahora podía dárselas. Berenice llegó y se puso tan contenta como yo. Estuvimos un buen rato hablando de nuestra infancia y luego le dije que podíamos dar una vuelta o tomar algo o que podía conocer a mis amigos. Ella no quiso, prefirió quedarse sentada viendo la tele. Yo había cambiado y vi que Berenice también. Ya no era la niña que siempre estaba deseando jugar o correr. Ya no tenía esa vitalidad que yo tanto admiraba. Me gustó volver a ver a Berenice después de tantos años pero hubiera preferido no hacerlo. Me gustaba mucho más el recuerdo de aquella niña que hizo feliz mi infancia.

Recuerdos

Recuerdo que cuando era pequeña tenía una profesora, se llamaba Mª Carmen, o eso pienso, la verdad es que no me acuerdo de muchas cosas que pasaron entonces, pero recuerdo especialmente que una vez me dio un regalo, un pinta uñas, no es que sea mucho pero es un detalle, cuando era pequeña no sabía muy bien porque me lo dio, creo que pensaba que me lo dio porque era buena en clases, pero ahora me doy cuenta de que probablemente me lo diera por el motivo de que me acababan de operar, de un problema que no entendía, los médicos decían que tenía vegetaciones pero a mí esa palabra me sonaba muy rara y nunca recordaba de que se trataba. También recuerdo que cuando yo era pequeña había una profesora que era muy mala, al menos conmigo, la profesora tenía una gran libro de una casa abandonada que se abría si decías "abrete sésamo", digo que era mala porque siempre que traía ese libro me hacía salir delante de la clase, y a mí el libro me daba miedo, me daba miedo el cocodrilo que salía de la bañera y el monstruo del armario y el fantasma del desván, yo, que era una llorica, me ponía a llorar por esto y le decía a la profesora que no quería salir, que me daba miedo el fantasma y el monstruo y el cocodrilo y esa araña que colgaba en el techo, la profesora insistía y la clase entera se reía porque yo siempre lloraba cuando salía el tiburón del agua, ahora no entiendo porque lloraba, supongo que hay niños llorones y niños que no lo son tanto, igual que hay niños que tienen mamitis y niños que no la tienen, pues yo era de esa clase de niños que tenían mamitis, que eran llorones y que les daba miedo cualquier cosa. Me acuerdo especialmente de un día, fue el último día de clases y nuestra clase y otra clase más teníamos que hacer la representación de los siete cabritillos, yo, que no sabía nada de esto me lleve una mala sorpresa ya que tenía miedo a lo desconocido y me pase toda esa hora llorando no se porque, quizás por vicio quien sabe, el caso es que me pase toda la hora yendo y viniendo del baño y llorando porque si, porque me quedaba sin silla y las profesoras lo único que decían era: "Quien se fue a Sevilla perdió su silla"
Ser profesora tiene que ser desquiciante, pero había profesores que eran más o menos buenos, como Paco, aunque según me fui haciendo mayor empezó a caerme mal. Pero cuando eramos pequeños Paco nos cantaba canciones con su guitarra con la que bromeaba y nos hacía creer que tenía voz y que solo él podía hablar con ella, había veces que hablando con su guitarra se revolcaba prácticamente por el suelo de la risa, estas eran mis horas preferidas, ya que se me olvidaba mi vicio irracional por llorar.

jueves, 25 de marzo de 2010

El último verano

Ya había pasado la mitad del verano cuando conocí a Mª José. Mis padres hacía mucho tiempo que no volvían a su pueblo natal. Son de esos que se instalan en Madrid, ocupan todas sus horas y prefieren veranear en la playa o hacer largos viajes para conocer mundo y tener de que hablar en el gimnasio o tomando un café con las amigas. Solíamos ir algún fin de semana para ver a los abuelos y el domingo por la mañana volvíamos corriendo a Madrid para que nuestros amigos no se enterasen de donde habíamos estado. Así nunca había podido relacionarme con nadie ni hacer amigos, ni coger cariño a mis abuelos.

Pero aquel año mi abuela estaba enferma y a mi madre no le quedó más remedio que instalarse en el pueblo durante dos meses.

Yo solía sentarme en la puerta de la casa para ver a la gente que pasaba. Era gente sana, me saludaban o me ofrecían de lo que traían en los cestos. Los niños me observaban de lejos. Mientras yo me aburría ellos jugaban, se bañaban en el río, saltaban tapias, cazaban grillos o acompañaban a sus padres en el campo. Un día me puse la gorra y salí a pasear, mi madre me dijo que trajera agua de la fuente, que era más fresca que la del grifo. Hacía mucho calor, por el camino daba patadas a las piedras y se levantaba polvo. Cuando llegué a la fuente la vi era preciosa me sonrió y me saludó. Comenzamos a hablar y fuimos juntos todo el camino de vuelta. A partir de aquel día era yo el encargado de ir a la fuente con la única intención de verla nos hicimos inseparables, era la mejor amiga que había tenido nunca. Me introdujo en la cuadrilla con los otros muchachos y llegó la fiesta del pueblo.
Aquella noche habíamos quedado para ir a la verbena. La plaza estaba adornada con bombillas de colores y banderas de todos los países, al fondo habían puesto un escenario sobre el que tocaba una orquesta barata canciones de toda la vida. De repente la vi entrar en la plaza. Estaba tan hermosa que el deseo de seguir junto a ella comenzaba a imponerse al vago terror que me turbaba. Una mezcla de recelo y voluptuosidad imposible de describir inundaba todo mi ser. Sabía que aquel no era mi mundo, que el verano estaba a punto de acabar, que un año era muy largo. Sentí una pena muy grande mientras todos a mi alrededor reían, bailaban, corrían, ...Nos miramos a los ojos y sin abrir la boca sentí que me decía sonriente:
-Siempre estaremos juntos, no me olvides.
Me cogió de la mano y nos mezclamos entre la gente.




Mi prima

Éramos primos Berenice y yo, y nos habíamos criado juntos en la casa de mis mayores. Sin embargo, crecimos de manera muy diferente: yo, enfermizo y hundido en la melancolía; ella, ágil, graciosa y rebosante de vigor. Cada día que pasa me vienen a la cabeza días que pasamos juntos, tardes que duraban minutos debido a lo rápido que se me pasaban las horas junto a ella. Me hacía olvidar todos los problemas. Tenía soluciones para todo, incluso para lo más difícil de solucionar. Yo estaba enfermo, mi vida no tenía sentido sin ella. Pero yo la maté, y eso no tiene perdón. Era un día tranquilo, como todos los días, iba a buscar a Berenice a la casa de mis tíos, teníamos grandes planes. Cuando la recogí en su casa me di cuenta de su gran belleza con el pelo suelto, nunca me fije de ese modo, pero era preciosa. Subió al coche, y comenzamos el viaje hacía Soria, donde nos esperaban nuestros amigos Juan y Tomás. 4 horas de viaje, era eterno, pero podía contar con mi prima, la que no dejaba de hablar ni un solo minuto. Pero, mientras se reía con su espectacular sonrisa sucedió lo peor que podía pasar, me despisté y me desvié de la carretera.
Abrí los ojos y observé a mucha gente a mi alrededor, un guardia civil y tres médicos, pero no veía a mi prima. Comencé a gritar su nombre y me levanté para buscarla aunque me lo impedían los médicos, las palabras de los médicos fueron: lo sentimos, hemos hecho todo lo posible.
En ese momento me di cuenta de lo sucedido, ya no estaba con nosotros. Mi vida no tenía ningún sentido, no podía vivir sin ella. Dos meses, tres meses, y hasta cinco meses estuve sin salir de casa, pero cuando decidí salir encontré a la persona que me salvó la vida, me ayudó con mi problema, y en algunos momentos pensé que era ella, Berenice, pero ella era Sandra, mi media naranja. Gracias a Sandra hoy sigo vivo aunque el dolor que me ocasionó la pérdida de mi prima no se me pasará en la vida.

Un paseo nocturno

Algunos pensaban que era una vampira porque solamente salía de noche,otros decían que era una bruja, de todos modos, la mayoría de la gente pensaba que era muy extraña, yo solamente pensaba que era la mujer más bella que jamás había conocido.
Vivía frente a mi casa , yo no era un mirón, pero desde su llegada era tal la curiosidad que sentía que me compré unos prismáticos y también yo salía cada vez menos de casa.
Llegó a finales de primavera, en medio de una noche de tormenta, la vieja casa de apariencia fantasmal daba miedo cuando en medio de los relámpagos aparecía repentinamente en medio de la oscuridad. Ella se quedó parada frente a la entrada, sonriendo, paseando su mirada por el jardín. Su pelo, largo hasta la cintura y negro como la noche estaba mojado y pegado a su cara de una palidez insólita. Las cortinas de las ventanas eran tan finas que me permitían vislumbrar el interior. Imágenes que a veces resultaban tan fascinates como aterradoras, tal vez fuera verdad que era una vampira, o una bruja, no sé, alguien que no era de este mundo.
El tendero le dejaba todas las tardes las cajas con la compra en la puerta de la casa, no las recogía sino después de la caída del sol. Ya entrada la noche y después de un largo baño en lo que yo imaginaba o creía por el color que era sangre, salía a la calle, sin mirar a nadie, los pocos vecinos con los que se cruzaba bajaban la vista para no saludar o directamente evitaban el encontrarse en su trayecto.
Una de esas noches fui capaz de salir a su encuentro, como algo casual. Musité un “buenas noches” apenas audible, ella me miró y sonrió de una manera inquietante y misteriosa, me invitó a acompañarla, iba a dar un paseo hasta la alameda, junto al cementerio y yo no pude negarme.



Vivíamos a las afueras del pueblo con lo cual no había demasiadas luces encendidas, por aquella zona muchas casas estaban deshabitadas y los vecinos eran escasos. Cuando ella me dijo que esperaba que no me sintiera incómodo con su confianza empecé a sentir una ligera duda sobre la conveniencia de aquel paseo tan extraño, pero estaba tan hermosa que el deseo de seguir junto a ella comenzaba a imponerse al vago terror que me turbaba. Una mezcla de recelo y voluptuosidad imposible de describir inundaba todo mi ser.

Paisaje marítimo

Hacía mucho frío y me daba el viento de cara. La olas rompían en las rocas y salpicaban de espuma el largo paseo marítimo. Me apoyé en la barandilla y miré a lo lejos, no había barcos en el mar con aquel temporal. El mar tampoco era tan azul y el cielo estaba completamente gris. Aunque empezó a llover no podía abrir el paraguas. Me puse la capucha del impermeable y la até con fuerza. No me quería ir tan pronto a casa. Empecé a imaginarme como se llenaba aquella playa de gente todos los veranos, con sus sombrillas de mil colores, los niños corriendo y llenando de arena a los que se duermen la siesta mientras toman el sol, las señoras que entran de puntillas en el agua gritando cuando les llega a la cintura, los vendedores de sandías y melones dando voces para ver si pica alguien, los puestos de helados, los chiringuitos que huelen a calamares fritos y los jubilados andando a paso ligero una vuelta tras otra. Todos los años era lo mismo, pero en cuanto llegaba el mal tiempo la playa, y el pueblo también, se quedaban vacíos. En realidad todos mis vecinos preferían el invierno, con la gente de siempre saludándose en la calle, comprando a los tenderos de toda la vida ... Pero a mi me parecía que al cuadro que estaba mirando le faltaban los detalles más importantes.
Volví a casa intentando que el viento no me llevara, subí corriendo las escaleras del portal tenía una idea y no quería desanimarme. Decidí pintar la playa tal y como a mi me gustaba verla, así no me la tendría que volver a imaginar nunca más, y cada verano, podría añadir nuevos detalles que ahora se me escapaban.

La carretera

Aquella mañana amaneció gris y lluviosa, el reflejo de las farolas en el asfalto hacía brillar la carretera como una cinta de seda negra.
Como todos los días a esa hora se dirigía, aún soñoliento, al mercado de la ciudad donde tenía una pequeña frutería, tendría que sacar y colocar los productos del almacén; los más frescos en el escaparate, los que ya tenían unos días en las cajas de las ofertas.
Repartía el perejil fresco y los helechos para adornar, preparaba el cambio para la caja y finalmente esperaba que llegara Inés, la dependienta que tenía desde hacia tres meses y que parecía muy espabilada a pesar de sus escasos diecisiete años.
Que chica tan maja, no había llegado un solo día tarde,era una buena empleada, no sabía mucho de ella, solamente que tuvo que dejar los estudios cuando su madre enfermó y dejó el trabajo, tenía dos hermanos más pequeños que seguían estudiando y el padre que estaba en paro. Llevaba en paro toda la vida al parecer solamente se movía del sillón para ir al bar.
El de verdulero no era un trabajo que le apasionara, pero el negocio iba bien a pesar de la crisis, los clientes, después de todo, seguían comprando, hay que comer todos los días.
A veces le gustaba remolonear en la cama después de que sonara el despertador y era entonces cuando luego le entraban las prisas en la carretera. Todos los días lo mismo desde que se embarcara en el negocio y se comprara la furgoneta, nueva, flamante.
Las hileras de los árboles desnudos desfilaban rápidamente a ambos lados, la carretera no era mala, tenía buen asfalto y en las rectas se podía acelerar para adelantar algo de tiempo. Fue al doblar la curva cuando de repente algo de color naranja chillón se le echó encima, no pudo frenar a tiempo y después del impacto chocó contra el quitamiedos. Salió de la furgoneta aturdido y corrió hacia aquel bulto que yacía en el arcén: Inés. Se encontraba tendida en el suelo con la cara ensangrentada, con el cuello partido…
Era invierno, un día lluvioso y frío. Llegó la primavera, el verano, pasaron los meses, los años, él seguía diciendo que fue mala suerte Pero a partir de cierta fecha,cuando decía esto, bajaba la voz y se pasaba los dedos delante de los ojos, como si algo le hubiera deslumbrado.

Esperanzas

Alicia no había tenido una vida fácil. Era la mayor de cuatro hermanos y su infancia había sido muy corta. Su padre, un inmigrante nigeriano hacía dos años que había decidido volver a su país. ,Al principio, sus cartas eran esperanzadoras, más tarde distantes. El alquiler ahogaba a su madre que pasaba interminables horas fregando portales.
Los días pasaban monótonos. En el instituto no era muy brillante pero tenía la ilusión de acabar sus estudios y reunir a toda la familia en aquel país africano que para ella era desconocido.
-No te preocupes ,mamá algún día estaremos juntos y seremos felices.
Su madre contestaba malhumorada, cogía el bolso y volvía a salir a trabajar.Se había vuelto inexpresiva, vieja. Pero a partir de cierta fecha,cuando Alicia decía esto, bajaba la voz y se pasaba los dedos delante de los ojos, como si algo la hubiera deslumbrado.
Empezó a notar que algunas veces su madre tarareaba una canción mientras cocinaba, recogía su pelo en un moño o se ponía un poco de pintalabios barato para salir. Daba betún a los zapatos rozados de tanto uso y cambiaba los vaqueros desgastados por faldas cortas. También notó que encima de la mesita del dormitorio de su madre había alguna carta de su padre aún sin abrir.
No se atrevía a hablar abiertamente con su madre, por lo que un día faltó a clase y la siguió.
Cogieron el metro, cada una en un vagón, después de cuatro paradas vio como su madre sacaba la cabeza de un vagón y llamaba a un hombre que estaba en el andén para que se acercase. Cuando se bajaron, los siguió hasta un parque, ella se escondió y observó.
Desde que su padre se había ido no había visto a su madre reírse con tantas ganas. Alicia se sintió mal, triste, muy triste. Sin duda aquello cambiaba sus planes. Volvió corriendo a casa y esperó a que llegara su madre.
-Quiero hablar con vosotros- dijo después de fregar.-Llevo meses saliendo con otro hombre porque vuestro padre no va a volver.
- Pero habíamos decidido ir a Nigeria para estar con él. Dijo Alicia con timidez.
-No quiero ese tipo de vida para mis hijos. Cuando pueda vuestro padre vendrá a veros. Mientras tanto tenemos derecho a ser felices y Manuel nos va a ayudar.
No fue fácil aceptar la nueva situación familiar, pero todos parecían ser más felices y su padre siempre podría venir a verlos cuando se solucionase la situación de aquel país.

Viviendo la calle

Recuerdo los veranos en el pueblo de mi abuela: Mirasierra de Gredos, no era como en Madrid con todo el mundo con prisas de un lado para otro, en donde la gente suele pasear nada más que por la tarde, los vecinos, cada uno en su casa, y a partir de cierta hora solamente quedaban en la calle los gamberros, al menos en el barrio donde yo me crié.
En el pueblo era diferente: la gente vivía en la calle, no, no es que fueran unos sin techo, es que la vida se hacía de puertas para afuera, en casa pues para dormir, comer, y a veces ni eso, los vecinos sacaban sus mesas de plástico y sus sillas y cenaban al fresco, incluso había gente que en las noches de mucho calor dormía en una tumbona, a la puerta de su casa.
Era un pueblo con practicamente cuatro calles y una plaza: la calle principal, que era la carretera y donde estaban los pocos comercios que había; una pequeña tienda que a pesar de su tamaño vendía de todo; la farmacia, la ferretería y el bar.
Estaba también la calle de en medio, no sé por qué la llamaban así porque era la que estaba a la izquierda saliendo desde la plaza, aquí era donde vivían mis abuelos.
Otra calle era la que iba desde la plaza hasta la pequeña iglesia, la preferida de los paseantes tranquilos y las parejas de novios , desde la plaza partía también la calle del médico, no es que viviera ningún médico, se llamaba así por la vieja casa que compró el médico del pueblo de al lado, que solía venir a pasar consulta los jueves. Los fines de semana venía con toda su familia, una señora muy pintada y bien vestida que apenas salía de casa y un tropel de niños que correteaban por la plaza como si llevaran toda la semana encerrados. Por eso quizá, por la escasez de calles, los habitantes del pueblo hacían un uso desmesurado de ellas, allí se jugaba, se conversaba, se reñía, se comía, pero sobre todo se jugaba. A la hora de la merienda las tres calles se convertían en un griterío de voces infantiles, todos con sus bocadillos para la merienda y los perros se unían al jolgorio con sus carreras y sus ladridos mientras que los mayores se dedicaban a sus muchos quehaceres.
Solíamos cenar bajo el emparrado, a veces se nos juntaban los vecinos con sus niños y también con sus perros, luego salíamos todos zumbando, menos la abuela que se encargaba la pobre a recoger. Y así estabamos hasta las 12 o la 1 de la noche hasta que cada uno se iba de mala gana a su casa.

miércoles, 24 de marzo de 2010

los juguetes de mi infancia

No me acuerdo de jugar especialmente con ningún juguete en especial. Aunque con 5 años tenía una minimoto con la que me gustaba salir a pasear. por todo lo demás tampoco nada fuera de lo común. Un poco mayor, empecé a jugar a videojuegos del ordenador. Me acuerdo que el primer juego al que jugué se llama Jorge el curioso e iba sobre un mono que hacia cosos interactivas en un zoo. 3 años después, Juancho un compañero de trabajo de mi padre que al estar soltero no tenia nada mejor que hacer que ser un viciado a los videojuegos, nos trajo un taco de mas de 30 centímetros lleno de cd´s de juegos grabados, que unos años más tarde perdería, y nunca me lo perdonaría. Entre esos juegos se encontraban todas las categorias, y al primero que empecé a jugar fue al Doom, que al pue no lo conzca no se lo voy a explicar. Más tarde continué con el GTA San Andreas y el Bloodrayne, este ultimo al 1 y al 2 que me duraron para casi 2 años.
hoy en día a veces también juego a la "playStation" aunque ya cada vez toco menos los videojuegos (exceptuando el s4, y Edu sabe a lo que me refiero)

martes, 23 de marzo de 2010

NOCHE

Nos escabullimos en la oscuridad, en el silencio. Aunque en realidad no había nadie de quien escabullirse. La casa, desierta, parecía invitarnos a un paseo nocturno. Algo peligroso, algo peligrosamente atrayente.


Me atrajo hacia ella y sentí su aroma, aunque apenas pude ver sus ojos azules, brillantes en la negrura de la habitación. Tomó mi mano y me condujo fuera, hasta el portal. La larga escalera se extendía hacia arriba, vertiginosa, invitándote a subir. Con algunas plantas acechantes en cada rellano. Por el tragaluz cegado del tejado se colaba algo de la claridad de la luna, y los duros trozos de granizo chocaban incesante provocando un sonido atronador, inquietante.

- Vayamos arriba. –susurró.

- ¿Ahora? ¿Te has vuelto loca?

Su mirada indicaba una terrible ansia de adrenalina.

- Está bien, si te da miedo, espérame aquí…

Y con un ligero y efímero movimiento desapareció de mi lado. Antes de que sus pies se alejaran por la escalera, me pareció oír un quedo susurro. Aunque bien pude haberlo imaginado. No podía permitirle ir sola. ¿Y si le pasaba algo?

- ¡Espera!

Y fui tras ella. Sus pasos se detuvieron de golpe, y mis manos, torpes en aquel vacío, se toparon con sus caderas.

- ¿Vienes conmigo? –preguntó.

Y su voz sonó insinuadora, irresistible. Un pequeño haz de luz, me permitió ver sus ojos, clavados en mí, radiografiándome, acelerando mi corazón. Rocé su pelo con la punta de los dedos. Estaba tan hermosa que el deseo de seguir junto a ella comenzaba a imponerse al vago terror que me turbaba. Una mezcla de recelo y voluptuosidad imposible de describir inundaba todo mi ser.

Era una locura ir ahí arriba pero, cuando rozó sus labios con los míos, un instante, supe que lo haría, que iría al fin del mundo.



La puerta se abrió como por arte de magia cuando tiró del pequeño cable que activaba el mecanismo de la cerradura, invento Jo, tan hábil como siempre. Cogidos de la mano, nos adentramos en esa casa que ocupaba mis pesadillas. Estábamos en medio del pasillo. Y a pesar de la hora, aún se veía una pequeña luz al final del pasillo, en el comedor. Caminamos lentamente hacia el lado opuesto, por donde estaban las tablas de madera que crujían cuando las pisabas en el lado equivocado. Andábamos lentamente, tratando de encontrar la parte del suelo que no nos traicionaría. Tenía un oído realmente increíble, y más, teniendo en cuenta su edad. El más mínimo error, lo notaría.

Su pie vaciló un segundo y yo la sujeté fuerte. Me puse de puntillas y me pegué a la pared. De pronto, su dedo trazó un semicírculo en la palma de mi mano, y un escalofrío me recorrió. Fue tan solo un instante. Lo justo para perder la concentración. Apoyé el pie izquierdo en la tabla equivocada y un ligero crujir acompañó a mi pie. Se giró rápido y me miró con una pizca de miedo en los ojos, probablemente tan solo un ligero y efímero reflejo del mío. Ambos contuvimos el aliento, o quizá es que no podíamos respirar. Un sudor frío nos recorrió enteros, cuando oímos el sonido de una silla al arrastrarse. Una mirada fue suficiente, una señal… Y corrimos.



Corrimos como nunca. Pasamos por delante de los enormes baúles con esos cascabeles encima, que resonaron con el movimiento del aire cuando seguimos hacia el fondo del pasillo. Casi estábamos al final, cuando nos desviamos a la izquierda, de golpe. Mi mano, libre de la suya, se mecía solitaria y perdida junto a uno de mis costados. Entramos sin miramientos en la sala azul y atracamos la puerta con la barra metálica que colaba detrás. Solo en mínimo obstáculo fácilmente salvable.

Estábamos a punto de correr la mesilla, cuando un golpe nos sobresaltó. Nos tiramos al suelo y rodamos debajo de la cama, tan silenciosos como pudimos, tan juntos, como nuestros cuerpos permitían. Tratamos de contralar la respiración, agitada y violenta. Era tan silenciosa, que nunca sabías cuándo ni dónde iba a aparecer. Alerta.

En aquellas habitaciones, daba igual día que noche, las contraventanas siempre cerradas, los recuerdos siempre inmortales. Me dio un suave y cálido beso en lo labios. Como intentando tranquilizarme. Su emoción le impedía estar quieta, aunque lo intentó. Lo intentamos.

Y se encendió la luz. Tenue y algo lejana, desde debajo de aquella enorme cama. La sombras de su cuerpo de proyectó en la pared y pronto fueron visibles esas zapatillas de esparto azules. Andaba tan quietamente, que si no la hubiera visto andar, no lo hubiera creído.

Entonces la vi. Pequeña y brillante. Algo oxidada por el tiempo, disimulada entre las redes de alambre del somier. Una llave. La cogí con un movimiento rápido. Y me percaté de que mis pantalones del pijama no tenían bolsillos. Maldije en voz baja. Traté de sostenerla con la cintura del pantalón, pero estaba demasiado dada de si. Entonces tuve otra idea. Temblé levemente, cuando el frío metal de la llave rozó mi piel. Pero ahora estaba bien segura en cintura elástica de mis calzoncillos. Recé para que no se resbalase. Y sentí un movimiento a mi lado que casi me sobresaltó. Se estaba arrastrando hacia la cabecera de la cama, hacia la mesilla, hacia la cortina que se extendía tras la mesilla. Me hizo un gesto para que la siguiese y yo obedecí, deseoso de salir de allí. Volvió a tomar mi mano para ayudarme a llegar hasta ella. Me hizo un gesto, innecesario; ya sabía lo que se proponía. La cortina fue corriéndose poco a poco, sin que apenas se notase. Y de un golpe secó se abrió la puerta, oculta tras esa cortina de terciopelo azul. Como una serpiente, reptando, atravesamos la puerta; con la cabeza por delante. Me golpeé la cabeza levemente con la mesilla del otro lado. Pero ahora, el escenario había cambiado de color; al rojo. Cerramos la puerta y la sujetamos con la espalda un momento, antes de percatarnos de que nadie intentaba entrar por ahí. Corrimos hacia la salida y abrimos la puerta de par en par, desde dentro. Yo notaba la llave insegura y me la sujetaba como podía.

Nos quedamos quietos, mudos en el pasillo, mirando a todas partes y en verdad a ninguna. Su brazo, en tensión junto al mío. Escalofrío. Un crujido a nuestras espaldas, fruto de la madera antigua nos hizo correr. Y cuando la vimos aparecer delante de nosotros, la confusión fue tal, que tropezamos al intentar huir en otra dirección. Se agarró de una cortina cercana, de cuadros rojos y negros como las de nuestro cuarto. El peso hizo ceder la barra y se vino abajo. Gritamos e intentamos protegernos con los brazos. Tras la cortina apareció otra puerta, mucho más grande y majestuosa que las demás de aquella casa. La cerradura enorme; la llave echada. Y una gran barra de hierro atascaba la puerta, de lado a lado, protegida a su vez por otro candado. Una pequeña ranura a un lado de la puerta, dejaba entrar en el pasillo una luz de un extraño color. Un color que nunca había visto antes. Podría haberse dicho que era color ultravioleta, si alguien alguna vez lo hubiese visto. Pero como no era el caso, sería imposible decir que color era, a no ser que me invente una palabra nueva. Nuestros rostros bañados por esa luz se quedaron en blanco, pálidos, deseosos de abrir la puerta. Rocé su mano de nuevo y me la tomó, fuerte. Pero no nos miramos; no habríamos podido aunque hubiésemos querido. Un escalofrío; la goma de mis calzoncillos cedió. Bajé la vista y vi nuestras manos y, un poco más arriba, la extraña expresión de su rostro.

lunes, 22 de marzo de 2010

un viaje por mis recuerdos

Hacía años que no veía a mi prima Berenice. Hoy al llegar a casa mi esposa me dijo que Berenice había llamado desde Perú, quería que pasáramos las Navidades juntos, que en unos días volvería a llamar para saber mi opinión. Esta llamada me hizo recordar aquellos días que pasábamos juntos en nuestra infancia. Éramos primos Berenice y yo, y nos habíamos criado juntos en la casa de mis mayores. Sin embargo, crecíamos de manera muy diferente: yo, enfermizo y hundido en la melancolía; ella, ágil, graciosa y rebosante de vigor. Siempre estábamos juntos, éramos inseparables. Todo el mundo se quedaba sorprendido cuando nos veía y aún más al conocernos. Con el paso de los años la gente del pueblo olvidó nuestros nombres, nos conocían por: la noche yo y el día mi prima. Y es que así era en realidad. Berenice era rubia con ojos claros y con una gran sonrisa que la alumbraba toda la cara. Siempre estaba a mi lado para ayudarme en todo, incluso para defenderme de los otros niños del pueblo que siempre se metían conmigo. Pues la verdad, yo era muy torpe para todo y además siempre estaba enfermo, con pocas ganas de jugar.
Cierto día cuando regresábamos del colegio, Berenice tuvo una idea, para ser sinceros ella siempre estaba pensando e imaginando cosas. Me dijo:
- Querido primo, tu sabes que para mí eres una gran persona, pero la realidad, es que tu eres poca cosa, no eres fuerte, ni alto… pero por el contrario tu corazón es tan grande como tu imaginación. Por eso hoy he pensado que serás poeta, escritor, o ambas. Eso no lleva mucho esfuerzo físico que es lo que a ti te agota, y lo puedes realizar en cualquier sitio y a cualquier hora que te encuentres bien.

Yo me quedé muy asombrado, pero todo lo que ella decía siempre salía bien. A partir de aquel momento me dediqué a ello. Al principio me costó mucho poner en orden mis ideas, pues yo solo tenía doce años y Berenice catorce. Pero ella me ayudaba y todo resultaba más fácil. Cuando le decía que no tenía ideas ella me contestaba:
- Escribe sobre lo que conoces, mira tu alrededor hay muchas cosas bonitas que contar o también feas que no nos gustan. Ponlo en tu cuaderno que el mundo se entere, yo te aseguro que algún día serás importante y que tus libros gustaran mucho.

Eso me daba ánimos. Los años fueron pasando y al cumplir mi prima veinte años se casó con un médico y se marchó al extranjero. Para mí eso fue un gran golpe pues todo lo que hacía yo era con su ayuda. Poco a poco me fui acostumbrando a vivir sin ella y a concentrarme en mis escritos. Quería que la gente que los leyera sintiese lo que yo decía. El primer libro que publiqué se tituló “Mis recuerdos” y se lo dediqué a mi prima. Tuvo un gran éxito y a partir de ese momento no he dejado de escribir y todos los libros con gran aceptación. Ahora estoy casado con mi editora, y estoy esperando mi primer hijo. Nos han dicho que será niña y que nacerá en Navidad. Estoy deseando ver a mi prima y su familia para decirle que se quede con nosotros una temporada y volver a recordar los viejos tiempos en los que fuimos tan felices.

domingo, 21 de marzo de 2010

Nice

Éramos primos Berenice y yo, y nos habíamos criado juntos en la casa de mis mayores. Sin embargo, crecimos de manera muy diferente: yo, enfermizo y hundido en la melancolía; ella, ágil, graciosa y rebosante de vigor. Ella y yo sabíamos que éramos primos porque la gente que nos cuidaba del orfanato nos lo había dicho, pero nosotros no sabíamos nada sobre nuestra verdadera familia, mi única familia era ella, Berenice. Yo desde que era pequeño he estado siempre enfermo, no he disfrutado como todos los niños que estaban allí. En invierno siempre cogía la gripe y me tiraba varias semanas con ella, en primavera las alergias y así en cada estación. Al estar siempre enfermo y no poder reír como los demás niños, eso hizo que casi cayera en una depresión. Pero gracias a una persona no caí, esta es mi prima Berenice, que todos la llamábamos Nice. Nice siempre estaba sonriendo para que no me sintiera tan mal, ella era una niña alegre y todo el mundo la quería. Pero llegó un día, no se me olvidará. Al estar viviendo en un orfanato la gente venía a adoptar a los niños, todos niños deseábamos que nos adoptasen para poder tener una familia de verdad. Mucha gente que venía quería adoptar a Nice pero ella siempre contestaba que no se iría con una familia si no íbamos los dos juntos. Ella y yo somos de la misma edad, iban pasando los años y la gente ya no quería adoptar a dos niños con 12 años, porque éramos demasiado grandes. Pero cómo he dicho antes llegó un día, para mí, el peor. Nice estaba muy preocupada por su futuro, porque si no era adoptada seguro no que no iba a tener nunca una vida feliz. El día 21 de agosto llegó una familia que quería adoptar a una niña entre diez y trece años, Nice era la apropiada. Yo pensaba que también esta vez diría que no se iría si no era conmigo, pero no, no pasó lo que yo me esperaba. Cuando salieron de la habitación, ella miró hacia abajo y vi como se la caía una lágrima, yo no me lo podía creer… se iría para siempre, no la volvería a ver. Ella cada día me hacía sonreír, sin ella yo no tenía ganas de nada. Esa fue la última vez que la vi hasta los dieciocho años. A esta edad me tuve que ir del orfanato, me busqué la vida como pude, alquilé una casa con unos amigos y la vida me iba muy bien. Los seis años que estuve sin ella para mi fueron terribles porque no tenía amigos ni nada, lo pasé realmente mal. Aquellos años en los que estuve tan enfermo ya se habían pasado, tendría que estar muy alegre, pero algo me faltaba, Nice. Estuve en varios sitios intentando buscarla para saber cómo la iba la vida, solo me conformaba con verla. El día 20 de Julio la encontré. Al encontrarnos no sabíamos cómo reaccionar, no sabíamos que decirnos, aunque con una mirada ya sabíamos lo que nos pasaba. Estuvimos varias horas hablando tomándonos un café, a ella la vida la había ido muy bien, me alegre mucho. Desde aquel momento todas las semanas nos llamamos por teléfono y de vez en cuando quedamos para tomar algo. Ya era completamente feliz.

viernes, 19 de marzo de 2010

Una razón para vivir

Éramos primos Berenice y yo, y nos habíamos criado juntos en la casa de mis mayores. Sin embargo, crecimos de manera muy diferente: yo, enfermizo y hundido en la melancolía; ella, ágil, graciosa y rebosante de vigor. En numerosas ocasiones tuve envidia de su salud y forma de vida. Ella estaba todo el día de aquí para allá. Era muy organizada y le daba tiempo a hacer todo tipo de cosas. A menudo solía venir a verme al hospital y charlábamos durante un buen rato. Yo le contaba mis preocupaciones, la evolución de mi enfermedad, mis miedos, anécdotas con las enfermeras… Ella siempre me respondía con una dulce sonrisa, me miraba a los ojos y me prometía que pronto saldría de aquí. Los años fueron pasando y ella nunca se cansaba de repetirme que, algún día, este infierno acabaría para siempre. Yo, sin darme cuenta del esfuerzo que hacía por venir todos los días, le reprochaba que me animara sin que hubiera ni la más mínima esperanza; le decía que para ella era fácil ser tan optimista, pero que si estuviera en mi lugar seguramente habría deseado la muerte. Recuerdo que cuando le contestaba de este modo se enfadaba bastante, pero a los dos minutos su sonrisa volvía a estar tan radiante como siempre. Su presencia me ayudaba bastante a evadirme de la cruda realidad. Solía contarme lo que había hecho el fin de semana, sus aventuras amorosas, sus dudas acerca de la vida… en numerosas ocasiones me pedía que le diera mi opinión o algún consejo. Una vez me enseñó la foto del chico que le gustaba. Me dijo que no sabía qué hacer; no sabía si pedirle salir o no. La verdad es que era bastante agraciado y parecía simpático. Ahora me avergüenza reconocerlo, pero la verdad es que le aconsejé a Berenice que no saliera con él, que aparentemente no me parecía un buen chico. Sé que actué de un modo egoísta y ahora me arrepiento. Me daba miedo que Berenice empezara a tener más relación con él y que dejara de venir a verme. Ella decidió no intimar demasiado con él, no sé si por seguir mi consejo o porque en realidad no le gustaba demasiado. Ahora nunca lo sabré, nunca podré decirle lo agradecido que estoy de que viniera a visitarme. Ya no podré dar la cara y reconocer que fui un egoísta. Si ella estuviera aún aquí le diría que no perdiera el tiempo y que disfrutase de la vida. Por mi culpa nunca llegó a conocer el amor. Se pasó tardes enteras intentando animarme, sacar una medio sonrisa de estos labios secos y arrugados. Estuve tan centrado en mi enfermedad que no me daba cuenta de que ella no tenía por qué estar aquí conmigo, padeciendo este infierno a mi lado. No entiendo por qué ha tenido que ocurrir. Era una chica maravillosa. Es la mejor persona que he conocido y conoceré en toda mi vida. Nunca nadie se había preocupado tanto por mí. La verdad es que la echo mucho de menos. No entiendo las razones que tiene la vida, pero Berenice siempre decía que las cosas suceden por algo. Ahora, gracias a mi prima, tengo fuerzas suficientes para enfrentarme a esta enfermedad que me corroe cada día más. No sé si al cabo de poco tiempo acabaré falleciendo; lo que tengo claro es que nunca perderé la esperanza, porque ella nunca lo hizo.

Fiestaaa!!


Era primavera, hacía buen tiempo y lo que más me apetecía era salir con mis amigos a dar una vuelta o a ir a algún sitio interesante. Mis amigos y yo fuimos a casa de Pedro, un chico que había venido hace unos meses de Guadalajara. Era bastante majo y tenía una casa muy grande donde íbamos a bañarnos a la piscina y donde jugábamos al futbolín. Nos pasábamos horas muertas jugando al futbolín y a la playstation. Como se acercaba el verano, un finde perdido de esos que te apetece hacer algo, nos llamó Pedro para que le ayudásemos a limpiar la piscina, así al finde siguiente podíamos ir a bañarnos.
Quedamos el sábado por la tarde para limpiarla y se nos ocurrió montar una fiesta el finde que venía para poder celebrar que dentro de poco se acababa el curso.
En fin, montamos una impresionante. Compramos cocacola, patatas... y muchas más "cosas" para la fiesta. Pedro dijo que sus padre se iban con los abuelos a pasar el fin de semana y que no volverían hasta el domingo por la noche. Llegó el finde y empezó a venir mucha gente. Estaban todos nuestros amigos y gente que yo no conocía de nada. Entre tanta gente, había también bastantes chicas, y eso a todos mis amigos nos gustaba.
Pusimos música, comida en las mesas y bebida. La piscina estaba lista y la gente, de broma, tiraba a los demás con ropa. Esa noche acabó con tres muertos, tres móviles murieron.
Esa noche conocí a una chica que era muy maja.
Parece ser que nos gustamos y nos fuimos dentro de la casa. Estaba tan hermosa que el deseo de seguir junto a ella comenzaba a imponerse al vago terror que me turbaba. Una mezcla de recelo y voluptuosidad imposible de describir inundaba todo mi ser. Nos besamos y cuando se acabó la fiesta la quise acompañar a su casa. Me dijo que no vivía aquí, que era una amiga de Pedro que había venido solo a la fiesta y que no sabía si volvería o no.
Al decirme eso me entristecí, la dí un beso y nos fuimos.
Esa noche no pude pegar ojo y al día siguiente vino Pedro a mi casa a decirme que fuese a recoger todo junto con todos los amigos. Eran las 12 de la mañana y casi no había dormido nada... pero me tuve que levantar aunque no quisiera. Me dije a mi mismo, la vida sigue.

miércoles, 17 de marzo de 2010

lo dejó todo por la familia

La película fue todo un éxito, cinco semanas antes de comenzar ya no quedaban entradas en taquilla. La reventa de éstas llegó a alcanzar sumas increíbles. El día del estreno se habían acumulado miles de personas, todos querían ver a los protagonistas, sobre todo al guapo Rafa. Era como un dios para todas las jóvenes. Todas querían un autógrafo, un beso, un apretón de manos… Cuando los vieron aparecer todas se pusieron a gritar, levantando y moviendo las manos para llamar la atención de los actores. Estos se pararon en la entrada y se dejaron fotografiar al mismo tiempo que contestaban a las preguntas de los periodistas. Rafa cogió un micrófono que le ofrecía un periodista y dio las gracias al público por la gran acogida que los estaban dando, por la gran cantidad de gente que los espereraban, y pidió disculpas en nombre suyo y en el de todos sus compañeros por no disponer de un local más grande para que todos los presentes pudieran pasar al estreno. Fueron las últimas palabras que dijo en público. Ahí acabó todo. Luego, durante algunos años, desapareció, encerrado en su casa de La Florida, y fue como si hubiera muerto. Nadie podía explicar estos acontecimientos, para mí fue una cosa que me tuvo obsesionada. Cuando la película se estrenó, yo tenía 16 años y creo que estaba enamorada de Rafa. Para mí, el era todo lo que una podía soñar; guapo, simpático, con mucho dinero… y según los comentarios de los periodistas era una gran persona. Al cumplir los 19 años cogí mi maleta y me fui a La Florida. Cuando localicé la casa donde vivía Rafa me puse a observar. Pasaron varios días ¡hasta que logré verle. Cuando le vi aparecer había cambiado muy poco. No iba solo, llevaba de la mano a una niña muy guapa de pelo rubio y unos ojos azules muy bonitos. Casi no sabía andar y las palabras que decía apenas se podían entender. Sacando el valor que no tenía me acerqué a ellos, les dí las buenas tardes y le pedí un autógrafo a Rafa. Él se quedó sorprendido pues según me comentó después, hacía mucho tiempo que nadie se lo pedía. Le pregunté que si podía acompañarlos y él me contestó que sí. Lo pasamos bien y quedamos para el siguiente día. Esta fue la oportunidad que yo esperaba para preguntarle el porque lo había abandonado todo. Él me dijo:

- es una historia triste pero te la contaré. El día que se estrenó mi última película tuve una llamada. Me dijeron que el grupo de alpinistas al que iban mi hermana y su marido habían quedado atrapados por la nieve. Tardaron casi dos días en encontrarlos y cuando lo hicieron habían muerto la mayoría de ellos. Mi cuñado y mi hermana lograron sobrevivir, pero en muy malas condiciones. A mi hermana la amputaron un brazo y los dos pies. Mi cuñado perdió el habla y tenía varios coágulos en la cabeza., esa fue la causa de su muerte al año del accidente. Pero había dejado embarazada a mi hermana que quiso seguir adelante con el embarazo.- Esa era la niña que yo había visto el día anterior.- Por estas circunstancias lo abandoné todo y me vine a vivir a este lugar.

Esto me conmocionó tanto que decidí quedarme a vivir allí con ellos. Ahora estoy segura de que lo quiero y él también se ha enamorado de mí. Los dos somos felices cuidando de los suyos.

vale más la literatura que un tiesto

Éramos primos Berenice y yo, y nos habíamos criado juntos en la casa de mis mayores. Sin embargo, crecimos de manera muy diferente: yo, enfermizo y hundido en la melancolía; ella, ágil, graciosa y rebosante de vigor. Y es que era así, yo nunca aprendí el verdadero valor de las cosas
siempre estaba deprimido desde que recuerdo, pero no era culpa mía; sino de mi pierna. me dolía mucho, desde que me caí de la bici no fui el mismo. Me volví un ermitaño, un desganado de vivir. y todo por una roca en medio del camino, si la hubiera visto y esquivado ahora no estaría aquí , en casa, quejandome de todo y soltando palabrotas a regañadientes día tras día desde que se me prohibío tirar cosas a los transeúntes. Y es que lo único que disminuye mi pena es las desgracias de otros; me paso horas viendo las mismas caídas del YouTube y haciendo trastadas a mi familia. Pero eso no va a durar mucho por que me van a llevar a estados unidos a por un transplante de pierna y todo volverá a ser como antes de mi terrible accidente.

martes, 16 de marzo de 2010

PERFECTA VIDA


Éramos primos Berenice y yo, y nos habíamos criado juntos en la casa de mis mayores. Sin embargo, crecimos de manera muy diferente: yo, enfermizo y hundido en la melancolía; ella, ágil, graciosa y rebosante de vigor. Nadie entendía cómo podíamos llegar a ser tan diferentes. Todo el mundo me preguntaba el porqué de mi tristeza, pero nunca llegué a revelar el secreto que tanto me avergonzaba, hasta que llegaste tú.
Desde que era un renacuajo, he vivido en una casa con mi madre Mis padres se habían divorciado y mi madre cobraba una pensión con la que nos mantenía. Nuestra casa no era muy ostentosa, más bien era humilde. Se podría decir que mi familia era normal, si no fuese por el divorcio. Nuestra madre nos preparaba el desayuno todas las mañanas, pan con aceite y un tazón hasta arriba de leche. Íbamos al colegio en el transporte escolar y nos quedábamos en el colegio para comer. Por la tarde volvíamos en autobús a casa, y nuestra madre nos recogía en la parada. Todos los domingos íbamos a al parque dónde comprábamos castañas asadas. Nunca olvidaré ese olor tan agradable, que me hacía entrar en calor tan solo con olerlo.
El caso es que siempre que miraba a mi madre a los ojos, podía sentir cómo me pedía auxilio, aunque no sabía cómo. Yo diría que éramos felices, hasta que empecé a crecer y a darme cuenta de lo equivocado que estaba.
Al principio empecé a oír gritos por la noche provenientes de la puerta. Oía a dos persona adultas gritar, pero el cansancio hacía que esa curiosidad se esfumara. De vez en cuando veía algún morado en mi madre, y poco a poco empezarón a convertirse en costras de sangre. La preguntaba qué le había pasado y élla siempre se hacía la loca, y cuando no me podía evitar, me decía que se había cído de las escaleras, o se había resbalado en el suelo recien fregado. Esa vitalidad con la que cada día nos iba a despertar, o la felicidad con la que nos llevaba a la parada del autobús fue desapareciendo progresivamente con el paso de las semanas.
Un domingo de madrugada, cómo otras tantas, volví a escuchar las voces. Me levanté de la cama y fui directo a la puerta. ¡Era mi papá!. Ése no podía ser mi papá. El aspecto de ese hombre era el mismo, pero el resto ... Olía como la cerveza que derramaban sin querer los clientes del bar dónde trabajaba mi madre. Además se parecía a los dibujos animados cuándo se estrellan contra un piano, andaba en círculo sin saber muy bien hacia dónde íba.
Salí corriendo a abrazarle, cuando me dio una bofetada. No lo podía entender. Mi madre le gritó y como respuesta la tiró al suelo de un puñetazo.Salí corriendo y me escondí detrás de una mesilla que había encima de una alfombra marroquí. Desde allí vi cómo mi madre le pedía que se fuera, y que la dejase. Incluso le pedía perdón, pero no servía de nada. Recivía patadas, puñetazos,hasta que todo cesó. Un fuerte impacto en la nuca terminó con aquel temor, aquel sufrimiento.
Pasé varias horas escondido tras la mesilla, viendo cómo mi madre había caido en tal profundo sueño. Me acerqué un poco, la susurré, pero no se movía. Pasaron un par de día hasta que mi abuela llegó con su paella para comerla todos juntos. Cuándo vió a mi madre, algo hizo que se pusiese a correr hacia todos los lados.
Un coche fúnebre, junto conmigo y mis abuelos, acompañamos a mi madre hasta el principio de una nueva vida, y desde entonces vivo con mis mayores, pensando que quizás nada de ésto hubiese ocurrido si hubiese sabido interpretar aquellas miradas de socorro.

domingo, 14 de marzo de 2010

todo ocurrió en la calle

Marisa era la mejor amiga que se pudiese tener. Era simpática, alegre, divertida... cualquier momento con ella resultaba entretenido. Siempre tenía ideas nuevas, ningún momento resultaba igual que otro. Pero lo mejor de todo era que siempre estaba ahí cuando la necesitabas. Los problemas a su lado dejaban de serlo. Marisa había sido siempre así, hasta que el fatídico día 8 de febrero, todo cambió por completo. Aquel día Marisa y yo decidimos salir pronto de casa, para llegar al concierto de “Fondo Flamenco” que daba en la plaza de toros. Aunque el concierto empezaba a las 6 de la tarde, Marisa y yo habíamos quedado a las 4 en la calle de enfrente de mi casa, para ir a la plaza de toros y coger un buen sitio en la fila. Estábamos mirando un escaparate cuando unos amigos nos llamaron desde el bar de enfrente. En ese mismo momento el semáforo se puso en verde. Empezamos a cruzar la carretera y vimos que un coche no frenaba, venía directamente hacia nosotras. A mí me dio tiempo a reaccionar, pero cuando Marisa se dio cuenta ya era demasiado tarde, el coche la arrastraba y no podía desprenderse. La arrastró 5 metros, hasta que logró frenar contra un contenedor. Yo chillaba como una loca, y creo que el coche no había parado cuando yo ya había avisado a la ambulancia. Llegaron muy rápido y la llevaron al hospital. La calle se llenó rápidamente de gente y mis amigos que lo habían visto todo desde el bar, cogieron el coche y nos fuimos detrás de la ambulancia. Al llegar, a Marisa la metieron rápidamente en quirófano, pues sangraba mucho, las piernas las tenía destrozadas y, lo peor de todo, estaba inconsciente. Al salir el médico del quirófano fuimos inmediatamente a hablar con él, y nos dijo que no habían podido hacer nada para salvar sus piernas. En la cabeza no tenía nada, pero no sabía porqué no reaccionaba, había que esperar. Así estuvimos durante un mes, en el que todos los días iba a verla esperando a que despertase. Un lunes, 11 de marzo, al abrir la puerta de la habitación vi que estaba despierta. Pronto me di cuenta de que ya sabía lo que la sucedía, pues su mirada lo decía todo. Nos abrazamos e intenté animarla.
Pero ahí empezó la parte más dura, el intentar cada día sacarle una sonrisa, buscar un motivo para seguir adelante.

martes, 9 de marzo de 2010

Dificil comienzo

Era el primer día de Alberto en una escuela nueva de una ciudad nueva. Él no se quería mudar a ese sitio, pero no podía hacer nada. Cuando llegó a clase, un grupo de chicos empezaron a tirarle las cosas y a pegarle. Alberto se fue corriendo a casa y se encerró en su habitación sin contarle nada a sus padres. Dijo que no podía ir a clase porque se encontraba mal y tenía fiebre. Al día siguiente tampoco fue a clase, ni al siguiente, ni al otro... estuvo una semana encerrado en casa por miedo a que esos chicos le volvieran a pegar. Estuvo toda la semana pensando qué hacer porque no podía fingir estar malo tanto tiempo. Así que cogió aire y salió de su casa. Levantó la vista y allí estaban, en la calle de enfrente. Eran los chicos que le habían pegado. Alberto tenía dos opciones: seguir caminando y enfrentarse a ellos o darse la vuelta y encerrarse otra vez en su habitación. Eligió la primera. Fue hacia el grupo y se puso enfrente de ellos, a una cierta distancia. Todos le miraron con curiosidad sin saber qué hacía ahí. Él esperó un rato y al ver que no pasaba nada, se acercó más y les dijo:
-¿Qué? ¿Ya no me pegáis?
Todos los miembros del grupo se miraron y soltaron una carcajada que hizo que Alberto se sintiera mal y tuviera ganas de salir corriendo de allí.
-Tranquilo- le dijeron- sólo te pegamos porque nos aburríamos, pero no te preocupes que ya no nos apetece pegarte.
Alberto no sabía qué hacer ni qué decir.
-¡Ey tío!- dijo uno del grupo refiriéndose a Alberto- ¿Por qué no te vienes con nosotros?
Alberto se quedó más sorprendido de lo que ya estaba y ahora sí que no sabía qué decir, no se podía creer lo que estaba oyendo. Nunca habría dicho que sí a esa pregunta viniendo de unos chicos que le habían pegado y que habían hecho que se quedara en casa una semana sin salir. Pero su respuesta fue que sí. Al fin y al cabo no tenía más amigos allí y ellos eran los únicos que le habían dirigido la palabra.

lunes, 8 de marzo de 2010

La última vez (2ª parte)

Nada más ducharse se vistió muy rápido y bajó las escaleras intentando ponerse la camiseta.
Abrió la puerta del coche, se subió, metió la llave, y la giró.
El motor empezó a rugir estaba todo listo, se abrochó el cinturón, se puso cómodo y empezó a pisar el acelerador, el motor empezaba a rugir, se estaba calentando.
Piso el embrague, cogió la bola de cambios con su mano derecha y… primera.
Ya estaba en la calle, piso el acelerador con más fuerza y el coche subía de velocidad muy rápido.

Iba adelantando, y sorteando los coches, el indicador de velocidad no hacía más que subir, cada vez quedaba menos.
Fue reduciendo la velocidad y por fin, llegó, estaba todo lleno de gente, de coches con la música a todo trapo y llenos de neones.
Paró el motor, bajó del coche y fue a saludar a Mick.

Le preguntó que si había mucha pasta, le respondió cinco de los grandes por cabeza, miro hacia atrás y allí estaban otros tres, con sus coches, estaban sentados en el capó. Sus miradas querían insinuar que les sobraba el dinero.

Se dió la vuelta y dijo: "¿lo subimos dos más?", en ese momento Brian le contestó: "nadie dijo nada de subir la pasta…"
Él le contesto: "en ese caso por qué no tienes la bondad de irte a tu casa".
Brian no aguató callado y dijo: "que sean cuatro más".
Al ver que él los pagaba sin decir nada, el miedo recorrió su cuerpo.

Ya estaba todo listo, los coches arrancados, la pasta, solo faltaba empezar la carrera.
Preparados, listos…. ¡ya! Salieron los coches a una velocidad increíble, tomaban las curvas con el freno de mano, gracias a eso todo olía a neumático quemado.
Entonces Brian se salió de la carretera y su coche salió despedido por los aires.
Él ganó la carrera pero perdió a un amigo, Brian, que falleció en el acto.

La última vez (1ª parte)

Se pasó los dedos por delante de los ojos, bajó la cabeza. Se había dejado las gafas de sol en casa.
Subió las escaleras, y echó a andar casi pegado a los edificios, aprovechando las escasas sombras.
Pensó en detenerse para tomar un helado, pero en ese mismo momento sonó su teléfono, era Mick.
Le comentó que esa misma noche podría ganar unos billetes.
Le pareció buena idea. Mick quedó con él a las once al este del aeropuerto, a unos ocho kilómetros de su casa.
Nada más terminar la llamada, fue corriendo a su casa, tenía que poner a punto el Nissan Skyline.
Abrió la puerta de su casa, se quitó la chaqueta y dejó las llaves en un tarro de barro que esta encima de la televisión.
Paso por la cocina, cogió una cerveza y casi sin descanso bajó al garaje, allí estaba su más preciado tesoro, aunque con los neumáticos desgastados, tenía que ponerse manos a la obra para tener el coche puesto a punto esa misma noche.

Los neumáticos nuevos, quiso ponerlos en unas llantas König que habia comprado esa misma mañana en el taller de su amigo, Roman. Eran preciosas, color gris cromado de 20’’ una maravilla, por lo que al ponerlas en los nuevos neumáticos lo hizo cuidadosamente para no estropearlas.

Conectó los neones que estaban instalados en los bajos del coche, azules, que pegaban a la perfección con el color gris mate de su coche.
Solo faltaba una última cosa, el óxido nitroso, necesario para asegurar la victoria. Es un gas que al mezclarse con la gasolina, a la hora de la combustión suministra una inmensa dosis de potencia extra.

Revisó las botellas de óxido nitroso que estaban puestas en su coche, se dió cuenta de que no contenían la cantidad suficiente, por lo que las cambió por otras nuevas.

Estaba todo listo, el coche reluciente, igual que el motor, pero el tenía las manos llenas de grasa de motor.

Eran las diez y cuarto, calculó que tardaría cinco minutos en llegar al aeropuerto.
Decidió darse una ducha para quitarse la grasa del motor.
Se quedó enfrente del coche, mirándole, se dio la vuelta y apagó la luz del garaje, y fue a ducharse.

LOS BESOS EN LA LLUVIA

Ambos estábamos en la habitación. Junto con el silencio. Nos unía algo muy fuerte, pero lo que nos separaba también lo era. Todo dependía de lo que pesase más sobre mi corazón. No soportaba la idea de hacerle daño a Henry aunque por otro lado, la enorme fuerza que Víctor tenía sobre mí me aturdía. Me senté en el suelo con la espalda pegada a la pared. Y en un instante él se sentó a mi lado. Permanecimos así, un momento, en silencio. Antes de que unos pasos irrumpieran en la habitación.
- ¡Ísobel, Ísobel!! Mamá dice que si queréis comer algo que vayáis a la cocina ahora. Que luego va a salir y no puede prepararos nada.
Miré un segundo a Henry y después a mi hermano.
- No gracias, Jo. No tenemos hambre. - Y le dediqué una sonrisa cansada antes de que se fuera corriendo.
Solté una pequeña risa, antes de darme cuenta de que él me miraba con una seriedad inmutable.
- ¿Te pasa algo?
Negó con la cabeza.
- Solo me preguntaba qué es lo que te pasaba a ti.
- ¿A mí? ¿Qué quieres decir? A mí no me pasa nada.
Me miró tan fijamente, que me sonrojé sin saber muy bien por qué.
- Is... llevas unos días muy rara. No sé qué es lo que te ocurre, ni si tiene algo que ver con el chico ese rubio que vive arriba. Solo sé que no estás como siempre. Pareces más triste y...
"...más confusa" pensé.
- Henry... yo... lo siento. No entiendo lo que me está pasando, ni por qué. Perdóname si no estoy como debería estar.
- No es que no estés como debas, sino que, directamente, no estás Is.
Le miré con un profundo cariño. Henry siempre notaba cuando me pasaba algo, era muy perceptivo con este tipo de cosas.
- Solo quiero que sepas -continuó. - que yo voy a estar siempre aquí; siempre que me necesites. Y esperaré cuanto haga falta, hasta que vuelvas de donde quiera que estés ahora mismo. Voy a luchar por ti, Ísobel.
Me inundó una oleada de sentimientos hacia él. Y un nudo en la garganta me impedía hablar. Intenté trasmitirle con una mirada todo lo que las palabras no podían expresar. Quería que supiera que le quería, mucho, pero que mi cabeza y mi corazón estaban hecho un lío. Cada minuto un sentimiento diferente, cada segundo una nueva duda. La seriedad en su mirada dejó paso a otro sentimiento, más cálido.
Trás un segundo, Henry se levantó y con una sonrisa a modo de despedida, salió de la habitación. Yo me quedé ahí quieta; intentando reaccionar, saber qué hacer, qué decir. Apenas consciente de que él se había ido.
De golpe, el vacío que había dejado al marcharse, pareció cernirse sobre mí. Me levanté de golpe, sin dudarlo un segundo, como un acto reflejo. Y salí corriendo tras él.
Me detuve un instante en la puerta de la calle. Lo justo para percibir que fuera llovía, me dio igual. Salí apresuradamente y noté las congeladas gotas de agua, chocando contra mi piel. Llover era un eufemismo para aquello. Se parecía más a un dilubio. La lluvia caía incesante, golpeando con fuerza. Rápidamente mi fina camiseta quedó empapada, se me amoldaba a cada curva de mi cuerpo. Se transparentaban las rayas verdes y negras de mi sujetador. Pero no me importó. Los vaqueros, calados, pesaban como si arrastrase cadenas, dolían como mil agujas de hielo hendiéndose en mis piernas. Cada nervio de mi cuerpo chillaba de frío y de dolor. Pero yo seguí corriendo calle arriba. No sabía ni hacia dónde me dirigía, la imponente lluvia no me dejaba ver más allá de mis pies, caía como una cortina delante de mí. Además, apenas podía mantener los ojos abiertos a causa de los ríos de agua que me resbalaban por la cara y las gotas que pendían de mis pestañas.
- ¡HENRY! ¡HENRY! 
Solo podía gritar su nombre, y esperar que me oyera, que mi voz fuese lo bastante alta como para inundar toda la calle y llegar hasta él. De repente, una silueta apareció inmóvil a unos metros de donde yo estaba. Corrí aún más rápido hacia ella. Iba tan rápido, que no pude frenar a tiempo, y me estrellé contra sus brazos, abiertos para mí; que me protegieron, fuertes y seguros. Herny siempre me protegería. Le abracé con fuerza. Él tampoco tenía paraguas. Los mechones de pelo empapado se le pegaban al rostro y no pude resistirme a apartarle uno de la frente. Los dos unidos en un solo, nos miramos en la quietud de aquella calle. Un poco más lejos de donde estaba la casa. De donde éstaba Víctor. Pensé en lo que hubiese hecho Víctor de estar en el lugar de Henry en aquel instante. Probablemente me habría resguardado de la lluvia y no me hubiese permitido decir ni hacer nada hasta que estuviera completamente seca. Pero Henry no era Víctor.
Nuestras caras estaban muy juntas, aunque la lluvia difuminaba el ambiente dandole a todo un aspecto irreal, onírico. Me puse un poco de puntillas y el s inclinó para que nuestros labios pudiesen acercarse aún más. Un suave beso, llevó a otro más violento y apasionado. Fue como un beso nuevo, distinto a cualquier otro que hubiésemos compartido antes. Perfecto. La lluvia mojaba nuestros labios entre beso y beso, divirtiéndonos con pequeñas olas, deslizándose de su boca a la mía. Y suspiré su nombre al viento y a la lluvia. Una vez, y otra y otra; y al final el suyo se acabó mezclando con mío. Y nada más importó. Nada más que nosotros. Y ese beso, eterno e infinito. Y más besos y más amor y más lluvia. Y más él y yo; nosotros.
Y todo esto hizo un enorme lío en mi cabeza. Porque amaba a Víctor. Pero, ¿y Henry? A él también. ¿Seguro? Y qué más daba. Claro que todo era un lío, ¿cómo no iba a serlo?
Quería a Víctor. Pero no podía amarle solo a él. No podía. Porque también estaba Henry; mi Henry. Porque Henry era la sinceridad, la seguridad, el cariño, el calor. Henry era la diversión de escaparse un viernes, el pelo al viento en una moto, las miradas cómplices en el momento adecuado. Porque él era todo lo que Víctor no era.
Porque Henry era los besos en lluvia.

                                             



Barrios marginales

-¡Renee, ven ya, joder! ¡No me hagas esperarte ni un segundo más!
-Ya estoy aquí señor…
-¿Le entregaste eso al Chino?
-Sí, ya se lo di.
-Por tu bien espero que no te haya visto nadie más… ¿Te aseguraste de que no te siguiera la pasma?
-¡Pues claro! No quiero acabar en la cárcel como Hugo.
-Bien, supongo que me traerás el dinero…
-Sí, señor, aquí lo tengo- sacó de su bolsillo un montón de billetes.
Saúl empezó a contarlo y, al ver que no estaba todo, empezó a ponerse nervioso.
-Imbécil- le dio una bofetada a Renee- te dije que no te dejaras engañar, eso valía doscientos pavos más.
-Pe… pero… es que…
-No se puede confiar en ti, ¡eres un inútil, un blando!- le reprochó Saúl.
-Señor no fue mi culpa, me dijo que ese caballo no era de buena calidad y que encima era menos cantidad de lo que él pidió… me amenazó con robarme la mercancía y no volver a comprarnos nunca más-una lágrima recorrió su mejilla.
-¡No es excusa! Debiste salir corriendo.
-¡Pero llevaba una pistola!
- A ver cuándo vas a enterarte que no vale más tu vida que mi negocio… la próxima vez que me falles seré yo mismo el que te mate. Ahora vas a ir a buscar al Chino y vas a decirle que te devuelva lo que me debe o que, si no, tendrá que vérselas conmigo.
Era una noche de julio y hacía un calor agobiante. Esto no ayudaba nada a tranquilizar a Renee. Tenía bastante miedo; temía la reacción del Chino al reprocharle que le debía dinero. Sabía de sobra dónde encontrarle. Todo el mundo en el barrio lo sabía… Siempre estaba en la misma calle, traficando con los mismos. Se acercó despacio hacia él. Nadie supo exactamente las palabras que intercambiaron. Tras la breve conversación se escuchó un grito ahogado y luego nada más.
A la mañana siguiente encontraron el cadáver de Renee. Tenía un navajazo en el cuello y otro en el pecho. Al llegar la policía todo el barrio fue interrogado. Algunos estaban seguros de quién había sido, otros simplemente lo suponían, incluso hubo algún testigo; pero nadie pronunció ese nombre, aquel nombre que todos temían y respetaban, el nombre de un asesino que no tenía escrúpulos. Al ver que no se presionaría en la investigación de la muerte del chico y que la gente del barrio no estaba dispuesta a colaborar, la policía decidió abandonar el caso. Total sólo era un muerto más. Un muerto como los muchos que había al cabo de un año en Ciudad de Dios.
Esta es la historia de Renee, un niño víctima de una sociedad injusta y marginal, que al no tener familia ni posibilidad de una buena vida, se vio obligado a ponerse al servicio de un traficante severo, egoísta e inhumano. Allí, en Ciudad de Dios, donde las armas llevan el compás, hay cientos de niños víctimas del olvido, pertenecientes a barrios pobres, plagados de drogadictos, camellos, barriobajeros y prostitutas.

Fantasmas del pasado

-Yo… lo siento mucho. Espero algún día poder perdonarme lo que pasó; pero les aseguro que no soy ningún asesino.
Fueron las últimas palabras que dijo en público. Ahí acabo todo. Luego, durante algunos años, desapareció, encerrado en su casa de La Florida, y fue como si hubiera muerto. La gente se preguntaba qué habría sido de él; sabían dónde vivía pero nadie se atrevía a llamar a su puerta. Su casa se encontraba en medio del campo, apartada de carreteras, vecinos y ruido. Era grande y un tanto siniestra.
-¿No os dais cuenta? Es culpable, si no habría dado la cara- decía un señor mayor del pueblo.
-Yo no creo que haya sido capaz de hacer una cosa así, además la justicia le ha declarado inocente- comentaba una señora.
-¡Bah!, la justicia, qué sabrá la justicia…- respondió otro.
Empezaron a crearse leyendas sobre Agustín, el hombre fantasma. Decían que el crimen debía haberle trastornado y que lo único que hacía era vagar por sus enormes fincas de un lado para otro, como un alma en pena, buscando consuelo. La mayoría le consideraban culpable, pero pensaban que se había arrepentido y que estaba pagando por ello.
Un día, al cabo de siete años, un grupo de niños, entre ellos el hijo de la víctima, que había oído hablar de la historia, decidió adentrarse en sus propiedades para desvelar el misterio. Lo tenían todo planeado. Saltarían la valla de madera y se esconderían detrás de los robustos árboles para observar mejor la situación desde allí dentro, luego irían acercándose poco a poco hasta divisar la casa. Una vez allí esperarían para encontrar alguna pista. Tal vez tuvieran suerte y vieran a Agustín paseando por la finca; y así no tendrían que entrar en aquella casa. Lo cierto fue que, aunque esperaron durante horas, no advirtieron nada de interés.
-¡Entremos en la casa!- dijo Tomás.
-¡Estáis locos, yo me marcho!
-Yo también.
-Y yo.
Fue así como al final sólo quedaron Tomás, Alex y Marcos, los más valientes y, según sus amigos, los más insensatos. Se tranquilizaron durante un rato antes de entrar. Luego, con un ligero temblor en las piernas, decidieron llamar al timbre. Les abrió una señora de avanzada edad. Su rostro estaba bastante deteriorado.
-Hola, ¿puedo ayudaros en algo?- preguntó amablemente.
-Nos gustaría ver al señor Agustín- respondió Tomás sin dudarlo.
La mujer les miró con rostro asombrado. Después sonriendo preguntó:
- ¿Y no os da miedo lo que dicen de él?- La mujer les invitó a entrar.
Tragaron saliva y aceptaron la invitación.
-Subid arriba- les indicó las escaleras- y llamad a la segunda puerta. No hagáis mucho ruido.
Y así lo hicieron. Una voz respondió enseguida:
-Pasa, Maira.
Abrieron la puerta. El hombre se quedó asombrado al verlos. Frunció el ceño.
-Pasad- dijo poco convencido.
-Hola, queríamos hablar contigo y preguntarte lo que pasó ese día. No creo que seas culpable pero necesito saber la verdad.
-¿Cómo que necesitas saber la verdad? ¿Quién eres tú?
-Soy el hijo de la mujer que dicen que mataste.
-¿Albert…? - preguntó con lágrimas en los ojos.
- No, yo soy Tomás- respondió confuso.
-¡Albert, me dijeron que tú también habías muerto! ¿Dónde has estado todo este tiempo? ¿Dónde vives?- Comenzó a llorar.
-Yo… creo que me está usted confundiendo con otra persona, ya le digo que me llamo Tomás.
-Sólo dime con quién vives y te contaré la historia de principio a fin. Por favor, necesito saber quién cuida de ti…
-Maite, mi tía.
-Claro, ella debió de cambiarte el nombre…-sollozó; cuando se hubo tranquilizado comenzó a relatar lo ocurrido-. El martes, día 15 de diciembre de 1930, tu madre y yo tuvimos una discusión. Decía que estaba harta de que me pasara trabajando todo el día y que no le hiciera caso. Yo le contesté gritando que cómo íbamos a comer si no. Ella me dijo que podríamos vender esta casa y comprarnos otra más pequeña, en el centro del pueblo. Yo no quise; esto era mi hogar y no pensé en abandonarlo ni por un instante. Ella dijo que si no estaba dispuesto a dejar mi casa por ella, sería mejor marcharse. Y así lo hizo. Te cogió de la mano y se montó en el coche. Yo debí evitar que lo hiciese, pero el orgullo me traicionó. Pasadas dos horas llegó la policía a casa y me llevaron a comisaría. Yo no entendía nada pero allí me lo explicaron. Se me acusaba de haber manipulado el coche de Elvira y me hicieron responsable de su muerte. Fue tu tía la que me acusó. Dijo que tu madre y yo habíamos tenido una discusión muy fuerte y que seguro que yo era el causante del accidente. Yo me quedé sin palabras. Elvira, la persona a la que yo más amaba en este planeta, aparte de ti, había fallecido; y en parte por mi culpa. No dije nada, pues, en verdad, me sentía culpable. Pasado un tiempo me encontré con fuerzas para explicar lo que pasó, entonces, por falta de pruebas, se me declaró inocente. Me pusieron en libertad, pero todo el mundo me señalaba con el dedo. Nadie se atrevía a mirarme a la cara. Tu tía hizo grandes esfuerzos por poner al pueblo en mi contra. Fue entonces cuando me dijo que habías muerto. Yo no tuve otra opción y decidí encerrarme aquí, preso del pasado, esclavo del presente. De haber sabido que estabas vivo habría ido a buscarte y viviríamos juntos…-No pudo seguir; las lágrimas y sollozos se lo impidieron.
- Pero entonces… eso quiere decir que… ¡eres mi padre!- exclamó Tomás, que había escuchado el relato sin decir una palabra.
Agustín asintió y le dio un fuerte abrazo. No sabían qué decirse. Habían pasado tantos años de aquello… Tomás no se acordaba de nada porque entonces no tenía ni un año de vida. Su tía se encargó de que no pudiera conocer a su padre diciéndole que había muerto. Tan sólo le contó que aquel señor que vivía en la casa de La Florida era el asesino de su madre y que jamás se acercara a él porque era un hombre peligroso, y así asegurarse de que jamás se conocerían.
A partir de ese día Agustín y Tomás, o mejor dicho Albert, comenzaron una nueva vida. Tomás se libró de su tía y nunca volvió a dirigirle la palabra, mientras que Agustín, gracias a la ayuda de su hijo, consiguió borrar los fantasmas del pasado y logró encontrarle sentido a la vida.

domingo, 7 de marzo de 2010

En la calle:

En invierno suelo salir a la calle menos que en verano, ya que al vivir donde vivo (tan lejos de el centro) no tengo ganas de subir con el frío por la noche, pero si salgo por la tarde no me importa subir. En verano salgo mucho más, todos los días. En mi peña somos un montón de gente, y en verano somos más, ya que viene gente de todos lados, Almería, Valencia, Santander, Madrid, Talavera... .
Lo que más me gusta son las fiestas de agosto. En las fiestas estamos todos y hay muy buen ambiente. Vamos al toro de fuego, a la feria, hacemos acampadas... .
Este último verano hicimos varias acampas, pero la mejor fue la de Sabina, en la finca de mi primo Emilio. Eran más o menos las cuatro de la mañana cuando vemos un coche que se para en medio de la carretera, apaga el motor y se queda ahí. Taum, Emilio, Nacho y yo fuimos a ver que o quien era.
Cuando nos acercamos a unos cinco metros, cogimos la cámara e hicimos una foto con flash para ver lo que había. De repente una chica de unos 20 años, se pone a gritar y a aporrear los cristales del coche. Nosotros nos pegamos un susto impresionante y salimos corriendo a dentro de la finca.
Cuando llegamos, los demás nos preguntaron que nos había pasado, y que por qué gritábamos.
Les contamos lo que nos había pasado y se asustaron todos, especialmente las chicas.
A los veinte minutos el coche arrancó y se fue. Todos nos que damos un poco más aliviados.

Esos días se hacen muy cortos, las fiestas se pasan volando y el verano está a punto de acabar.
En invierno, estamos deseando que llegue el fin de semana, o un puente de tres o cuatro días, pero hay pocos de esos en el tercer y cuarto trimestre, y la única esperanza es esperar a que llegue el verano. Por fortuna dentro de poco llega Semana Santa y tendremos unos días de descanso. Las vacaciones de Semana Santa son las peores, ya que yo que tengo que ir a la banda, estamos todos los días de procesión en procesión, y así es imposible descansar, pero al fin y al cabo es una semana de vacaciones que se agradece.

sábado, 6 de marzo de 2010

LA CABAÑA 45

Todo comenzó cuándo mis padres me dejaron en el campamento de verano de Carolina del Norte. Era un campamento para niñas gordas y mis compañeras no es que fueran muy agradables. A mí me tocó en la cabaña 45, también conocida cómo 'la cabaña de la muerte'. En ésta reunían a todas las chicas problemáticas, y aún no entiendo por qué me metieron en ése grupo. Los primeros días fueron terribles. Durante el día nos obligaban a realizar actividades para bajar de peso, y cuando llegaba lo hora de ir a dormir a mi cabaña, las burlas contra mí eran constantes.

Al otro lado del lago, los mejores jugadores de fútbol americano se entrenaban para conseguir una beca deportiva. La verdad es que siempre he deseado salir con alguno de ellos, pero tan solo eran sueños. No creo que nunca se lleguen a fijar en mí, una chica no muy agraciada, teniendo a las animadoras, tan afortunadas y perfectas. El caso es que aún sabiendo que nunca estaban con las chicas por amor, yo seguía queriendo salir con uno de ellos. Eran tan monos...

Los días pasaban y no cambiaba nada. Por la mañana me levantaba pronto para y al muelle y mirar desde la otra orilla cómo los quarterbacks corrían. Por la tarde seguían las actividades físicas con las que nos entrenábamos para la competición final, la 'finalweight', y por la noche, la pesadilla continuaba con mis compañeras de cabaña.

Se acercaba el día en el que se celebraría la 'finalweight'. La verdad es que de tanto correr, saltar y sabe Dios qué más, había perdido algo de peso, y la agilidad se empezaba a dejar ver.

Eran las siete y media de la mañana y todas las cabañas , con nuestras equipaciones correspondientes, estábamos en la línea de salida esperando el pistoletazo de salida.Tres ,dos,uno... ¡bum!. Todos salimos corriendo. Atravesamos en bicicleta la parte este del campamento. A unos diez metro de nuestra cabaña dejamos las bicicletas y comenzamos el 'circuito militar', dónde saltamos ruedas, nos arrastramos por el suelo y escalamos un muro que daba a la tirolina. Trepamos por un árbol, (en realidad subimos por una escalera) y los enganchamos a unos arneses que había allí desde la prehistoria, cómo podréis imaginar estaban roídos por el paso del tiempo. El caso es que nos tiramos por la tirolina y por fín llegamos al lago. Éste estaba dividido en dos, uno para el campamento de los quarterbacks, y otro lado para el nuestro. El nuestro estaba a la vez dividido en varias calles, una para cada cabaña.

Retomando la historia, llegamos al lago. Nuestra calle era la que lindaba con la otra mitad del lago de los quarterbacks. Nos tiramos a bomba y empezamos a nadar. Íbamos en cabeza, aunque la cabaña 4 nos iba pisando los talones. Un brazo, otro brazo, una pierna, la otra ... y de repente aparecieron los cuarterbacks nadando. Cuando los vi casi me ahogé de la ilusión. El caso es que yo me quedé embelesada de su torso mojado y su respiración acelerada.

Al día siguiente me levanté con un ojo morado. Os imaginaréis por qué. Pero aun así, esos cuatro segundos fueron los más felices de toda mi estancia en el campamento.

miércoles, 3 de marzo de 2010

La calle del fantasma

Eran las cuatro de la tarde, terminaba otro día de instituto, quedaba un día menos para las vacaciones de verano, ya solo quedaba un mes.

Como todos los días volví a casa por la calle Almanzor, una calle muy tranquila, rodeada de casas con grandes jardines y altos muros que cerraban cada una de las casitas. Me encantaba pasar por aquella calle, nadie pasaba por allí, podía desahogarme y hablar en alto conmigo misma, cosa imposible en el resto de los sitios como en el instituto donde siempre estaba con mis amigos, y en mi casa con mis hermanos.

Ese día sucedió algo escalofriante… Como he dicho antes aquel barrio estaba la mayoría de las veces desierto, aunque había casas parecían abandonadas, pero a su vez, parecían tan limpias como los chorros del oro. Caminaba por la acera de la derecha, siempre iba por aquella porque desde allí podía apreciar los detalles de todas las casas aunque fuesen minúsculos. Había pasado las dos primeras casas, cuando en la ventana de la casa de piedra vi una sombra, era una cara, se veía muy claramente, no lo dudaría, pero ¿Quién podía ser? ¿Algún vecino se había mudado? No pensé más en ello, que importaba si una chica se asomaba por la ventana, yo sabía que alguien tendría que vivir allí. Lo extraño fue que no vi a una sola muchacha como ella, con pelo rubio y ojos azules, no, en otras ventanas de las casas próximas también se podía observar su figura. Pensé que me estaba volviendo loca, ¿Cómo vas a ver a única persona? ¿Estás bien de la cabeza?, me pregunte constantemente. No pensé mas en ello, prefería no acordarme de lo mal de la cabeza que me encontraba. La tarde se me hizo demasiado larga, mis hermanos pequeños no dejaban de llorar y no había quien estudiase, mi hermano mayor tenia la música altísima me iba a romper los tímpanos, la cabeza me estallaría si seguía allí, pensando en lo que me pasaba con mis alucinaciones. Decidí volver al barrio, no había nada en la casa de piedra, pero sí que había un rostro cercano a mí. En ese momento pensé en volver a casa, pero no podía volver, no podría soportar el escándalo que había en mi casa. Me acerque a la silueta que se encontraba en la carretera, poco a poco, paso a paso, muy lentamente, no quería asustarla ni que me atacase. Al acercarme ella adelantaba un paso hasta que no vimos de frente a frente. Yo estaba muy asustada pero ¿Qué iba a pasar?

-Hola Rosa, ¿sabes quién soy? , no me llegaste a conocer, soy la hermana de tu padre, sálvame sálvame. Me dijo repetidamente hasta que pude reaccionar. ¿La hermana de mi padre?, mi padre no tiene hermanos, es hijo único- le dije.

-No, era un año mayor que yo, él lo sabe, cuando yo morí él tenia 8 años. –me informó.

No podía creerlo, un fantasma me hablaba desde otro mundo, me hablaba de mi familia y decía que me reconocía, todo era muy extraño. Me habló de cómo se vivía en el otro mundo, que tenía que hacer para comunicarme con ella, y lo más alucinante, mi fu… futuro.

Me subió la fiebre, me dolía todo el cuerpo, no podía respirar, cuando me di cuenta de que no estaba en la calle Almanzor, sino que estaba en mi propia casa, todo había sido un sueño. Un sueño muy extraño.

Al salir de casa pensé en no volver a pasar por esa calle para que no tuviese oportunidad mi sueño de hacerse realidad. Pero no pude evitarlo y volví por la calle del fantasma. No había nadie, como todos los días, pero tampoco había ningún reflejo en ninguna ventana, todo fue un sueño, nunca más vi el reflejo de esa niña con ojos azules. ¿El sueño era alguna señal? ¿Podría hablar con las personas del otro mundo como dijo la niña?, No lo sé, pero lo descubriré, y podré saber toda la verdad.